8M: las trabajadoras precarias dicen basta

Limpiadoras, empleadas del hogar y geriátricos y otros colectivos de trabajadoras precarizadas conforman uno de los sectores más afectados por la pandemia. Dos años después de recibir el aplauso general, sus condiciones siguen lejos de estar a la altura del reconocimiento que entonces se les brindó. El 8M de este año pone el foco en las precariedades y sus trastiendas.

Texto: Núria Marrón
Fotos: Jordi Cotrina, José Luis Roca, Anna Meneses y Ricard Cugat

Hace ahora justo dos años, parecía que la pandemia y el confinamiento habían hecho aflorar, con la fuerza de un géiser, todos aquellos trabajos esenciales y precarizados –muchos de ellos desempeñados por mujeres, como cuidadoras, cajeras y limpiadoras– sin los que la vida entra en colapso. Cuidados, vulnerabilidad e interdependencia se convirtieron en el estribillo impenitente de aquellas largas semanas y sociólogos como Alain Touraine, quizá en un ejercicio de optimismo, llegaron a decir que la crisis iba a "empujar hacia arriba a los cuidadores".

ROSA PADILLA
Empleada del hogar (Micaela)

La realidad, sin embargo, ha sido bastante más tozuda. La pandemia ha penalizado el empleo femenino y en especial los sectores del llamado 'suelo pegajoso', los que desempeñan tareas tradicionalmente vinculadas a las mujeres y que, por ese mismo hecho, han sufrido 'sequía' de estatus, retribución y derechos. Por ejemplo, en el subsuelo del festín económico del Mobile World Congress, una camarera de piso de hotel sigue cobrando 1,5 euros por limpiar la habitación. Y al cuidado de grandes dependientes a menudo continúa habiendo una mujer explotada sin derechos básicos como la prestación por desempleo.

¿Pero no iba a cambiar la crisis del covid el reconocimiento hacia estos trabajos? La profesora de Derecho del Trabajo Ana Murcia, de la Universidad de Valladolid, estima que la pandemia sí ha descorrido el velo de "las pésimas condiciones de estos sectores y por primera vez se les empieza a atender con medidas como el aumento del Salario Mínimo Interprofesional, aspectos de la reciente reforma laboral como el freno a la temporalidad y los contratos por obra, y el compromiso de ratificar el Convenio 189 de la OIT", que deberá reconocer el derecho al paro a las empleadas del hogar.

Rosa Padilla
"Yo ahora trabajo en una casa con contrato y horario, pero las empleadas domésticas vivimos en la inestabilidad. Te pueden despedir en cualquier momento sin derecho al paro ni a indemnización. Se ha visto durante la pandemia. Sé de mujeres que de un día para otro se quedaron en la calle o que han sido obligadas a trabajar estando enfermas. Incluso conozco a una interna a la que la familia abandonó a las puertas del hospital sabiendo que al salir no tendría donde ir. Ante tanta injusticia, ha llegado la hora de rebelarnos. Creo que estamos peor que hace dos años porque nuestro trabajo sigue sin reconocerse. La ley de extranjería garantiza mano de obra explotable y parece que nosotras debamos pagar los platos rotos de una ley de dependencia sin inversión. No puede ser que haya mujeres sin papeles trabajando sin apenas descanso por 600 euros a cambio de que las regularicen al cabo de tres años. Al igual que pasó con la violencia machista, los cuidados deben salir del ámbito doméstico y contar con políticas públicas e inversión. Residencias. Centros de día. Ayudas a las familias. Queremos derechos básicos y que se respeten. Hemos dicho basta y señalaremos a quien haga falta, empezando por las agencias de colocación. No vamos a ser las esclavas de nadie". | Núria Marrón

MIRIAM SUÁREZ
Camarera de planta de hotel. Miembro de las Kellys

Sin embargo, para la socióloga Sara Moreno, profesora de UAB especializada en trabajo y desigualdades, se está perdiendo la oportunidad de dar un auténtico volantazo a la situación. "Hace dos años parecía que podía haber un revulsivo, pero estos sectores siguen en los mismos niveles de precariedad; la recuperación ha seguido una lógica productiva: no se ha entendido que la atención a las personas y todo lo que envuelve a los sectores más feminizados también eran imprescindibles para hacer una gestión de la crisis diferente», afirma la investigadora.

