Análisis

La peña de El Agujero

Francisco Camps y Rita Barberá, en noviembre.

Francisco Camps y Rita Barberá, en noviembre.

TONI MOLLÀ

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El pasado viernes, José Ciscar, portavoz del Consell, confirmó que la Generalitat Valenciana acababa de abonar 4,8 millones de euros a Bankia por los intereses de un préstamo de 81 millones concedido a la Fundación del Valencia Club de Fútbol con el aval de la Administración autonómica. Con ello, la Generalitat es ya el máximo accionista del club. La oposición ha puesto el grito en el cielo. «Hay dinero para el fútbol y no para dependencia, farmacias o proveedores», es la denuncia que comparte una sociedad casi anestesiada por una clase dirigente enfangada en casos de corrupción y complicidades con personajes como Urdangarin, Corina o Ecclestone, lista a la que se suma ahora Eufemiano Fuentes, otro que tal.

Se cumplen 17 años del Gobierno autonómico popular, presidido sucesivamente por Eduardo Zaplana, José Luis Olivas, Francisco Camps y ahora Alberto Fabra. Todos ellos, en distinto grado, han apostado por los grandes eventos deportivos como estrategia para «situar a nuestra tierra en el mapa global». El tándem Camps-Barberá propició el periodo dorado del exceso, las lentejuelas y los trajes a medida. Pero el interés por el deporte de Camps y sus viejos amigos y consellers de su Gobierno Gerardo Camps y Esteban González Pons viene de sus tiempos de estudiantes de Derecho, cuando se reunían en el bar El Agujero, cerca de la facultad, para comentar la actualidad del Valencia CF, aunque luego hayan dicho que hablaban de política. Aquella pasión deportiva ha alcanzado ahora las más altas cotas de ruina económica y desprestigio de las instituciones que gobernaron. El mismo Camps, al poco de heredar de Zaplana la presidencia de la Generalitat, declaraba: «Tanto como ser jefe del Consell me gustaría ser presidente del Valencia». La fascinación por el famoseo, los deportistas de élite y una cierta megalomanía fallera cristalizó en una política de escaparate unánimemente calificada hoy de despilfarro. La celebración de pruebas de gran impacto informativo como la Copa América y la Volvo Ocean's Race, un gran premio de fórmula 1 para el cual se construyó un circuito urbano ex profeso, un Mundial de atletismo en pista cubierta, pruebas hípicas internacionales que atraían a princesas y modelos o el patrocinio de un club ciclista eran líneas estratégicas de un delirante plan cuyos objetivos socioeconómicos nadie se ocupó de explicar. Se trataba de situar a Valencia en el mapa, y se impuso ese mantra a todos los dirigentes populares. El mismo Ecclestone condicionó la celebración en Valencia de la fórmula 1 a la victoria electoral de su amigo Camps.

La joya de la corona la avanzó por sorpresa en un debate el mismo Camps en el 2005 al anunciar, sin el conocimiento previo del Gobierno central, la celebración de unos «Juegos Europeos» que González Pons había apalabrado con Urdangarin: se trataba de «un gran evento polideportivo que permitirá potenciar y proyectar la imagen de la Comunidad Valenciana en el mundo en la organización de los grandes eventos» previsto para el 2010. Los servicios del duque fueron bien recompensados. Y el objetivo se ha cumplido con creces: Valencia es ya referencia mundial en corrupción política y mala gestión pública. No deja de ser una curiosa coincidencia que todo empezase en un bar llamado El Agujero. Pero ahí estamos, y excavando.