Anfield, lo mejor del Liverpool (I)

EMILIO PÉREZ DE ROZAS / ENVIAT ESPECIAL / LIVERPOOL

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Anfield, el viejo y carismático estadio del Liverpool, no debería desaparecer nunca. El barrio en el que está enclavado hace ya tiempo que está destinado a otros usos y las pequeñas casas, pretéritas, inservibles, desalojadas, que rodean al mítico campo están deshabitadas. Es una lástima, pues Anfield, no solo está repleto de recuerdos, de gestas, de mitos, de sueños, sino que aún representa la esencia del fútbol. Del fútbol inglés, que sigue siendo el fútbol de verdad. Todo lo demás son especulaciones.

En ese estadio, donde ayer Liverpool y Everton, los dos equipos de la ciudad de los Beatles, protagonizaron el derbi más lamentable, soporífero e insufrible (0-0) de los últimos años, es donde el Barça se jugará, el próximo 4 de marzo, su ser o no ser en la Champions. Y en ese estadio, allí en la esquina de la grada mítica The kop, emerge la figura del no menos legendario Bill Shankly, entrenador que hizo historia en los reds y que, desde su pedestal, con sus inmensos brazos de cobre abiertos recibe a los visitantes recordándoles su mejor frase: "El fútbol no es una cuestión de vida o muerte; es mucho más que eso".

Peregrinación a la meca

Pero Anfield, amigos, va a desaparecer un día de estos. Y si aún no han ido, deberían de anotarse esa excursión entre sus próximos deberes. Anfield, ahora malamente pisoteado por Reina, Finan, Carragher, Agger, Riise, Pennant, Alonso, Gerard, Bellamy, Crough y Kuyt, representa la esencia del fútbol. Como The Cavern, el local en el que se iniciaron John, Paul, George y Ringo. Y como la caverna, Anfield también será borrado del mapa de Liverpool. Cierto, hay otro Cavern, enfrente del derruido edificio, pero ya no es lo mismo. En el 2010, el Liverpool, propiedad posiblemente de un norteamericano amigo de los Bush, que parece haberle ganado la vez al jeque de Dubai que quería comprar el club, inaugurará su nuevo estadio. Ya no será Anfield. Ya no será el Liverpool. Allá ellos.

Cántico memorable

Es muy posible que el duelo Liverpool-Barça sea de las últimas cosas grandes que se vivirán en Anfield. Sobre todo porque la eliminatoria ha de morir, o vivir, en ese estadio vetusto. En el lugar donde ayer 44.234 espectadores, casi totalmente vestidos de rojo, procedentes de un montón de rincones de Gran Bretaña, Noruega (donde el club tiene 10.000 socios) y Dinamarca (donde hay 8.000 fieles), volvieron a entonar con pasión su himno favorito You'll never walk alone (tú nunca caminaras solo), poniendo la piel de gallina a aquellos que, simplemente, eramos espectadores.

Esas gentes que llenan Anfield llevan en su corazón a los reds. Lo malo es que el equipo de Rafa Benítez, al que los hinchas del Everton no cesaron de insultar ayer al grito de "¡fat spanish waiter" (gordo camarero español), no parece atravesar su mejor momento. Ayer jugó uno de los peores partidos de la temporada y el Everton del españolito Mikel Arteta no les dio opción alguna para ganar. "Cuando un equipo considera que el empate es un buen resultado", comentó Benítez al término del partido con cara de pocos amigos, "no se puede hacer mucho. Solo considerar que ese equipo no es un grande. A los grandes solo les sirve ganar y el Everton hoy (por ayer) solo ha venido a empatar".

Benítez, que incomprensiblemente solo hizo un cambio (el veterano Fowler entró por Bellamy, cuando quedaban seis minutos), lamentó el empate y el juego de su equipo, reconociendo: "Jugando así no podemos eliminar al Barça". Pero añadiendo, después: "El duelo con el Barça no será así, ni en el Camp Nou ni aquí. Eso es seguro. ¿Por qué?, porque el Barça no es el Everton. El Barça juega y deja jugar. Y el Barça siempre quiere ganar, no como el Everton que se ha conformado con colocar nueve o

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