Policías en el Everest

Fuerzas de seguridad nepalís vigilarán el campo base del techo del mundo para evitar enfrentamientos entre montañeros y serpas, y velar por el cumplimiento de las normas

Alpinistas hacen cola para superar el tramo conocido como escalón Hillary, justo debajo de la cumbre del Everest.

Alpinistas hacen cola para superar el tramo conocido como escalón Hillary, justo debajo de la cumbre del Everest.

JORDI TIÓ
BARCELONA

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Nunca se hubieran imaginado sir Edmund Hillary y el serpa Tenzing Norgay que aquel solitario coloso de roca y hielo de 8.848 metros que conquistaron el 29 de mayo de 1953 requeriría echar mano de las fuerzas de seguridad para poner orden en su campo base, unos 4.000 metros por debajo de la cumbre. Pues eso es precisamente lo que ha sucedido: 61 años después de la gesta de esos dos míticos alpinistas, el Gobierno de Nepal ha ordenado que patrullas mixtas de policías y soldados (inicialmente, unos 10 efectivos) vigilen a partir de este marzo, cuando se abre la temporada de expediciones, el campo base del Everest, solitario y enigmático entonces, superpoblado hoy en día. Tal es el cambio que ha experimentado el alpismo, afectado cada vez más por las multitudinarias expediciones comerciales que, a menudo, chocan con los intereses de otros montañeros y, también, de los serpas.

«Muchos campos base de las grandes cumbres son auténticas microciudades en la temporada alta. Por ejemplo, en el del Everest, el de mayor atracción, se pueden reunir perfectamente unas 1.500 personas», explica Xavi Metal, alpinista y profesor de la escuela de alta montaña de El Pont de Suert (Alta Ribagorça). «Es algo que se veía venir y que ha caído por su propio peso. Es cierto que ha podido haber un cierto descontrol en el campo base y que ahora el Gobierno nepalí quiera poner orden. Aquello se había convertido en un camping qui pugui», añade con sorna este experimentado himalayista, que recuerda el motivo que ha propiciado este revuelo: «Se ha llegado hasta aquí por el lío que el año pasado tuvieron Ueli Steck y Simone Moro con un grupo de serpas».

Ataque con piedras y piolets

Así es. Estos dos alpinistas, suizo el primero, italiano el segundo, considerados de los mejores del mundo, las pasaron canutas el pasado abril cuando, junto al fotógrafo y cámara Jonathan Griffith, fueron atacados con piedras y piolets por un numeroso grupo de serpas en el campo 2 del Everest, a unos 6.500 metros de altura.

El origen del cabreo, según el propio Steck, tuvo lugar unos mil metros más arriba, cuando camino del campo 3, pasaron por encima del grupo de serpas sin que, aparentemente, sucediera nada especial. Sin embargo, algunos porteadores les acusaron de propiciar el desprendimiento de bloques de hielo que pusieron en peligro las vidas de los que ascendían por debajo, que estaban poniendo cuerdas fijas para algunos de sus clientes. Cierto o no, lo que sí es verdad es que Steck, Moro y Griffith tuvieron que abandonar de noche, y a toda prisa, el campo 2 después del últimátum que les dieron los serpas, quienes les amenazaron de muerte.

«Ese intento de linchamiento demuestra que a muchos alpinistas se les ve como a intrusos», lamenta Sebastián Álvaro, montañero y periodista (dirigió  durante 27 años el programa Al filo de lo imposible, de TVE), que denuncia el monopolio en que se ha convertido el Everest por parte de grupos de serpas, en algunos casos, y expediciones comerciales, en otros.

«Creo que poner policías en el campo base no es más que una cortina de humo para ocultar la situación de deterioro que se ha producido en esta montaña», agrega Álvaro, que denuncia «la contaminación, la masificación» e, incluso, «la prostitución» existente en el campo base. «La corrupción se ha institucionalizado»  alrededor del techo del mundo, sentencia. «Es una aberración que una de las montañas más bellas de la Tierra se haya banalizado de esta forma. Lo que tiene que hacer el Nepal es hacer cumplir las normas de parques naturales, que ya existen en ese país, y luchar contra la corrupción que ha generado la actividad alpinística en el valle del Khumbu». Hay que recordar que la temporada de expediciones deja cerca de 30 millones de euros (el permiso de un solo expedicionario puede ir de los 11.000 a los 20.000 dólares) en este país asiático, uno de los más pobres del planeta.

Medidas de presión

Álvaro propone como medida de presión «dejar de ir al Everest mientras se produzca esta situación de deterioro», y recuerda: «Somos nosotros los que pertenecemos a las montañas, no son ellas las que nos pertenecen».

«Queremos resolver los conflictos. Tenenos que hacer el montañismo más respetable», dice Dipendra Poudel, miembro del departamento de montañismo de Nepal. De hecho, la preocupación no es solo por lo que ocurre en el campo base, donde se presentan denuncias por peleas y robo de botellas de oxígeno, sino también por lo que sucede miles de metros más arriba. En especial, cuando se producen atascos propiciados por el paso de decenas y decenas de escaladores que siguen la misma ruta hacia la cumbre (hasta 150 personas han alcanzado la cima en una sola jornada). Caravanas humanas que en algunas zonas generan cuellos de botella que pueden convertirse en trampas mortales, sobre todo también cuando el oxígeno de las botellas se agota con el paso de las horas. «Es necesario establecer algún tipo de orden a la hora de subir, o recortar el número de expedicionarios», dice Ferran Latorre, que ha escalado siete ochomiles.

Uno de estos legendarios pasos es el escalón Hillary, cerca de la cumbre, donde un día de buen tiempo pueden concentrarse decenas de alpinistas. El peligro no radica tanto en la dificultad de este tramo de pared como en la posibilidad de que se produzca un cambio de tiempo inesperado. De suceder, el día más feliz para muchos puede convertirse en un sálvese quien pueda. Y por más empeño que se ponga, decenas de cadáveres a la vista recuerdan al montañero que transita por el filo de la navaja de forma permanente.

Mientras Nepal espera que las nuevas medidas den resultado, el Everest aguarda una nueva avalancha de intrépidos. En paz.