Borg: "He visto un fenómeno"

Borg, en Roland Garros.

Borg, en Roland Garros.

JOSEP MARIA DUCAMP

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«He visto un fenómeno». Así titulé, en 1969, un amplio reportaje en el desaparecido diario Dicen dedicado a un joven de apenas 13 años, llamado Björn Borg (Södertälje, 1956). Me encontraba en Estocolmo el día que un amigo sueco me sugirió ver jugar al tenista que cambiaría años después el tenis. «Esta tarde va a entrenarse, en el palacio cubierto, un chico de 13 años. Te aconsejo que vayas a verle. Es extraordinario», me dijo. Le hice caso… Y ello me permitió titular aquel reportaje con la admiración de alguien que ha visto algo que parece irreal.

Un chaval altito, espigado, larga melena rubia, atendiendo las explicaciones y consejos de Lennart Bergelin, golpeaba  la pelota de manera impresionante.  En dos juegos rompió…¡tres raquetas! Nada de cordaje, ni de golpear contra el suelo, ni de tirarla… ¡No! Las rompió pegando  a la bola con  ese drive liftado que luego fue tan personal y con un impresionante revés a dos manos que atacaba desde el fondo de la pista con una potencia descomunal. Todavía no usaba la raqueta Donnay que posteriormente rediseñó y popularizó, incorporando una empuñadura algo más larga de la habitual para poder ubicar cómodamente sus dos manos.

Tres años más tarde, antes de cumplir los 16, le descubrió el mundo entero. Entró en la historia como el vencedor más joven  de un partido de Copa Davis. En una  eliminatoria Suecia-Nueva Zelanda, en la que ganó el primer punto tras remontar dos sets en contra. Y en la tercera jornada, se impuso también en el segundo de sus individuales. Fue aquel día cuando el mundo entero comenzó a preguntarse de dónde venía y quién era aquel jovencito de apenas 15 años, capaz de tal hazaña.

A esa misma edad, con el consentimiento de sus padres -costó lo suyo convencerlos- se liberó de todos los compromisos escolares y dedicó su tiempo, por completo, al tenis. Deporte al que, por cierto, llegó de un modo casi casual. Cuando cumplió nueve años, su progenitor ganó un torneo de tenis de mesa que tenía como premio… una raqueta de tenis.

Indesmayable trabajador

A Björn le enamoró  enseguida. Fue un flechazo. Comenzó a golpear la pelota contra la puerta del garaje de su casa. Horas y horas. Luego, cuando le llevaron al club de tenis, seguía con idéntico afán, desde la mañana hasta la noche. Allí le vió Percy Rosberg, el mejor entrenador sueco del momento quien, al constatar aquel afán indesmayable, decidió ayudar a su formación. En poco tiempo, la casa de sus padres era ya una especie de museo, repleto de trofeos.

El mismo año de su debut en Copa Davis, meses antes, Borg ganó la Orange Bowl sub-16, en Miami. Y posteriormente Wimbledon júnior y la final de la Orange Bowl sub-18. Todo con 15 años. Y se regaló a sí mismo, en su 16 cumpleaños, ¡la final absoluta de Montecarlo!  Solo pudo ganarle un inmenso Ilie Nastase, el artista rumano, entonces número 1 mundial de la recién aparecida ATP (Borg accedería a ese puesto el 26 de agosto de 1977).

Pero, contrariamente a lo que pueda pensarse, cuando pocos años más tarde la prensa le calificó como Ice Borg, rememorando los icebergs, Borg no era, en absoluto, un hombre de hielo. De jovencito era inquieto, nervioso… Se angustiaba. Pero un día, jugando ya en serio en un torneo juvenil, se enfadó y perdió los nervios ante la decisión del  juez en una bola dudosa que él creía debía de haberse cantado a su favor ante un rival infinitamente inferior. No volvió a exteriorizar nada.

