Opinión

Lucía Etxebarria

Rosa López, el hambre emocional y los endocrinos sádicos

rosa lopez

rosa lopez / Ferran Nadeu

Hace exactamente una semana se emitió una larga entrevista en la que Jordi Évole nos daba una imagen completamente distinta de Rosa López, la Rosa de España.

Y entonces me vino a la memoria un espectáculo lamentable que entonces, en su día, cuando lo presencié, no me lo pareció tanto.

Porque en el 2001 yo no me preocupaba tanto por aquel programa de televisión como por los problemas que tenía con mi novio de entonces (tema para otro artículo sobre relaciones muy tóxicas).

Quizá por eso no me escandalicé como debiera por el hecho de que en cada programa se anunciaban cuántos kilos había adelgazado Rosa, a la que habían sometido a una dieta en directo.

Hace veintiún años nadie hablaba sobre la gordofobia o el respeto a la diversidad corporal.

A Rosa se le sometió e una inspección semanal implacable.

Una tortura, y una humillación.

Y así de torturadas y humilladas se sienten, en ocasiones, tantas mujeres que acuden al endocrino intentando adelgazar, y aceptan pesarse en su consulta cada semana, para evaluar los progresos obtenidos con el tratamiento

Edurne y el endocrino paternalista

Edurne tiene 25 años. Pesaba 85 kg. Padece un problema de escoliosis severa. El especialista le sugirió que adelgazara para evitar una operación de espalda. Edurne fue a visitar a un endocrino y salió de consulta con la famosa dieta de la fotocopia. Seguro que todas habéis visto una parecida. (De ser así déjame un comentario)

Cada lunes Edurne iba a la consulta del endocrino y se repetía el mismo proceso, la no menos famosa revisión semanal, en la que el endocrino te pesa y, si conviene, te revisa la dieta.

Uno de esos lunes, Edurne se presenta en la consulta y descubre que esa semana, en lugar de adelgazar, ha ganado dos kilos. El endocrino, con gesto circunspecto y expresión adusta, le echa un sermón sobre la fuerza de voluntad, el compromiso con las decisiones tomadas y la adherencia a la dieta.

Edurne sale de la consulta en medio de un torbellino rabioso de sentimientos encontrados. Se ha sentido humillada por la inflexión de la voz del médico, un tonillo admonitorio que le ha llevado de vuelta a su infancia.

Edurne ha vivido una regresión espontánea

Hablamos de regresión espontánea cuando un acontecimiento despierta una conexión emocional que impulsa a la persona a revivir otras situaciones de su pasado, que no se llegaron a resolver. En este caso la bronca del endocrino le ha recordado a Edurne a las broncas que le echaba su profesora cuando era niña y no aprobaba las matemáticas.

Edurne cae entonces en la trampa de los sesgos cognitivos.

Un sesgo cognitivo se refiere a una interpretación errónea sistemática de la información disponible. Una manera equivocada de descifrar la realidad que influye en la manera de procesar los pensamientos, emitir juicios y tomar decisiones,

En este caso, Edurne va a incurrir en tres sesgos:

  1. La catastrofización: O exagerar lo malo de la situación: “Menudo desastre, qué horrible ha sido todo, no soporto más esta situación con el endocrino”.
  2. La etiquetación: El ponerse etiquetas y definirse desde el “soy” y no desde el “he actuado así en este momento”. Edurne se dice: “Soy una inútil, una irresponsable, una frívola, no tengo fuerza de voluntad”.
  3. El todo o nada: O verlo todo en blanco y negro, sin matices de gris. “Si no sigo la dieta al cien por cien, sin saltármela nunca, es que no tengo fuerza de voluntad”.

En realidad nadie es un desastre solo por saltarse una dieta, lo que le ha sucedido a Edurne nada tiene que ver con la fuerza de voluntad y eso no es el fin del mundo. Edurne no es capaz de verlo así y decide no volver a ese endocrino y mandar la dieta a freír espárragos.

