La epidemia del desamor

¿Por qué cuesta tanto enamorarse en la edad de la libertad sexual y las citas en serie?

En la edad de las aplicaciones de citas y los amores en serie, parece que, contradictoriamente, enamorarse se ha vuelto algo extraordinario.

¿Por qué? Del 'ghosting' a la exasperante incertidumbre y de las 'apps' de ligue a las decepciones, la ansiedad y el hartazgo, nos adentramos en la fatigante trastienda del desamor.

Empecemos. Volver a la soltería a los cuarenta y tantos, después de largas relaciones de pareja, ha sido para Eva y Pablo como regresar a una cama que recordaban cálida y prometedora pero que ahora, de pronto, anda revuelta, fría e incierta.

Por ejemplo, no entienden por qué la gente aparece y desaparece sin dar explicaciones; por qué las citas se han convertido en un no-lugar a medio camino entre elegir un producto en un súper virtual y una fatigosa entrevista de trabajo y, sobre todo, por qué lo que empezó con una cierta ilusión de aventura es, un puñado de meses más tarde, una suma de “resquemores y descalientos que te van haciendo mella” y van engrosando esas bolsas de miseria sentimental que por lo visto caracterizar las relaciones sexoafectivas del siglo XXI.

'Ghosting'

"Si cuando estábamos juntos, tú creías que todo iba bien, ¿qué estaba pasando en realidad? ¿El otro estaba fingiendo? Querrías tener esa conversación que nunca llegará".

Ana, 38 años

"A veces pasa que quedas con una chica, crees que todo fluye y, de pronto, pluf, desaparece y te bloquea. Te quedas humillado, sin entender nada".
Pablo, 49 años

Sin duda, la llamada industria de la felicidad y del emprendimiento emocional -junto con hermanastras como la moda y la belleza- podría ir, presta y veloz, al encuentro de Eva y Pablo para brindarles un sinfín de consejos, productos y terapias prescritas para mitigar esa ansiedad que parece anidar en las relaciones contemporáneas.

¿Te quieres enamorar? Tú puedes. Esfuérzate. Protégete. Tú eres lo más importante. ¿Quieres hacer el favor de cuidarte y arreglarte un poco más? Como si el amor se encontrara en una tabla de Excel o al final del arcoíris del alto rendimiento.

Como si, al fin y al cabo, las dificultades afectivas no estuvieran a menudo más allá de nuestras elecciones individuales y como si sociólogos y filósofos no llevaran tiempo dándole vueltas, no sin cierta obsesión, a por qué “estar enamorado –en palabras de Liv Strömquist, autora de ‘No siento nada’- se ha convertido en algo cada vez más extraordinario”.

Incertidumbre

"Ahora tengo una relación que no sabría calificar, es alguien con quien de vez en cuando quedo, pero no hacemos planes más allá de a una semana vista".

Eva, 47 años

Los mercados del deseo

En su último libro, ‘El fin del amor’, Eva Illouz, socióloga y gran jefa de la investigación afectiva, mantiene que hoy día “la característica más común y corriente de las relaciones sexuales y románticas es el acto de abandonarlas".

"De alguna manera -añade-, el capitalismo tardío nos entrena para desechar vínculos y pasar rápidamente a la siguiente transacción”.
Eva Illouz

Lo que viene a decir la investigadora en términos menos sesudos es que el narcisismo extremo (esa catedral del yo aterrorizada ante la vulnerabilidad que supone cualquier vínculo afectivo) y el consumismo han colonizado las relaciones y la libertad sexual hasta convertirlas a menudo en una especie de consumo de cuerpos y experiencias en el que la otra persona, intercambiable con otros miles más (al menos en nuestras cabezas), prácticamente ni existe.