"Hay que entender que el suelo pegajoso, y no el techo de cristal, es el problema de la mayoría de mujeres trabajadoras", afirma la socióloga Sara Moreno

"Los medios y las políticas suelen focalizarse en la brecha salarial y en el techo de cristal, que incumbe a una minoría, pero hay que entender que ese suelo pegajoso es el problema de la mayoría de mujeres en el mercado laboral", añade Moreno, que recuerda una frase del colectivo de las Kellys: "Cada vez que una mujer rompe el techo de cristal, otras 10 estamos recogiendo los vidrios del suelo".

Miriam Suárez
"La reforma laboral de Rajoy dio luz verde a la externalización del servicio de las camareras de piso, el pilar enterrado del negocio hotelero. Saltamos del amparo del convenio de hostelería a los contratos por obra y servicio: menos categoría laboral y más inseguridad jurídica. Hacemos 25 habitaciones en 5 horas, a 1,5 euros cada habitación, bajo una presión insoportable: si no terminas, no cobras. Muchas sufren dolores y depresión. En 2017 dijimos a la patronal y los sindicatos que no aceptábamos la externalización. El Parlament aprobó en 2018 el ‘sello de trabajo justo’ que no se ha desarrollado. Llegamos a Bruselas. El desamparo fue total durante el estado de alarma (el 35% fueron despedidas, sin paro ni ayudas, condenadas a ir al comedores sociales y al desahucio). ¡Nos dejaron atrás! Y el Gobierno de PSOE, que se había comprometido a poner fin a la externalización, ha vuelto a darle legitimidad. Hemos agotado la vía política y dicho basta. Estamos desarrollando una central de reservas con el sello de calidad. Queremos crear un mundo limpio, bello y justo».|Núria Navarro

NÚRIA SOTO
'Rider'

El primer golpe de la pandemia, por ejemplo, fue terrorífico para el servicio doméstico, compuesto por un grueso de mujeres migradas y el gran cuarto de las escobas del mercado laboral. El recuento de atropellos lo aportan las propias trabajadoras que aparecen en este reportaje. Internas confinadas junto a las familias echando más de 15 horas al día. Mujeres que seguían cuidando de personas dependientes sin medidas de protección. Otras que, sin papeles, salían a trabajar muertas de miedo bajo riesgo de ser identificadas y multadas. Muchas, además, se vieron en la absoluta intemperie: sin trabajo, ni paro, ni indemnización. Y cuando más tarde el Gobierno aprobó la prestación extraordinaria para el sector, un grueso se quedó al raso por no cumplir los requisitos.

Nuria Soto
"Es un sector muy masculinizado, en el que faltan mujeres. En nuestra cooperativa (Mensakas) es una de las luchas que tenemos. En plataformas como Glovo existe la discriminación porque, aunque te vendan escenarios ‘cool’, de conciliación familiar, al final reproducen todas las discriminaciones actuales de una manera encubierta: a través del algoritmo, que lo es todo y por eso es tan hermético. En el día a día, ha habido muchas situaciones en las que el cliente se ha exhibido a una ‘rider’. Pero no solo es el cliente: la cadena de acoso empieza en el mismo trabajo, con los compañeros, sigue en el camino, que incluye el restaurante y la gente de la calle. ¿Por qué siempre me pitan o tengo problemas con vehículos que conducen tíos? Y esto hasta la entrega al cliente. Y después nos encontramos con que el sistema de reputación que evalúa a la ‘rider’, el propio algoritmo, no protege a la mujer sino que la expone. Es un sistema de coacción absoluto. Le da poder a la persona que te acosa".| Ignasi Fortuny

