El histórico 'pichichi' se confiesa

El exorcismo del 'Brujo'

EMILIO PÉREZ DE ROZAS

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No es cine. Ni teatro. Ni televisión. Pero podría. No es un documental. Ni una obra de arte y ensayo. No es un experimento. Ni siquiera un soporte tecnológico revolucionario que cambie la vida de nadie. Aunque de eso se trata: de la vida. De la vida de alguien mítico y querido, sencillo, tierno, tan cercano, tan sufridor, tan superviviente como Enrique Castro. Perdón, Quini.

No es cine. Ni teatro. Ni televisión. Es la vida misma. Es una confesión. Un desnudo integral. Nada de vísceras. Todo corazón. En realidad, puro exorcismo, esa acción, dicen que sobrenatural, de expulsión del mal, de lo que nadie quiere conservar y, sin embargo, ahí está, enquistado en la mente de uno.

De ahí que ahora parezca bendita la frase que pronuncia Manel, el guardia civil que intentó salvarle la vida a Jesús Castro, hermano casi gemelo de Quini, en la playa de Pechón cuando el portero se ahogó al tratar de rescatar de las garras del Cantábrico a dos niños y a su padre. «Todo el mundo te dice -le cuenta Manel a Quini- que hay que superar esos malos momentos, pero solo el que los sufre sabe el dolor y el sufrimiento que provocan, la huella que dejan. Estas cosas no se superan, Quini, a lo sumo aprendes a vivir con ellas».

Eso se lo dice un Manel uniformado en la última escena de un filme estremecedor, auténtico. Ese 'Brujo frente al espejo' termina, tras 70 minutos intimistas, únicos, con una escena escalofriante, la que refleja el regreso, por vez primera desde la muerte de Jesús, por vez primera en 20 años, de Enrique a la playa de Pechón.

Una escena desgarradora

Esa escena, el diálogo entre Manel y Quini, mantiene sin respiración, durante siete minutos, al espectador. Y estuvo a punto de estropear el trabajo de dos años y 75 horas de grabación. Porque desde el primer segundo de rodaje de ese encuentro frente al mar, Rai García, el director de la película, el hombre que convenció a Quini para que rompiese su silencio y desgranase a trozos su vida, sintió la tentación de tirar la cámara a la arena y salir corriendo de allí.

«Cuando fui a ver a Quini a El Mareo -recuerda García- sabía que me costaría muchísimo convencerle. Él ya había rechazado muchos proyectos similares diciéndoles lo que piensa, lo que siente, que su vida es insignificante, ¿a quién le va a interesar?». Pero Rai no quería hablar de fútbol. Ni de goles. Ni siquiera del secuestro. Menos de enfermedades («yo antes oía cáncer y oía muerte», dice el 'Pichichi' asturiano). Rai quería hablar del hombre, no del deportista.

La ternura como bandera

Fue a tomar café y les dio la cena. Charlaron y charlaron. Se conocieron. Y ahí empezó todo. Hasta que ayer se estrenó 'El Brujo frente al espejo'. «Quini es un niño grande, un niño de 63 años. Y a los niños se les puede hacer mucho daño». Quini no quiere hablar de ello, pero Rai sabe, después de convivir con el goleador durante dos años, que mientras sufría la muerte de su querido hermano («hermano del alma», dice), sobrevivía a dos cánceres y a un secuestro interminable, ha habido gente que le ha hecho mucho daño, gente que le ha defraudado. «Y, sin embargo, él sigue creyendo en la gente. Es de una generosidad infinita».

Fue precisamente mientras preparaba la película cuando García se dio cuenta de que ni cánceres, ni secuestros, ni zancadillas. El dolor más fuerte, eterno, duradero, que padece Quini es el provocado por la muerte de su hermano del alma. «Jesús, que apenas sabía nadar, va y se lanza al mar para intentar salvar a dos niños ¡Dios!», dicen que le repetía 'Quini' a Rai. «Era evidente que lo último que tenía que grabar era el regreso de Quini a la playa que se tragó a su hermano», relata García.

Rodaje en vivo y en directo

Por eso, cuando llega el momento, cuando Manel recibe a su admirado paisano y le cuenta, frente al mar cabreado, revoltoso, cómo peleó su hermano y cómo él trato, infructuosamente, de reanimarlo, Quini rompe a llorar, Quini se cae, Quini se derrumba, Quini se desmonta. «Y yo allí con la cámara», narra García. «Quini no sabía cómo iba a reaccionar y yo no sabía qué iba a pasar. Los dos íbamos vírgenes a aquel encuentro. Su cosquilleo era emotivo; el mío, intuitivo», anade el director.