"Tratamos las citas como si fueran una transacción en la que tomas solo lo que te sirve"

“Queremos el bote salvavidas y el oleaje, tenerlo todo y que los demás se arreglen como puedan, y no es algo exclusivo de los varones heterosexuales confundir amor libre con amor gratis", añade la escritora Tamara Tenenbaum (Buenos Aires, 1989), autora de un libro con, significativamente, el mismo título que el anterior, ‘El fin del amor’, pero con un apellido con más rock'roll: ‘Amar y follar en el siglo XXI’.

"Hay pocas cosas -añade- más útiles al sistema que el deseo de usar a los demás y descartarlos como si fueran cosas para luego conseguir otras nuevas”.

Es, continúa Tenenbaum, como replicar la obsolescencia programada de los móviles con las personas y los afectos”. La lógica del mercado aplicado al ámbito de los afectos es pues tratar el encuentro con el otro -prosigue- como si fuera una transacción en la que tomas solo lo que te sirve y te despreocupas del daño que puedas hacer en el camino porque “no es mi responsabilidad, si no somos novios ni nada”.


Eva, la mujer con la que encabezábamos el artículo, lo dice de otra manera:

“Hay mucha gente que ni dice ni sabe lo que quiere. Además, como hay acceso a tanto, todo da un poco igual y se acaba actuando sin una mínima honestidad o cuidado porque se piensa que al día siguiente encontrarás a otra persona”.

Si una idea o fantasía, no exenta de ansiedad, caracteriza estos tiempos es pensar que ahí fuera siempre puedes conseguir algo mejor.

El gran súper de las citas

"En Tinder, siento que estoy frente a un catálogo, en el que con una foto y una explicación breve, debo decidir si aquello me gusta o no. Solo me conecto cuando estoy aburrida".

Núria, 35 años

"Te dicen que con las aplicaciones conoces a gente nueva, pero es como ir al súper y a probar y elegir zapatillas: 'Estas son cómodas, aquellas bonitas'".
Pablo, 49 años

¿Tengo una relación?

“El lenguaje no ha avanzado al ritmo de los tiempos, no hay palabras exactas para llamar a esas relaciones que tenemos cuando no estamos en una relación”, afirma Emily Witt en ‘Future sex’. Sobra decir que el advenimiento de las aplicaciones de citas, con Tinder con la corneta de la edad del flirteo exprés, ha brindado grandes dosis de variedad y confusión a todas esas situaciones que conforman el auca del amor (o desamor) rápido.

"No hay palabras exactas para llamar a esas relaciones que tenemos cuando no estamos en una relación”, afirma Emily Witt

Algunas de ellas las tienen apuntadas en estas páginas. Ahí van un puñado. A menudo no sabes si tienes (o no) una relación con alguien con el que te estás viendo durante meses y nunca tienes claro qué terreno pisas.

Te repites una y otra vez que no volverás a abrir el Tinder “porque requiere mucho tiempo y disponibilidad, y un día estás aburrida y te conectas de nuevo, con abulia”, explica Núria, de 35 años.

Y venga, vuelta a empezar. El ‘match’. La conversación por Whatsapp. Tu presentación. La cita. La frustración.

O, en el mejor de los casos, una pequeña llama de sintonía que tiene muchos número de acabar en el ya célebre ‘ghosting’: las desapariciones súbitas, a menudo seguidas de reapariciones no menos desconcertantes.


“Tú crees que todo está yendo bien y de la noche a la mañana, plof, se esfuman y te bloquean sin explicaciones. Y te quedas, humillado, preguntándote qué ha podido pasar”, explica Pablo.

“Es algo que te deja tocada –añade Ana, de 38 años-. Si cuando estábamos juntos, tú creías que todo iba bien, ¿qué estaba pasando en realidad? ¿El otro estaba fingiendo? Querrías tener una última conversación”.

Eva, por su parte, dice que ha ido "pasando por todas las fases". En apenas dos meses, la ilusión por conocer a alguien "para quedar o ir al cine" ya se había transformado en un gran desconcierto ante lo que se iba encontrando.

"Entonces me dije: ‘Da igual, solo quiero sexo’, pero ni siquiera para eso. Te lían... Sí pero no, te llamo pero luego no te llamo. ¿Qué necesidad hay de no decir la verdad, de no ser claro?”.

