el deporte como agente de cambio en áfrica

Maratón hacia la igualdad

El éxito de las mujeres en el atletismo está transformando el panorama social en Kenia y Etiopía. Los papeles tradicionales empiezan a abandonarse: las mujeres deportistas llevan el dinero a casa y sus maridos se ocupan de las tareas del hogar.

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JAVIER TRIANA

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Una hora, seis minutos y treinta y seis segundos. «Creo que ese fue el momento en el que las cosas empezaron a cambiar», aventura Gabriele Nicola, entrenador de, entre otras, la fondista keniana Mary Keitany. Una hora, seis minutos y treinta y seis segundos fue lo que necesitó Keitany para ganar los mundiales de media maratón del 2009. Lo que nadie preveía entonces eran las consecuencias que el récord del torneo desencadenaría. Una hora, seis minutos y treinta y seis segundos fue, en definitiva, el tiempo que tardaron las mujeres de la meca del atletismo keniano, la localidad occidental de Iten, en pasar de ser consideradas propiedad del marido a respetable fuente de ingresos. Bueno, o casi.

En un país de fuerte tradición machista como Kenia, y en una zona rural como el pequeño Iten, digerir la aparición de mujeres de fama y solvencia económica no está siendo tarea baladí. Sirva de ejemplo el exmarido de Agnes Kiprop, ganadora de numerosas maratones de mediana importancia. «Él quería decidir qué hacer con mi dinero, comprar un coche... Así que decidí que lo mejor era quedarme sola con mis hijos», dice en el jardín de su amplia casa. En el interior, su hijo Kevin juega con un ordenador portátil, lujo inalcanzable para la inmensa mayoría de los locales.

La estabilidad económica propiciada por el éxito en la pista es solo una de las claves de la revolución social que se está fraguando en Iten. De forma un tanto inesperada, la llegada de Gabriele Nicola a Iten en el 2007 en busca de negocio tratando de llevar a las kenianas a los podios mundiales de maratón desembocaría en una serie de cambios cuyas fricciones están muy presentes en los caminos de tierra rojiza del pueblo keniano. El entrenador italiano vio que las pocas mujeres que entonces corrían lo hacían en medio de manadas de hombres, sin nadie que controlara sus tiempos, les proveyera avituallamiento, adaptara sus sesiones de ejercicio, regulara sus descansos, garantizara un alojamiento digno o asegurara una dieta sana. Decidió juntar a las más capaces, hacer un seguimiento y suministrar una serie de servicios para que estas profesionalizaran la práctica deportiva. Como los resultados no tardaron en llegar, la confianza en sí mismas se disparó.

El tabú del divorcio

Convergieron también otros factores, como los viajes al extranjero para competir. En muchos de ellos, las corredoras presenciaron situaciones de pareja que les eran extrañas: mujeres al volante, hombres en la cocina. «Cuando vas fuera, tu mente cambia», expone de forma simple la menuda Florence Kiplagat, récord del mundo de media maratón, logrado el mes pasado en la Mitja de Barcelona: «Luego vuelves a tu país y se lo cuentas a tu familia y amigos, y también les influye».

 

El divorcio de Agnes, como el que también tuvo Florence por decisión propia, es un tema bastante tabú en el África rural. Hablamos de un país en el que, según una encuesta del 2012 del Ministerio de Desarrollo Social, Género e Infancia, el 40% de las kenianas creen que deben tolerar la violencia doméstica para mantener a la familia unida. Las separaciones de estas atletas respondieron a su negativa a ejercer de esposa tradicional. El entrenador de Florence, el reputado Renato Canova, concentra una clase de historia en cuatro frases: «En África, durante miles de años, el hombre tenía la obligación de ir a cazar y defender el poblado. Y la mujer se encargaba de todo lo relacionado con el hogar. ¿Qué ha sucedido? Que con el paso del tiempo, ya no existe ni el cazador -porque vas a comprar al mercado-, ni la guerra». El hombre del campo, ya sin esas dos tareas, ha preferido zanganear a cooperar con la mujer. «Y la mujer sigue haciendo lo que hacía antes. Encuentras situaciones en las que una septuagenaria lleva 50 kilos de leña a la espalda y a su hijo, que camina al lado, ni se le ocurre llevarlo, aunque sea 10 veces más fuerte». La imagen es habitual.

Su tesis la apuntala Lornah Kiplagat, la primera keniana en volver a su región e invertir a gran escala en el desarrollo local los beneficios de su exitosa carrera deportiva. «Si echas un vistazo, verás a muchos hombres sentados sin hacer nada, pero rara vez verás así a una mujer. Están siempre en casa, cuidando a los hijos, cocinando, lavando».

 

Las dificultades derivadas de ser mujer en la campiña keniana las sufrió Lornah en sus carnes, y de ahí su apuesta por procurar mejores oportunidades a las jóvenes de Iten. Ha creado un centro de entrenamiento que emplea a 20 locales y al que acuden multitud de corredores extranjeros. Para atraer más turismo deportivo (del que se benefician desde las fruteras hasta las camareras o las peluqueras), ha inaugurado este año la primera pista de tartán de la región, y eso que es la zona que mejores corredores produce de todo el planeta. A ella va aparejada un proyecto de escuela femenina, donde las alumnas podrán compaginar su carrera deportiva -muchas veces, la vía más rápida de salir de una precaria existencia en la Kenia rural- con unos estudios que les garanticen un futuro cuando sus piernas pierdan potencia. Una mejor educación para las mujeres es garantía de un futuro mejor, apunta Lornah.

