La Liga de Campeones

Apología del 'contratoque'

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ELÍAS
ISRAEL

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Siempre he pregonado mi admiración por Pep Guardiola y por su juego de posesión, heredado de Cruyff. No he visto un equipo en mi vida jugar como aquel Barça, que ahora parece tan lejano. El pasado miércoles, en el Bernabéu, me pareció ver un Barça disfrazado de Bayern de Múnich, pero sin Messi, claro. No solo por el toque, sino por la solidaridad en la presión tan arriba. Le doy un enorme mérito a Pep, por haber conseguido, en tiempo récord, impregnar del ADN Barça a un equipo con una identidad tan marcada como la del Bayern y lograr enmudecer al Bernabéu durante los primeros 20 minutos, demostrando una enorme personalidad.

Dicho esto, lo ridículo es querer llevar la dicotomía Barça- Madrid a todos los órdenes, casi diría de la vida. Convertir cualquier conversación en una película de buenos y malos. Estas semifinales de la Champions son una perfecta demostración de las distintas maneras de entender este maravilloso deporte llamado fútbol. Ya sabíamos por el Inter y sabemos por el Chelsea que el equipo de Mou es capaz de jugar como el Bollullos; que el Bayern de Pep aspira a jugar y a ganar como el Barça de Pep; que el increíble Atlético de Simeone siente claustrofobia ante las defensas cerradas y que el Madrid ha encontrado un atajo frente a los dueños del balón.

Los caminos que conducen al gol son varios. El canon de belleza es subjetivo. Cada uno intenta poner su sello, en función de sus futbolistas y de su patrón de juego. El Bayern cocina a fuego lento, disfruta de la elaboración, maneja los espacios, presiona muy arriba, abre el campo, es capaz de conferirle un sabor especial a su dominio, reconvirtiendo a un lateral como Lahm en mediocentro, pero igual busca la segunda jugada con Mandzukic. Su menú está plagado de registros y variantes. Es un equipo trabajadísimo. El toque como búsqueda, que diría Ángel Cappa.

El Madrid de Ancelotti es camaleónico. Si se siente superior, impone la técnica de Xabi, Modric Di María, además de su enorme pegada. Si sabe que la posesión es del rival, prefiere replegarse y pone en valor la velocidad, la potencia de sus flechas. Ha inventado el contratoque, que personifica la galopada de Bale en Mestalla o los 11 segundos de carrera de Benzema, que inicia y acaba el contrataque ante el Bayern. ¿Alguien puede dudar de la exuberancia o de la belleza de esas dos jugadas? Pep exageró diciendo que «el Madrid no dio tres pases en el primer tiempo». Igual es que no necesita ni uno más para llegar a la portería rival.

¿Cómo se mide la grandeza?

Conocer tus limitaciones, saber sufrir, aprovechar tus momentos en el partido y defender sin balón también es fútbol. Un buen número de madridistas sintieron desazón, viendo el pírrico 27% de posesión en el primer tiempo, jugando en el Bernabéu. Otros tantos entienden que es la única manera de hincar el diente a los equipos que capitalizan el balón. El vértigo y la verticalidad suponen un espectáculo en dosis pequeñas. Cuando se tiene una historia lejana o reciente tan rica, la nostalgia se hace inevitable y cada uno es libre de medir la grandeza en títulos o en dominio. Ancelotti no tiene tiempo para ser un nostálgico. Sabe que la Décima es una obsesión. Ha conseguido reverdecer la esperanza sobre la tierra quemada que dejó Mourinho y, sobre todo, ha logrado que sus jugadores crean en lo que hacen.

En Múnich, sin caretas, el Bayern y el Madrid intentarán imponer u oponer sus estilos. Puede pasar cualquiera, pero los reduccionistas lo venderán como el triunfo de un modelo. Como si el otro no fuera fútbol también…