Carlos Caszely: "No le di la mano a Pinochet; rompió el corazón a Chile"

El exjugador del Espanyol rememora cómo plantó cara al dictador y se negó a jugar en el estadio Nacional, usado como campo de concentración

El exfutbolista Carlos Caszely, en su despacho en la Embajada de Chile en Madrid, donde trabaja como agregado de prensa y deportivo..

El exfutbolista Carlos Caszely, en su despacho en la Embajada de Chile en Madrid, donde trabaja como agregado de prensa y deportivo..

ANTONIO MERINO / MADRID

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Fue uno de los grandes jugadores que ha dado el fútbol chileno, pero eso no le impidió vivir la realidad de su país bajo la terrible dictadura de Augusto Pinochet. A él se enfrentó Carlos Caszely (Santiago de Chile, 5 de julio de 1950), delantero centro en el fútbol y líder en la vida política de su país. El que fue jugador del Levante y del Espanyol no dudó en plantarle cara al dictador, al que incluso le negó el saludo en una ocasión, lo que le pudo costar muy caro, tal como él mismo reconoce. También se emociona cuando ve una foto de su madre, a la que torturaron. Pegado a su característico bigote, Caszely repasa ahora sus dos facetas, la de hombre comprometido contra la forma en que se pisoteaban los derechos humanos en su país y la de gran jugador. A sus 64 años, es agregado de prensa y deportivo en la Embajada de Chile en Madrid. Es responsable de importar a su país los éxitos del deporte español. Todo eso desde un despacho repleto de libros donde se cuela el sol y la nostalgia del hombre que desafió el interminable poder del dictador.

­—¿Cuándo empezó a sentir ese rechazo por Pinochet?

—Desde muy joven. Nunca me gustaron las dictaduras, ni de derechas ni de izquierdas. Cuando se empezaron a conocer las torturas, las violaciones de los derechos humanos y las matanzas en mi país, mi rechazo fue inmediato y absoluto. Siempre he vivido con eso. Creo que el que tenga dos dedos de frente tampoco debe aceptar algo como aquello. Por muy futbolista que seas y aunque vivas en un mundo diferente, en una burbuja, el ser humano no puede ser ajeno a lo que pasa en su país.

—Usted se expuso mucho cuando se negó a jugar en el estadio Nacional de Chile por ser el lugar donde se llevaron a cabo gran parte de esas matanzas durante el golpe de Estado y tampoco le dio la mano a Pinochet.

—Mi primer contacto con él fue antes del ir al Mundial de Alemania, en 1974. No le di la mano como muestra de mi profundo rechazo a esa violencia, a esa no democracia, a ese terrible daño que suponía ver cómo Pinochet había roto el corazón de Chile.

—No es normal ver a un futbolista tan comprometido políticamente.

—Primero somos personas y luego somos lo que somos, futbolistas o cualquier otra cosa. Eso es lo que siempre he pensado, independientemente de que me ponga un pantalón corto y unas botas para salir al campo a patear una pelota. No necesitaba encontrar tiempo para lamentar lo que sucedía en mi país, simplemente lo tenía muy presente.

—En España, durante la dictadura de Franco, no se recuerda que algún futbolista alzara la voz.

—Me parece muy respetable. Cada uno puede hacer lo que quiera. ¿Cuántos futbolistas han alzado la voz contra una dictadura? Dos, tres, cuatro a lo sumo. Yo se lo digo: Didier Drogba, marfileño; Rachid Mekhloufi, argelino; Predrag Pasic, serbio-bosnio; Sócrates, brasileño; Éric Cantona, francés, y yo. Y se acabó.

—Su madre también sufrió los efectos de la dictadura. La torturaron y la sometieron a todo tipo de vejaciones. ¿Cómo vivió aquella pesadilla?

—A pesar de haber pasado tanto tiempo, resulta muy complicado recordar esa imagen. No encuentro la palabra precisa... Tristeza, congoja. No sé. Te recorre un profundo dolor cuando una madre te cuenta la tortura que sufrió. Y eso que ella nunca contó a su familia todas las vejaciones que le hicieron pasar por la vergüenza que una madre puede sentir ante sus hijos y ante su esposo. Me pregunto cómo no va a reaccionar un ser humano ante eso o ante lo que le pasó a un padre, a un hermano o a un amigo.

—¿Volvió a ver a Pinochet?