TERESA RAMÍREZ
Teleoperadora

De ahí a la 'uberización' de la pura supervivencia. "Con la pandemia, muchas mujeres han pasado a trabajar para las plataformas dedicadas al reparto, la limpieza y el cuidado de personas, que aportan aún más precariedad: con ellas pierden la capacidad de pacto [algunas han pasado de cobrar 10 a 5 euros la hora] y, sin derechos laborales, nadie se hace responsable cuando, por ejemplo, se sufre un accidente", explica Carmen Juares, cofundadora de Mujeres Migrantes Diversas y secretaria de Nuevas Realidades del Trabajo en CCOO.

Da cuenta Suárez también del caso "y abandono" de repartidoras que al entregar pedidos se han encontrado a hombres desnudos que al, no acceder a sus exigencias, las han penalizado y se han quedado tres días sin trabajar por la mala puntuación del servicio.

Teresa Ramírez
"Tenemos unos salarios patéticos: van de los 700 a los 1.100 euros. Hay dos categorías dentro del convenio que, después de la subida del salario mínimo, aún están por debajo. Es un sector sin jornadas completas porque las propias empresas no contratan por el máximo de la jornada del convenio. Y acabamos siendo una plantilla muy feminizada (80%) por las responsabilidades familiares, que sigue asumiendo la mujer. Yo llevo 20 y pico años en el sector y no he topado con actitudes despreciables al otro lado del teléfono, quizá por la experiencia, que sé cortar rápido la llamada. Pero alguna compañera sí que las ha sufrido. En los últimos años, se está moviendo algo en planes de igualdad. En nuestro sector estamos consiguiendo cosas, pero si las ayudas a la conciliación no llegan a los sectores masculinizados, al final, el peso del cuidado caerá siempre sobre las mimas, y eso te obliga a aceptar empleos con salarios bajos y renunciar a una carrera profesional". | Ignasi Fortuny.

ANNA PLANA
Pastora

Con este hatillo de agravios, los sectores más precarizados –organizados en los últimos años tras sentirse a menudo en un punto ciego entre el sindicalismo tradicional y el feminismo hegemónico– llegan al 8-M con un orden del día largamente desoído pero firme. "Hemos dicho basta, no vamos a ser las esclavas de nadie", afirma Rosa Padilla, de origen hondureño y miembro del colectivo Micaela.

Sus urgencias basculan entre el acceso a garantías laborales básicas y la regulación de los permisos de residencia, cuando no la abolición de la ley de extranjería, que aboca a muchas mujeres, especialmente a las internas, a situaciones de semiesclavitud y a un permanente estado de excepción vital, a causa de la gran cantidad de requisitos que se exigen para ir renovando los permisos de residencia. 

"A partir de ahí, también es necesaria una política laboral más estratégica", asegura la socióloga Sara Moreno, quien apunta hacia dos direcciones. Ahí va la primera: con el envejecimiento creciente de la población, asegura, la inversión en los sectores de atención a las personas generaría una ocupación intensiva en mano de obra más difícil de destruir ante una crisis económica y que "contribuiría al reconocimiento y valoración de los cuidados como empleo y, en consecuencia, a la mejora de sus condiciones laborales".

Anna Plana
"Cuando llegué a Llessuí, los pastores de la comarca, todos hombres y mayores, me decían que no duraría. Pero aquí sigo, 12 años después, con un rebaño de 15 cabras y 570 ovejas. Me tira la soledad y lo salvaje de la montaña, pero es un sector muy duro. Apenas da para sobrevivir. En cuanto a ser mujer, el gran tema es cuando decides ser madre. En mi primer embarazo aguanté hasta que empecé a sentir los primeros dolores en plena montaña. Las bajas te las tienes que pagar tú contratando a alguien, y las dimensiones del rebaño entonces no me daban para contar con un ayudante. En Francia, a diferencia de aquí, hay ayudas para la conciliación . Más allá de eso, el gran problema que tenemos es el precio irrisorio de la carne. Vale lo mismo nuestro cordero, criado al aire libre y que contribuye a mantener la montaña limpia, que el de las macrogranjas, con la sobreexploración y los bajos precios que implican. Pero los problemas del campo siempre quedan lejos. Parece que no contemos para nada". | Núria Marrón.

