análisis

Algo más que una saeta

Ilusión azulgrana 8Di Stéfano, con la camiseta del Barça, se entrena en el campo de Les Corts.

Ilusión azulgrana 8Di Stéfano, con la camiseta del Barça, se entrena en el campo de Les Corts.

JOSEP MARIA DUCAMP

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Se ha ido otro buen amigo. Seguro que en estos momento ya está peloteando  con sus grandes amigos Laszi Kubala y Pancho Puskas.  Puede añadirse a Sandor Kocsis, y en el cielo tendrán fútbol del bueno. Con todo el respeto, el  Mundial de Brasil es un puro telonero.

El año pasado, en una reunión de veteranos jugadores europeos que propició Ramon Alfonseda y Barça Jugadors, coincidí con Alfredo di Stéfano por última vez. Hacía años que no nos veíamos.  Estaba sentado, encorvado, con la barbilla reposando en el bastón que le ayudaba a caminar. La mirada perdida. Como sabía que era muy capaz de mandarme al carajo -tenía su carácter- no me atreví a dirigirme a él y le pregunté a José Emilio Santamaría, compañero mío en el Curso Nacional de Entrenadores: «Pepe, ¿tú crees que Alfredo se acordará de mí?».  «¡Seguro…! De mente está claro.  Ves y pregúntale a él…»

Me atreví. Expuesto al exabrupto. «Alfredo, ¿te acuerdas de mí?»… Alzó los ojos y soltó: «¡Cómo no me voy a acordar, boludo. Sos el futbolista-periodista!».

Coincidí con él ya en el Real Madrid. Cuando vino a Barcelona yo era demasiado joven. Estaba empezando como juvenil. En la Ciudad Deportiva me dejaron entrenar algún día con aquel equipo que lo ganaba todo, con Miguel Muñoz de entrenador. Pero con Alfredo al timón del ilustre buque. Era tal su carisma y ascendencia que cuando quería acabar la sesión, le soltaba a Muñoz: «Miguel, vámonos».

Cuando Bernabéu y Saporta le dijeron  que les parecía que su época de jugador había terminado, Di Stéfano, que deseaba seguir en activo, fichó por el Espanyol que entrenaba su amigo íntimo Ladislao Kubala. Y en Sarrià con el permiso de Laszi, que siempre me tuvo un cariño especial, volví a entrenar unos meses junto al gran Alfredo quien a menudo se cabreaba con algún ejercicio físico difícil para un veterano  y mientras corríamos dando vueltas al campo se le escapaba más de un: «Hijo de…». Fue en la tarde del 26 de enero de 1955 cuando Alfredo inundó de magia Barcelona. Jugó, vestido de blanco y con el escudo de la selección catalana, ante el Bolonia italiano. En una delantera formada por BasoraVillaverdeDi StéfanoKubala y Moll

llevó a cabo el mejor fútbol  jamás visto en nuestra ciudad. Kubala tenía el balón y gritaba «¡Alfredo…!» Y este, alejado 40 metros, comenzaba a correr y efectuaba un control orientado, pura fantasía. O a la inversa. Veteranos que visteis aquella exhibición, contársela a vuestros nietos para que sepan que alguien ya pudo maravillarse antes del tiki-taka que, con Xavi al timón, ha sentado cátedra en el mundo.

Alfredo vino a España a jugar con el Barça. Fue presentado ante el monumento a Colón junto a Samitier y Kubala. Vivió con su familia en la calle Balmes y comía a menudo con Samitier en El Túnel. Pero mientras no se arreglaba su farragoso papeleo, visitaba de vez en cuando el Hotel Regina -calle de Vergara- donde se alojaba Saporta, entonces dueño y señor del baloncesto, quien supuestamente le traía algún presente de parte del Real Madrid. Una historia complicada, ciertamente.