La tradicional carrera barcelonesa / La otra cara de la prueba

Correr, llegar... y llorar

Avituallamiento 8 Calle de Marina, kilómetro 35, a última hora.

Avituallamiento 8 Calle de Marina, kilómetro 35, a última hora.

SERGI LÓPEZ-EGEA
BARCELONA

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Kilómetro 14, poco después de las 9 de la mañana. Un grupo de maratonianos, de tez oscura, corría tan rápido que los espectadores del Eixample ni se lo creían. Ellos no se inmutaban. ¡A lo suyo! A 3 minutos el kilómetro. La firma atlética que promocionaba el maratón paseó por Barcelona una cinta de correr que simulaba el ritmo de los africanos. Pero, por seguridad de los probadores, les colocaba un arnés para que no se fueran al suelo.

Nico (Herrero), Sergio (Hernández) , Rosa (Gutiérrez) e Isabel (Estany) ni podían, ni pretendían ir al ritmo africano, ni siquiera tumbar el mito de las tres horas, un tiempo que, dícese entre los grandes entusiastas de la distancia, es el sueño de todo buen fondista: bajar de las tres horas, la bendición espiritual como maratoniano.

A Nico, Sergio, Rosa e Isabel los localizó este diario por azar, la semana anterior a la carrera, cuando se termina el trabajo serio, el que vale para aguantar 42.195 metros.  Nico y Sergio hacían series por el parque de la Ciutadella. Rosa e Isabel -los cuatro por separado, no se conocen-, en el límite del hotel W, más allá de la Barceloneta. Y los cuatro fueron los protagonistas, el pasado sábado, de Más Deporte, el suplemento deportivo semanal de EL PERIÓDICO, como ejemplo de atletas anónimos entre los 14.839 que se decidieron a tomar la salida en el maratón de Barcelona.

A las 10.20 de la mañana, kilómetro 37, cerca de la plaza de Urquinaona, delante tan solo quedaban dos africanos, al ritmo extraterrestre de 3 minutos. Cuando ellos pasaron casi no había espectadores, que sí estaban ya situados y aplaudiendo (con algún guardia urbano que, incomprensiblemente, los retiraba a la acera) cuando Isabel, Sergio y Rosa, en este orden y con centenares de corredores venidos de todas partes -entre ellos un buen puñado de franceses-llegaron al lugar. Porque Nico, que quería bajar de las tres horas y media, que lo estaba logrando, ¡maldita sea!, vio cómo su tendón de Aquiles se iba a hacer puñetas. «No parece importante, pero me quedé clavado. Fui a un puesto de la Cruz Roja, me prestaron un móvil, llamé a mi mujer y me vino a recoger en taxi».

Una decepción, tres alegrías

Sin duda, acabar montado en un taxi no era la intención de Nico, al igual que Sergio, que deseaba mejor tiempo del que hizo (4 horas y 26 minutos), pero que el sábado por la noche estaba tan y tan nervioso por participar en su segundo maratón que le costó conciliar el sueño. «Quería hacer mejor tiempo, pero solo pude dormir cuatro horas. Y el calor... ¡ah, el calor! Ha podido conmigo».

Feliz sí estaba, en cambio, Isabel: 4 horas y 23 minutos. Reto conseguido, sin demasiado dolor y con ganas de repetir. «No hay nada mejor que te espere la familia en la meta. La sensación al llegar es algo indescriptible. Me emocioné tanto que me puse a llorar», explicaba Rosa ayer por la tarde por teléfono, tumbada, según reconoció, y cansada, sin ganas de que le hablaran de repetir en la prueba, por ahora. «Destrozada es poco (4 horas y 58 minutos). Al llegar me abracé y lloré con la mujer que me entregó la medalla». Poco antes, tras el arco de llegada, Aaron le había pedido a Nuria matrimonio, una meta con amor. «¡Sí, quiero!».