El freno del padre y el marido

Si bien la escolarización de las mujeres ya está muy extendida, no siempre fue así. Los roces familiares provocados por ese debate los vivió el misionero irlandés Colm O'Connell, quien llegó a Iten como profesor en los años 70 y fue orientando su vocación hacia el atletismo. A su llegada, ni muchas chicas corrían, ni tantas iban al colegio, ni los padres de estas le veían demasiada utilidad a correr, practicado por ellas como actividad escolar. Así, concluida la escuela, empezaban el matrimonio, los hijos, y la cocina, y se acababa el atletismo. «A los padres les llevó un tiempo aceptar que sus hijas podían convertirse en atletas de éxito y que podían ganar dinero con eso. Hasta que se dieron cuenta de que sus hijas podían ganar más dinero corriendo del que podía procurarles la dote».

 

El siguiente obstáculo a superar eran los maridos. Muchos tropezaron, como los ex de Agnes o Florence. Otros, sin embargo, vieron la ventaja de asumir un papel en teoría secundario, apoyando a sus mujeres, quienes no solo iban ganando capacidad financiera, sino también autoestima. El éxito de Mary Keitany es asimismo gracias a la ayuda de su marido.

No obstante, el panorama de Iten, un polo de desarrollo en la Kenia rural, tiene aún bastante que envidiar al que se vive en la otra fábrica de corredores del mundo, Etiopía, donde la situación de partida en igualdad de sexo era mejor, en cierto modo debido al régimen comunista de Mengistu. Aunque este regaló purgas masivas y demás lindezas, utilizó todas las fuerzas productivas disponibles. Y esto, claro, incluía a las mujeres. La actividad deportiva también se benefició: de tradición centralista, Etiopía llevó en los años 70 a los corredores que destacaban desde sus aldeas a la capital, Addis Abeba, para que vivieran y entrenaran allí. Alojados en residencias, recibían un salario mínimo que les permitía dedicarse en exclusiva al atletismo. Lejos de sus familias y en un ambiente urbano, los deportistas recibían en menor medida las presiones tradicionales del campo y estaban más expuestos a los impulsos de modernidad que llegaban a la gran urbe. La maternidad, por ejemplo, se pospondría.

Entre las pioneras etíopes está Derartu Tulu, oro en 10.000 metros en Barcelona 92, el primero para una mujer africana negra en unos JJOO. Con el dinero logrado con sus piernas, construye un edificio que será centro comercial y hotel. En la obra trabajan varias mujeres cargando grava, en una típica escena etíope. Derartu se detiene a charlar con ellas y después se dirige a su despacho (de lo poco concluido de la construcción) sorteando un laberinto de andamios de madera. «En mi época, había mucha influencia de la tradición y no estaba bien visto correr casi desnuda. Era casi un tabú», rememora.

Si Lornah es inspiración para muchas mujeres de Iten, Derartu constituye un modelo para las etíopes. No solo las atletas lo creen: Haile Gebreselassie, quizá la cara más reconocible del fondo mundial, ahora empresario de éxito y aspirante a la presidencia de Etiopía, admira a Derartu por destapar el huracán femenino que vendría después en muchos más planos que el deportivo. Él mismo alberga pocas dudas respecto a la mayor eficiencia de las mujeres. «De las 1.200 personas que empleo, el 55 % son mujeres. Estén en la posición que estén, ¡siempre son competentes!».

 

Los beneficios del atletismo se palpan en el hogar de la tímida Feyse Tadese, ganadora de las maratones de Seúl y Shanghái en el 2012 y París en el 2013. Es una de las atletas supervisadas por Gabriele Nicola en Etiopía. A golpe de zancada, Feyse se ha construido una casa más lujosa que las de las atletas kenianas de su nivel. ¿Dónde está el truco?

Al ser Addis mucho más caro que Iten, al tener que desplazarse más para entrenar (en Iten se puede entrenar desde la puerta de casa), al haber menos atletas en Etiopía que en Kenia, las etíopes supieron aumentar su valor de mercado y negociar contratos más jugosos con los patrocinadores. «Las mujeres etíopes son mejores en la búsqueda del límite de sus fuerzas. No sé por qué», indica Gabriele. «Se recuperan antes y pueden competir más veces al año». Esto se traduce en mayores ingresos.

El aún novio de Feyse, Bekele Adu, es también corredor, pero no tiene reparos en admitir que es ella la atleta más capacitada de la pareja. Por eso ha dejado sus ambiciones para ayudarla a crecer profesionalmente. «Después de entrenar, no suelo hacer nada -confiesa Feyse-. Él cocina para mí, me lava la ropa y me ayuda en los entrenamientos. Siempre que le necesito, está ahí». Parecen una pareja tan modélica que es imposible no bromear con quién amamantará a los hijos. Bekele se toca el pecho y se declara incapaz. Y ambos rompen a reír.