Opinión | QUEMAR DESPUÉS DE LEER

Laura Fernández

Laura Fernández

Escritora y periodista

El lado oscuro de la generación 'beat'

Días atrás se celebró el centenario del nacimiento de Jack Kerouac y se evitó, una vez más, hablar de los monstruos que generó lo ‘beatnik’, de su crueldad casi infantil. Un aspecto que ha quedado oculto por su necesaria reivindicación de la libertad, de la que, por fortuna, hicieron literatura

El lado oscuro de la generación beat

El lado oscuro de la generación beat

En un delirantemente hipnótico relato de T. C. Boyle–el escritor que más y mejor ha ampliado el campo de batalla de, a la vez, Charles Dickens y Robert Coover–, un aspirante a escritor fan de Jack Kerouac visita al mismísimo Jack Kerouac. A su abrasiva y divertidísima manera, Boyle desmitifica, con una narración que se tambalea y arremete sin remedio contra todo lo que encuentra, no únicamente a Kerouac sino a toda la, en muchos sentidos, caprichosa, infantil y sobreprotegida generación beat. En el relato, titulado simplemente 'Beat', Kerouac vive con su madre –que acaba disfrazada de Santa Claus porque es Navidad–, y no parece más que un chiquillo que sale a fumar y a beber y a destruir todo lo que toca fuera, mientras dentro sigue comportándose como un niño mimado. Y la sátira funciona certera y dolorosamente porque solo exagera lo real.

Existe un lado oscuro, y violento, un lado desequilibradamente cruel, de una crueldad ligada a la irresponsabilidad de la niñez, y de la adolescencia, en la generación beat. Y es un lado que ha quedado oculto una y otra vez por la necesaria reivindicación de libertad que le dio sentido. Sí, eran tipos que querían dejar de hacer lo que se suponía debían hacer –trabajar, casarse, tener hijos, seguir trabajando, morir, y tal vez haber estudiado, o quizá, el horror, haber tenido que alistarse para participar en algún tipo de incomprensible guerra– para limitarse a dejarse llevar, subir a un autobús y recorrer Estados Unidos sin que el destino importase lo más mínimo –porque la vida tiene un único destino, y no nos gusta– y lo hicieron literatura para que no se fuese a ninguna parte, para se quedase para siempre, por fortuna, con nosotros.

Familias feroces

Pero pensemos en Caleb Carr. Aunque también podríamos pensar en Jan Kerouac, la hija que Jack Kerouac nunca se dignó a reconocer, pese a que sabía que era suya, lo que la llevó a la locura de tratar de seguir sus pasos en busca de un reconocimiento que jamás llegaría. Pero pensemos en Caleb Carr. Caleb Carr, sí, el autor de 'El alienista', un historiador militar que creció a golpes en un hogar ferozmente disfuncional. Desde que supe que Caleb Carr, hoy un señor de 66 años, era hijo de Lucien Carr, el tipo que mató a cuchilladas a su supuesto novio –en realidad, un monitor de 'boy-scouts' que llevaba años obsesionado con él y al que no podía quitarse de encima– y al que Kerouac y William Burroughs ayudaron a deshacerse del cadáver, no he podido quitármelo de la cabeza.

William S. Burroughs, Lucien Carr y Allen Ginsberg.

William S. Burroughs, Lucien Carr y Allen Ginsberg. / Archivo

La historia se relata incluso en una novela que Burroughs y Kerouac firmaron juntos, y de la que escribieron un capítulo sí y otro no: 'Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques' (Anagrama). Pero nunca ha dejado de sorprenderme la facilidad con la que eludieron la cárcel. Carr fue condenado a 20 años, pero solo cumplió dos. A Kerouac lo libró su novia de entonces, Edie, que se hizo cargo de la fianza a cambio de que él se casara con ella. La cosa duró un año, y está contada en 'Los subterráneos' (Anagrama). El caso de Burroughs es simplemente de otro planeta. Porque años después mató a su mujer, Joan Vollmer, de un disparo en la cabeza mientras supuestamente jugaban a Guillermo Tell –"Oh, ponte esa copa en la cabeza, ¡verás cómo la hago pedazos desde aquí!"—, y pasó únicamente 13 días en una cárcel de México, alegando que había sido un accidente.

Carolyn con su marido, Neal Cassidy, y uno de sus tres hijos.

Carolyn con su marido, Neal Cassidy, y uno de sus tres hijos. / Archivo

Mujeres apartadas

La manera en el que las mujeres fueron apartadas –mediática y socialmente– del movimiento, pese a formar parte esencial de él desde el principio –y en algunos casos, brillar tanto o más que ellos, como cuenta Don Carpenter en la imprescindible 'Los viernes en Enrico’s' (Sexto Piso), algo así como el 'off beatnik'– está ampliamente detallado en el excelente 'Personajes secundarios', de Joyce Johnson (Libros del Asteroide). Aunque si se quiere ir mucho más lejos en la exploración de ese otro lado, recomiendo echar un vistazo a 'Cómo me convertí en Hettie Jones' (Árdora Edicions) y, sobre todo, 'Off The Road', de Carolyn Cassady (Escalera Ediciones), el epicentro (en femenino) del movimiento: Carolyn es la mujer a la que Neal, el muso de Kerouac, destrozó sentimental, económica y existencialmente.

Es curiosa, sin embargo, la forma en que otra de las grandes, Diane DiPrima, trata de fingir que es un tipo más (todo sexo y aventura) en 'Memorias de una beatnik' (Las Afueras) cuando sus poemas evidencian todo lo contrario. No, la mujer de Lucien Carr no escribió ningún libro. Pero sí lo hizo Caleb. No, ninguno de sus libros es aún un libro de memorias. Pero sí ha contado en alguna ocasión de qué forma su padre, que llegó a ser un gran editor en United Press, les maltrataba. Maltrataba a su madre, a él y a sus dos hermanos, y siguió haciéndolo incluso después de que ella se divorciara. "Creo que 'El alienista' me permitió exorcizar el demonio de mi tempestuosa relación con mi padre", ha dicho también. Hace no demasiado se celebró el centenario del nacimiento de Jack Kerouac. Y se evitaron, otra vez, todos esos monstruos.

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