ISABEL ESPÍNOLA
Técnica auxiliar de geriátrico

Además, añade la investigadora, también se debería trabajar en dignificar y profesionalizar los cuidados, acreditar las competencias de muchas mujeres que ya se dedican y acercar a los hombres a estos sectores con el fin, también, de revalorizarlos. "Algunas empresas de servicios han visto que hay una demanda creciente e inabarcable de cuidados y están siguiendo la estrategia de la 'plataformización' del empleo, contribuyendo a su precarización –añade–. Si los estados no invierten para crear ocupación digna en el sector, al final lo acabaremos pagando todas: cuando seamos mayores necesitaremos que nos cuiden y eso se hará con más o menos calidad en la atención recibida y en las condiciones laborales de quienes trabajen cuidando".

Más allá de la mirada a futuro, lo que tienen claro las mujeres que aparecen en estas páginas –de la teleoperadora a la trabajadora doméstica y de la pastora y la 'kelly' a la auxiliar de geriátrico y la 'rider'– es que sus reclamaciones no acaban de entrar en la agenda política. Al fin y al cabo, el campo queda lejos y al mercado siempre le va bien tener asegurada mano de obra barata. Y aunque es cierto que en los últimos años las movilizaciones del 8-M han aportado nervio antirracista y de clase al feminismo, "al final cuesta mucho ir más allá del discurso de un día, cuando los problemas persisten todo el año y su resolución es fundamental si realmente queremos construir una sociedad vivible y democrática para todas las personas", afirma Juares.

Isabel Espínola
"Tengo a mi cargo a una decena de personas mayores dependientes. Son personas, no cajas de zapatos, y hay que tratarlas con dignidad y cariño. Hay que asearlas, vestirlas, alimentarlas, medicarlas, acompañarlas y dar sentido a su mundo, que a menudo se limita a mi voz y mi rostro. Es mucha responsabilidad, pero lo hago con gusto, es vocacional. Es un trabajo duro, casi siempre hecho por mujeres, pero esto no va de ser maternal, sino de tener una paciencia infinita. Solo aspiro a cuidarles como me gustaría que me cuidaran a mí. Lo que siento es no poder hacerlo como quisiera por falta de medios y personal. Es lamentable las condiciones en que trabajamos en las residencias. Se necesitan manos, muchas, sobre todo después de la pandemia, que ha ahuyentado a infinidad de trabajadoras. También echamos en falta apoyo y reconocimiento. Este es el trabajo más ingrato del mundo porque, a menudo, las personas que atendemos no están en condiciones de valorarnos, pero sus familias tampoco lo hacen. No hay dinero para pagar el servicio que prestamos, pero nuestra nómina apenas supera los 1.000 euros. Este es el precio de haber pasado los dos últimos años en un auténtico frente de guerra, yéndome a casa a diario con miedo a contagiar de covid a mi padre, también dependiente, y con la congoja de no saber cuántos de los abuelos que cuido seguirían vivos a la mañana siguiente. Por eso, cuando nos dieron el premio Princesa de Asturias a la Concordia, me hice una chapa y me la puse en la bata. Mi trabajo es duro, pero me siento orgullosa de hacer lo que hago".| Juan Fernández

Este reportaje se ha publicado en EL PERIÓDICO el 6 de marzo de 2022

Textos: Núria Marrón, Núria Navarro, Ignasi Fortuny y Juan Fernández
Fotos: Jordi Cotrina, José Luis Roca, Anna Meneses y Ricard Cugat
Coordinación: Rafa Julve