—Sí. En una ocasión me vio con una corbata roja y me hizo un gesto con los dedos simulando una tijera. Era como si dijera que me la iba a cortar. Entonces le dije: «Córtemela, que en mi casa tengo más». Y me contestó que iba a mandar a alguien a mi casa a cortar las otras corbatas. También intentó que no se conociera la fecha en la que me iban a hacer un partido homenaje. Prohibió a las radios y a las televisiones que se informara, pero finalmente lo dio Radio Cooperativa y lo pudo escuchar mucha gente. Tengo que darle muchas gracias al fútbol porque creo que sin él no estaría ahora mismo aquí.

—¿Cómo pudo aislarse de aquello?

—No lo sé. Siempre he intentado ponerme en el lugar del otro. También lo intenté con Pinochet, pero me resultó tremendamente difícil. Yo tenía amigos que lo adoraban, pero siempre fui un gallo, como dicen en mi país, bastante tranquilo, democrático y amante del diálogo.

—¿Ya no vio más al dictador?

—No. Cuando acabó la dictadura volvió la seudodemocracia a Chile.

—¿A qué presidente no le daría la mano ahora?

—A cualquiera que sea un dictador. No me gustan los dictadores. Ni de un lado ni de otro, pero a los presidentes democráticos los saludaría a todos. Prefiero una mala democracia que una buena dictadura.

—¿Y cómo ve ahora a su país?

—Está considerado como uno de los países más sólidos de Iberoamérica, con un economía estable. Hace poco vino a Madrid la presidenta Michelle Bachelet y se reunió con varios empresarios españoles para ver la posibilidad de llevar a cabo inversiones recíprocas.

—¿Y España?

—Parece ser que está saliendo del problema que ha tenido, de esa recesión. Cuando llegué aquí, había más de cinco millones y medio de parados y ahora creo que hay cuatro millones y medio, creo.

—Está usted casado. ¿Qué les dice a sus hijos sobre su experiencia en la dictadura?

—Estoy casado desde hace 41 años. Me casé el 6 de octubre de 1973 y dos días después estábamos viviendo en Valencia. Tengo cuatro hijos y cinco nietos, pero mi gran tristeza fue dejarlos en Chile. Ahora, con más canas y menos pelo, dejo que las personas aprendan por sí mismas. Una vez me preguntaron si había algo más bonito que el amor y contesté que hacer un gol. Para mí el gol es el clímax en el sexo. Eso es algo que ahora lo dice todo el mundo, pero decirlo en 1976 resultaba mucho más complicado.

—¿Qué le parece el movimiento independentista que existe en Catalunya y la consulta que se llevó a cabo el pasado 9 de noviembre impulsada por la Generalitat?

—No sé cuál es el pensamiento de los catalanes. Sé que quieren separarse de España, independizarse. Siempre he dicho que el mundo no debería tener fronteras, si es que está hecho por seres humanos inteligentes. El fútbol no tiene fronteras, el canto no tiene fronteras. Tampoco la poesía tiene fronteras.

—Usted debutó en el fútbol con poco más de 15 años, y con 17, en la selección chilena. Se retiró en 1985 con 35 años, pero ahí comenzó su carrera más polifacética.

—Con 28 estudié Administración de Empresas, y con 40, Periodismo en la Universidad de Santiago de Chile. Y todavía sigo estudiando porque en una ocasión alguien me dijo que el saber no ocupa espacio. Me gusta mucho leer.

—También ha sido cantante, actor...

—He hecho cine, teatro y, sí, también he sido cantante. Hasta tengo un disco famoso. Hace unos años, un grupo de pop-rock llamado Los Miserables remasterizó una canción que se titula El hincha y que yo grabé allá por el año 80. La hicieron algo más rápida. Ahora se puede ver en internet. También he sido payaso porque un día pasé por un circo y me impresionó tanto su trabajo que me dije a mí mismo que quería ser payaso. Así que me preparé y lo fui.

—Entre sus funciones en la Embajada de Chile en Madrid está la de captar lo mejor del deporte en España y de otros países para tratar de importarlo a su país.

—Así es. Tengo que estudiar los avances que ha experimentado España en la parcela deportiva en los últimos años y tratar de aplicarlos en mi país. Desde que estudié Educación Física con 18 años, he tenido esa idea y ahora puedo desarrollarla. Espero que en unos años se note el resultado de mi trabajo.