Le bastó aquella lección  para que los aficionados admirásemos, posteriormente, su pulcritud, serenidad, apariencia impasible y plena concentración que reflejaba sobre la pista. Actitud completamente adquirida, con constancia y capacidad de sacrificio, trabajando muy duro para poder dominar su carácter inquieto y rebelde. Borg no nació, pues, hecho un bloque de hielo como ha pensado la mayoría. Borg tuvo que aprender a dominar su fogoso temperamento. No cabe duda de que a ello le ayudó Lennart Bergelin, un antiguo jugador de los años 50 quien, inmediatamente después de aquellas primeras lecciones de Rosberg, se convirtió en el mánager y amigo inseparable, consejero y casi confesor del joven jugador. Bergelin se ocupaba, asimismo, de toda la intendencia permitiendo, con ello, que Bjorn no pensara más que en entrenarse duro y jugar.

La década prodigiosa

Conocido también como el rey del lift (efecto), Borg adquirió de inmediato tal grado de notoriedad y popularidad que le llevaron a convertirse en el deportista más célebre de la época. Desde 1973 hasta 1981 protagonizó la llamada década prodigiosa, en la que encadenó 11 Grand Slam (6 Roland Garros y 5 Wimbledon), con la excepción de 1977, año en que decidió jugar la Intervillas norteamericana, extraña competición  que nació, vivió y murió, por desconocimiento del business USA.

En 1974, Borg ganó Roland Garros, superando en cinco sets a nuestro Manolo Orantes. Borg le dijo a su lugarteniente Bergelin que quería conocer a una joven jugadora rumana, llamada Mariana Simionescu. A Bergelin le faltó tiempo para invitarla a cenar.  Cenaron los tres en el restaurante del hotel, en una mesa próxima a la mía. No es que yo quisiera saber de lo que hablaban -que también-, pero no pude obviar oír toda la conversación. Se levantaron, me saludaron y ya no se separaron. Aquella noche tampoco.

En 1976, Borg ya ganó Wimbledon, el primero de sus títulos en la Catedral. Anteriormente había llegado a cuartos y su apariencia de adolescente modosito, que a la vez combinaba un temperamento de fuego y unos nervios de acero, había causado estragos entre las jovencitas londinenses, que volcaron su histerismo en ese chico sueco llegado, casualmente, inmediatamente después de dejar atrás la época de los Beatles. Un pequeño detalle: las escuelas de señoritas, situadas cerca de Wimbledon, prohibieron a sus alumnas acercarse a aquella tentación rubia que el Daily Mirror, rememorando aquella vieja película de Judy Garland, había titulado, en portada y a toda página, «A star is born».

Mariana y Björn siguieron juntos, se casaron el 24 de julio de 1980 en Bucarest y se divorciaron algunos años más tarde. Personalmente, creo que Mariana aportó serenidad en la vida del campeón. Pero, a veces, hasta lo más razonable e incluso rayando la perfección, se rompe. Poco después del divorcio, Borg volvió a casarse, esta vez con una jovencita sueca, rubia y muy guapa, que le dio un hijo. Duró poco… Y llegó el túnel del horror.

El campeón conoció en una discoteca a una cantante, seudo-actriz italiana, Loredana Berte, que le llevó a una vida loca y desconocida. Borg cayó en la drogadicción y perdió toda su fortuna. Multimillonario, sumando sus ganancias en el circuito y lo que aportaban sus patrocinadores -le representaba en esta relación Mark McCormack-, acabó arruinado, después de haber tocado el cielo con las manos. Y después de habernos regalado a los amantes del tenis aquellos inolvidables duelos, enfrentado a la US Army, primero Jimmy Connors y a continuación John McEnroe.

Borg se retiró a los 26 años, en 1983, en el torneo de Montecarlo tras perder en segunda ronda con el francés Henri Leconte, seguramente más cansado el sueco moral que físicamente. En ese mismo escenario intentaría volver a las pistas en 1991. Por entonces el fenómeno solo era un campeón veterano que reaparecía en un mundo que él había transformado. Cayó en primera ronda con Jordi Arrese. Aún disputó otros 11 torneos, pero ya no ganó ningún partido más. Pero aquel fenómeno ya era una leyenda.