Fue tal el nivel de intimidad de aquel momento que a García le dio vergüenza rodar. Pero era la escena que llevaba persiguiendo dos años. Era la escena que demuestra la grandeza, la naturalidad, el inmenso corazón de Quini. «Yo, lo único que quería, en aquel momento, era tirar la cámara y darle un abrazo. Solo quería abrazarlo porque él necesitaba ser abrazado. Enrique se la había jugado yendo a esa playa y yo no podía fallarle por más que me sentía un intruso, un paparazzi». García, cuando convenció a Quini, que se negaba a hacer ese exorcismo fílmico sobre su vida, le prometió que la película no tendría nada que ver con 'Sálvame deluxe'. Y ha cumplido, vaya que sí.

Rai no ha querido intermediarios en esta película. Por eso no hay narrador. Ni voz en 'off.' Por eso 'El Brujo' siempre habla mirando a cámara. Por eso no se cuenta lo que la gente ya sabe de Quini. Han sido tan honestos con la idea que ni siquiera hay un segundo de las muchas horas que grabaron, en el restaurante Can Fusté de Barcelona, con Quini y los 20 policías que le liberaron. «No pegaba. Lo siento. No encajaba en la historia». Y eso que costó un dineral organizar aquel encuentro.

De ahí que únicamente se aferraran a las vivencias de Quini. A su relato personal. A cómo vivió en aquel zulo, que visitó y dónde tocó la batería del conjunto rockero maño que estos días ensaya allí. A cómo afrontó las sesiones de 'radio y quimio', con aquella máscara, que acabó guardada como recuerdo sobre un armario. O aquel abrazo del viejo Noé («deja de llorar, Noé, ¡caray!, que he venido a verte como te prometí», le dice el goleador mientras el anciano le palpa las mejillas con sus manos temblorosas). Y aquella charla con el cuidador del primer campo de tierra en el que goleó Quini y donde había unas charcas «en las que cazábamos ranas para comernos sus deliciosas ancas». Y, cómo no, aquella primera lagrimita del filme, cuando Jorge de Haro, uno de los 'polis' buenos, le cuenta como Nieves, esposa del pichichi', se derrumbó al saber que los secuestradores habían amenazado con enviarle un dedo de su esposo.

Lo que no sabe nadie, ni aparece en la película, porque así de honesto es Rai García, es que el director ayudó a que Quini cumpliese uno de sus deseos frustrados: reencontrarse con sus secuestradores. «No era mala gente, Rai, no era mala gente; necesitaban el dinero, no más». Y Rai los buscó. Solo encontró a dos. Del tercero nada se sabe. El segundo se desentendió de la cita pero pidió a su compañero que se disculpase ante el ídolo. Solo uno acudió a la cita con Quini. «Créame, aquel hombre estaba ansioso, necesitado de verse, cara a cara, con Enrique», reconoce García, inspirador del encuentro.

Fue en uno de los salones del Hotel Princesa Sofía. Un día cualquiera. «Le presenté a Enrique y me quedé dos segundos hasta que se rompió el hielo. Estuvieron una hora. Ese día no cogí la cámara. Quini me entregó las llaves de su corazón y no podía fallarle. Me pidió que buscase a sus secuestradores. Y cumplí. Le juro que aquel hombre tenía una estaca clavada en el alma y Enrique se la arrancó con una sonrisa antes de darle un abrazo». Ya hubo, ya, quien dijo que Quini sufría el 'síndrome de Estocolmo'. «¡Bobadas!», exclama Rai. «Enrique renunció a la indemnización de cinco millones de pesetas que le correspondía. No iba de ese palo. Y es que para entender los gestos de Quini hay que conocer la inmensa capacidad de perdonar que tiene».

Volver a empezar

Fijo que este filme ha ayudado a Quini a pasar página. Puede que no del todo. Puede, sí. Puede incluso que Manel tenga razón («olvídate, Enrique, solo se aprende a vivir con eso»), pero 'El Brujo' reconoce que participar en esta película le ha ayudado «a abrir puertas que tenía cerradas y lo que he visto me ha gustado». Quini ha hecho las paces con su vida. «Es más, mira, puede que vuelva a Pechón». Con Pablo, su precioso nieto. «Él es lo que da sentido a mi vida».

Rai García está feliz con su obra. Ni siquiera espera que agrade, que agradará. «Solo aspiro a que Quini vea que no le he traicionado. Que he vivido dos años en su casa, y no le he roto la cristalería, ni robado la vajilla». La casa de Quini está limpia como una patena.