Odisea de un caballero en la NBA

Caballero, en la sede del Club Bàsquet L'Hospitalet, hace un par de semanas.

Caballero, en la sede del Club Bàsquet L'Hospitalet, hace un par de semanas.

MAURICIO BERNAL
BARCELONA

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La escena, que grabó con su móvil, ocurrió el último día en Nueva York, donde Shaquille O'Neal presentaba su propia colección de joyas en un local de Manhattan. El gerente y antiguo jugador del Club Bàsquet L'Hospitalet, Francisco Caballero, veía buenos augurios donde quiera que mirara: había cruzado un océano con una misión que llevar a cabo y había vencido obstáculos y derrotado al tiempo y a la suerte y conseguido lo que quería: hablar con el jugador de los Lakers Pau Gasol. Hablar con el jugador de los Toronto Raptors José Manuel Calderón. Hablar con Serge Ibaka, de los Oklahoma Thunder. Y con Víctor Claver, de los Blazers de Portland. Representando al pequeño club de su pequeña ciudad, Caballero acababa de culminar la hazaña de hurtar a los cuatro de sus rutinas impermeables, se había abierto paso entre representantes y asistentes y horarios imposibles y les había robado 10 minutos y los había convencido de apoyar su proyecto. Lo peor había pasado y los momentos de frustración los había dejado atrás. Así que cuando O'Neal lo abrazó primero y luego empezó a botar con él, casi a zarandearlo, Caballero pensó que esa efusividad y ese momento y la sensación de estar en brazos de aquel coloso eran el broche que necesitaba todo: el final debido a la aventura azarosa que había emprendido una semana atrás.

Era domingo, 25 de noviembre. Un mes antes, la junta directiva del club se había reunido para analizar la situación financiera, y constatar que el más insigne de sus torneos, el Júnior Ciutat de L'Hospitalet, estaba en peligro. «Teníamos el principal torneo de la categoría, al menos en Europa, y el principal evento deportivo de la ciudad -dice-. Un torneo en el que este enero estarán el Barça, el Madrid, el Maccabi, el Cajasol y el Olimpia Liubliana, entre otros. Un gran torneo. Y podía desaparecer». Subvenciones y patrocinios habían mermado por la crisis y la situación era mala. La reunión se disolvió entre expresiones de inquietud, pero esa noche, arrullando a su hijo de 10 meses, de arriba a abajo por el pasillo de su casa, Caballero tuvo una idea.

«Pensé: ¿Quién vende esto mejor que nadie? Y me dije: los que han jugado el torneo. Y de esos, los que mejor resultado iban a dar eran los NBA». Envió un mensaje esa noche a dos miembros de la junta y les explicó el plan, que por momentos le pareció demente, y al día siguiente recibió respuesta de uno: «Me apunto a la locura». El objetivo era viajar a EEUU y quedar con los jugadores, confiar en que tendrían buena memoria y lograr que firmaran una camiseta y dijeran ante una cámara que apoyaban el torneo. Con las imágenes haría un vídeo para respaldar una campaña de donaciones por internet, y las camisetas serían sorteadas. Pero ese instante, sobre todo: Gasol dando un espaldarazo al torneo. Solo faltaba que el jugador lo supiera. Y que estuviera de acuerdo.

Persiguiendo a Pau

Caballero tomó el avión el 17 de noviembre, sábado, y después de 15 horas de vuelo, tres horas de espera en Nueva York y casi 10.000 kilómetros de recorrido, llegó a las nueve de la noche a Los Ángeles. «Había contactado con los agentes o con los propios jugadores y sabía cuáles iban a ser sus movimientos esa semana. Pero nadie se mojó del todo, así que nada era seguro». A la costa oeste solo iba por Gasol, pero Gasol era capital. «Los Lakers jugaban el domingo contra Houston. Yo había hablado con Jorge Badosa, el asistente de Pau, que me había dicho que podría ir al partido y después hablar con él, de modo que me fui tranquilo a dormir. Pero, sorpresa, al día siguiente me dijo que era imposible: '¿Cómo lo tienes mañana?' Le expliqué que al día siguiente por la tarde tenía cita con Calderón en Filadelfia, y que por lo tanto tenía que viajar a primera hora a Nueva York».

Todo ese día se mantuvo en contacto con Badosa, y al final tuvo que recordarle que había atravesado medio mundo para ver a Pau. «Hasta que me llamó y me dijo que me vería antes de cenar». Se reunieron en Manhattan Beach, en un restaurante griego que habían abierto solo para Pau. «Estaba con su novia y con su hermano Adrià, y se portó muy bien y enseguida recordó el torneo, las dos semifinales que había perdido jugando con el Barça y contra quiénes las había perdido. Yo estaba loco de contento. Había cumplido el primer objetivo y eso era fundamental. Lo contrario me habría hundido».

Calderón era el siguiente, y las dudas no tenían tanto que ver con el jugador como con el tiempo, que era escaso, porque el vuelo llegaba a las cuatro a Nueva York y tres horas después tenía que estar a 180 kilómetros, en Filadelfia. «Iba con el tiempo justo y pensé: no llego. Tenía que salir todo perfecto para poder cumplir la cita». Salió perfecto, claro, porque esta historia, no hay que olvidarlo, acaba con Caballero botando con O'Neal. Lo explica el gerente diciendo que en el aeropuerto su maleta fue la primera en salir, y que enseguida estaba de camino a la Estación Central, y que el siguiente tren a Filadelfia salía no en media hora, ni al día siguiente, sino al cabo de tan solo 10 minutos. «'Pero tendrá que ser en business', me dijo la señorita. Y yo: 'Como si tengo que comprar el tren'».

Perritos calientes

La junta directiva iba siguiendo la epopeya al ritmo de los mensajes que Caballero enviaba. «Uno de esos días vi que me pasaba de presupuesto y tuve que quitarme una comida al día. Tiraba de perritos, que allí son baratísimos». La siguiente parada era Boston y la siguiente víctima Serge Ibaka, que no había jugado el torneo pero había formado parte del club. Allí también pasó algo extraordinario, pero no tuvo que ver con el jugador congoleño -no muy amable al principio, pero entregado a la causa al final- sino con su compañero Kevin Durant, una estrella, un Michael Jordan de nuestro tiempo. «Yo estaba esperando en el hotel a que saliera Ibaka. Había un grupo de aficionados en la puerta y yo estaba enfrente. Entonces vi que salía un negro con capucha, pasaba frente al grupo, doblaba la esquina y entraba en una tienda. Yo dije: '¡Qué caray!', y fui detrás. Entré en la tienda, uno de esos drug-stores estadounidenses, y allí estaba: Kevin Durant. Yo no daba crédito. Mi primera reacción fue de aficionado: hacerme una foto con él. Pero luego lo pensé mejor y volví, le conté la historia y lo conseguí: que posara con la camiseta del torneo». Después regresó al hotel y estuvo con Ibaka, y al final del día tenía mucho más de lo que había ido a buscar. Boston se había rendido a sus pies.

Aquello tenía lugar el jueves; el domingo se entrevistaría con Claver («el más fácil de los cuatro») y al día siguiente volvería a Barcelona, donde no solo enseñaría más tesoros de los que había ido a buscar: también contaría que había estado en las gradas de un Filadelfia-Toronto, y de un Boston-Oklahoma, porque Calderón e Ibaka lo habían invitado, y que había charlado con Kevin Durant en un drug-store, y que había botado en brazos de Shaq en un local de Manhattan; y que había comido perritos.

Tal vez el torneo se salvaría.