Análisis

Un Opel tuneado que le echa carreras a los Audi

Roig (izquierda) conversa con Benedito, en el hall del Avenida Palace.

Roig (izquierda) conversa con Benedito, en el hall del Avenida Palace.

Emilio Pérez de Rozas

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John del Cecato lleva un año explicando cómo ayudó a Barack Omaba a conquistar la presidencia de EEUU. Preguntando qué característica del number one potenció para convertirlo en el ser más superior de todos, el asesor apunta: «Su autenticidad, esa fue nuestra fuerza. La gente se llena la boca de cambio, inspiración, modelo y demás, pero a la gente le cautivó la autenticidad de Obama. Eso fue lo que le permitió atraer a jóvenes votantes y a gente que jamás había acudido a las urnas».

Xavier Roig, el hombre que lideró, como director de campaña, la sorprendente victoria de Joan Laporta en el 2003, tuvo un primer contacto con Agustí Benedito en El Paraigua, de la plaza Sant Jaume, hace unos meses. Ni Roig ni Benedito utilizan la nacarada Montblanc o anotan sus sugerencias en lujosas Moleskine, la libreta en la que dibujaba Van Gogh y conservaba sus apuntes Ernest Hemingway. Un bic y dos cuartillas dobladas fueron suficientes para acabar de perfilar la estrategia a los dos días, dos manzanas más abajo, en la cafetería del Hotel Suizo. Había que tunear un Opel, marca de la casa y negocio sobre el que Benedito construyó su fortuna (porque algo de dinero tendrá para avalar el lunes casi dos millones de euros), hasta convertirlo en un lujoso, atractivo y cautivador Audi A-8, como se sabe el coche del presidente del Barça.

Si a Del Cecato le atrajo la autenticidad de Obama, a Roig lo que más cosquilleo le produjo de su nuevo cliente fue su desparpajo y naturalidad. Y que es una auténtica esponja. Y atrevido. Y suelto. Y que es el único que recita, orgulloso, la lista de sus compañeros de junta. Y que la cámara le quiere. Y que es capaz, incluso, de meter en un aprieto al mismísimo De la Morena y acabar interrogando al dueño de la madrugada deportiva. «En definitiva –explica Roig, en uno de los vetustos rincones del Avenida Palace–, que a su enorme sensibilidad culé añade una lógica aplastante y, sobre todo, una capacidad arrolladora para gestionar el

Barça con sentido común».

ESO Y, AUNQUE Roig se niegue a reconocerlo, que le garantizaba una campaña tranquila, dura, muy peleada, pero sin los sobresaltos que vivió en el 2003 cuando, ya en la primera reunión que tuvieron para dibujar el círculo virtuoso, Laporta respondió con insultos y tacos a muchos de los nombres y propuestas que Roig, Rosell o Soriano dejaban sobre la mesa con la idea de generar una sana y fructífera lluvia de ideas o brainstorming.

El equipo de Roig se irá a dormir hoy con la misma sensación que se fue el 14 de junio del 2003, convencido de que han dado la vuelta a las encuestas. Y eso que empezaron fatal. Los primeros dos meses los invirtieron en intentar que su candidato aumentase en notoriedad. «Fracaso total, nadie nos hizo caso».

Emborronaron más cuartillas y decidieron reproducir las condiciones del 2003, adjudicando el papel del favorito Lluís Bassat a Sandro Rosell y presumiendo de que Benedito, el Laporta del 2003, crecería y crecería hasta la batalla final. Rosell se adelantó a la jugada y, con más eco mediático en aquellas fechas, trató de darle la vuelta a la tortilla y provocar el todos contra Sandro, que un pícaro y deslenguado Benedito ha terminado convirtiendo en todos contra mí al demostrar y hacer creer a los demás que «Rosell, Ingla y Ferrer son más de lo mismo, hijos del laportismo, poderosos, millonarios –para avalar los 58 millones yo necesito 46 familias y ellos tienen suficiente con 17– y líderes del resentimiento».

Hay tuneados y tuneados. Este es de los buenos, sin el estridente chumba, chumba. Puede que a este original Corsa le falte glamur, pero igual mañana los socios culés le ceden su mejor plaza de párking. ¡Al loro! ¡Que no está tan mal!