Encuentros que parecen pruebas

"A veces me sorprendo buscando defectos en el otro para descartarlo o sintiéndome como si tuviera que pasar un examen”.

Ana

"Te da la sensación de que permanentemente estás pasando un examen físico o una entrevista de trabajo".
Núria

La era Tinder

No abriremos aquí un juicio sumarial contra Tinder y las aplicaciones de citas, porque, al fin y al cabo, ya han pasado mucho tiempo en el banquillo de los acusados y, aislados como estamos, en su defensa podría decirse que se han convertido en un instrumento para conocer a gente.


Sin embargo, es indudable que con las aplicaciones -que toman datos de las redes sociales y sus algoritmos van 'rankeando' el atractivo y el estatus de los usuarios para mostrar a cada uno perfiles de belleza y clase homologables-, la metáfora del mercado del deseo se ha hecho literal.

De entrada, decides comprar o no apenas echando un vistazo de uno o dos segundos a cada candidato. No hay espacio para ese ‘je ne sais quoi’, ese misterio arrollador, que puede aflorar en el contacto físico, por lo que las decisiones son puramente evaluaciones de cálculo rápido.

Me gusta la frase. La camisa es aceptable. ¿Y la cara? La foto, en efecto, se erige en el gran 'clickbait' de todo este negociado, por lo que –y ahí llevan razón sus detractores- es cierto que, quizá, nunca antes el atractivo estrictamente visual había sido tan importante.

El diseño de las 'apps' está pensado para hacer sentir poder al usuario: vas descartando candidatos con una rapidez insólita en otros ámbitos.

Así, la sensación de estar ante un “catálogo” o ante la “estantería de un supermercado global” en el que se “cogen y se dejan cosas con absoluta frialdad”, dice Eva, desemboca luego en citas en las que los implicados a menudo se ven alternando, dependiendo del momento, los papeles de una entrevista de trabajo.

“A veces me sorprendo a mí misma buscando defectos en el otro para descartarlo -admite Ana- o sintiéndome como si tuviera que pasar un examen”.

Difícilmente una cosa tan intangible como el flechazo surgió de una hoja de cálculo. ¿Quieren una anécdota? En su libro, Illouz afirma que incluso el diseño de las aplicaciones está pensado para hacer sentir poder al usuario.

Haciendo correr el dedo hacia la izquierda, vas descartando candidatos con una rapidez y poderío insólitos en otros ámbitos de la vida. Y luego, claro, está el arrojo que confiere la virtualidad.

“Ahora, lo más normal es que, nada más abrir la aplicación, alguien sin foto de perfil te envíe una imagen de su pene –las célebres ‘fotopollas’, en argot del género- antes de decirte hola qué tal”.
Víctor, analista de datos de 24 años

Imágenes sexuales antes de las presentaciones

"Lo más normal es que, nada más abrir la aplicación, alguien sin foto de perfil te mande una imagen de su pene antes de decirte hola qué tal". Víctor, 24 años.

El 'factor género'

A estas alturas de la pieza, no estaría de más recordar que a/ muchos de estos infortunios cotidianos son inevitables y que la libertad siempre implica ponerse en peligro y vivir decepciones, y b/que, aunque a los varones también les rompen el corazón, “la mayoría de historias que quedan en nada, esas donde el 'leitmotiv' central es la apatía y el desinterés, las que más suelen sufrir son las chicas”, apunta Tenenbaum.

Así pues, a tenor de las investigadoras, las mujeres parecen partir con desventajas evidentes en este gran bazar del deseo.

Por un lado, los mandatos físicos siempre han sido más exigentes sobre ellas –ahí está, si no, todo ese vasto historial de la industria de la moda y la belleza fomentando las inseguridades femeninas-.

Y, por el otro, tradicionalmente, han estado más socializadas en los vínculos, la reciprocidad y el apego. Además, sobre las mujeres también pesan el mandato social de la maternidad, en el que la edad aprieta, y ese viejo estigma de verse soltera –ya conocen el cliché de la loca de los gatos- para la posteridad.

"La mayoría de historias que quedan en nada, esas donde el 'leitmotiv' central es la apatía y el desinterés, las que más suelen sufrir son las chicas".

Sin embargo, en esta gran trastienda de los sinsabores, hay un factor más. En la masculinidad contemporánea, señala Liv Strömquist, “se transfiere al sexo y a la sexualidad el control que antes se ejercía en el hogar, por lo que las relaciones se transforman en el ámbito donde pueden expresar y exhibir su autonomía y mandato”.

De ahí, añade, todo ese tutorial tan cotidiano del desapego emocional y sexual que bascula entre “no contestar los mensajes y dejarlos en visto, no presentar las relaciones a los amigos, engañar, mostrarse siempre ambiguo, negar el vínculo o aparecer y desaparecer sin dar explicaciones”, explica la escritora Coral Herrera, autora de ‘El contrato amoroso’.

Un ritual aún naturalizado, añade, por todas esas ideas vinculadas al amor romántico sobre que “quien bien te quiere te hará llorar” o que el “amor es un río de aguas turbulentas”.

Hartazgo y fatiga

"A veces siento un gran hartazgo. Me digo que lo dejo una temporada, que ya estoy harta de tratar con gente tan destartalada". Eva

¿Y ahora qué?

Pues en este tránsito del amor romántico al amor de consumo, sobre todo los más jóvenes andan ensayando nuevas formas que rompen las costuras de las viejas relaciones heterosexuales.

Por ejemplo, Víctor tiene con su novio una pareja abierta “en la que todo está muy hablado”. Y María, estudiante de máster, intenta tejer redes afectivas más allá de la pareja convencional y la monogamia. Ella, como Víctor, tiene claro que la precariedad y la inestabilidad del tardocapitalismo actúan como un gran disolvente de afectos profundos, ya sean de pareja o de amistad.

Y, sobre todo, consideran que la falta de cuidado y honestidad no tiene por qué ir ligada ni con la temporalidad de la relación ni con el número de personas que estén implicadas.

Desde luego, llevan razón en que la pareja tradicional -que siempre ha estado en lo alto de la jerarquía de los afectos y los cuidados- tampoco ha sido ninguna garantía de igualdad y apoyo mutuo.

La pandemia

"Claro que el covid ha impactado en la soltería: se ha tenido que ir con mucha cautela". Núria

"La pandemia ha debilitado las relaciones más allá de la pareja, que ha tenido una gran centralidad. Hemos estado mucho más separados los unos de los otros".
María, 24 años

Así pues, frente a este boscaje de incertidumbres, Tamara Tenenbaum apuesta por huir de viejas nostalgias.

“Prefiero tratar de entender que estamos aprendiendo, que aún no sabemos del todo cuáles son las alternativas a los modelos que heredamos y que quizá no lo sepamos nunca”, afirma, aunque sí arroja algunas ideas para escapar de ese círculo vicioso que lleva del suplicio de la soltería al de una pareja infeliz.


La primera es atender de una vez los deseos propios sin precarizar al otro. Y la segunda, tejer relaciones en sentido amplio.

"Se habla mucho de cómo el covid ha afectado a la soltería”, cuando su gran impacto, añade, ha sido en los lazos comunitarios, que deberían mitigar lo que ella llama “la inflación de la pareja”.

“Si nuestras vidas están organizadas en torno a ella y fuera de ahí no contamos conv ínculos genuinos, por supuesto tener citas va a ser algo muy estresante porque vamos a estar permanentemente haciendo 'castings'.

Pero si mantenemos relaciones más generosas en términos comunitarios, amistosos y familiares, la cuestión amorosa seguirá teniendo sus momentos difíciles o angustiosos, pero seguramente no resultará tan trágica como a veces parece ser”. ⚫