Hablemos de hambre emocional

Ahora analicemos lo que ha pasado con Edurne.

El viernes por la noche Edurne salió de tapeo con sus amigas. Mientras todas las demás estaban bebiendo cerveza, Edurne iba pidiendo cervezas sin alcohol. Entonces su “muy mejor amiga” Elena le empezó a tentar: "Edurne, cari, por una cervecita tampoco pasa nada… y, además, yo he leído que hay dietas en las que te puedes tomar dos cañas a la semana, y de hecho mi prima hizo una dieta disociada que...".

Elena ataca con el famoso boicot al cambio que muchos habréis experimentado por parte de amigos o familiares. Y la explicación la podemos encontrar en la teoría sistémica.

La psicología sistémica entiende las relaciones como sistemas. Sobre todo, las relaciones familiares, pero también las relaciones que ser dan en cualquier grupo estable, como los entornos de trabajo y los grupos de amigos. Y explica que cuando, dentro del grupo, uno de los componentes inicia un cambio de actitud, es normal que alguno de los otros boicotee el proceso terapéutico, porque al notar los cambios se desestabiliza el sistema.

Los grupos de amigos o las familias constituyen sistemas que suelen partir de unas normas y creencias no explícitas, y unos roles asignados. En el caso de este grupo de amigas, Edurne tiene un rol muy claro, el de la gordita simpática, y Elena siempre ha adoptado otro, el de la lideresa buenorra. Pero cuando Edurne adelgaza, el sistema se desestabiliza. Porque Edurne se ha convertido en un imán de miradas que amenaza con desbancar a Elena de su posición en el sistema.

Quizá algunas de entre las que me leen han experimentado esos intentos de boicot a sus dietas o a su cambio de hábitos por parte de amigos y familiares. De nuevo, me encantaría leer vuestras experiencias en comentarios.

Seguimos: Edurne se bebe la primera cerveza. y después llega la segunda, y la tercera, y la cuarta. Porque cuando estás ligeramente achispadilla se te olvidan las buenas intenciones.

Después del tapeo, Edurne y su grupo de amigas se van a una discoteca. Y allí Edurne se dice que de perdidas al río y se pide un gintonic.

Y es en ese preciso instante cuando entra en escena Jon, el ex novio de Edurne.

Y entra en escena cogido de la mano de Alba, una compañera de trabajo.

Esto confirma las peores sospechas de Edurne. En los estertores de su relación Edurne sospechaba que Jon le era infiel con Alba, pero nunca habría podido confirmar sus sospechas. Ahora sí que las confirma. Como decía Lorca, no se puede ignorar la verdad cuando se planta frente a ti agitando los brazos.

Edurne apura su gintonic de un trago. Y pide otro.

La gran mayoría de las personas que están leyendo este artículo podrán confirmar por experiencia propia que el alcohol provoca hambre. Diversas investigaciones sugieren que el alcohol podría estimular a las neuronas orexigénicas, las células nerviosas situadas en el hipotálamo que son responsables del apetito. El alcohol también puede reducir el nivel de azúcar en la sangre, lo que a su vez puede despertarnos las ganas de azúcar y carbohidratos.

Así que cuando Edurne llega a casa, a las cuatro de la mañana, borracha y deprimida, se abalanza se sobre el armario de la cocina… donde encuentra unos Miguelitos.

Comida de confort

El padre de Edurne es camionero y, cuando Edurne era niña, siempre que volvía de un viaje le traía a Edurne Miguelitos de La Roda. Cuando Edurne tendría unos cinco años, su padre sufrió un accidente que le postró en una cama de hospital durante varios meses. Después de aquello, cada vez que el padre se marchaba tanto su esposa como sus hijas se angustiaban mucho pensando que el accidente podría repetirse. Los Miguelitos los asocia Edurne desde entonces a la tranquilidad del regreso del padre y también el afecto. Su padre le traía Miguelitos porque se acordaba de ella: los Miguelitos eran una prueba de amor.

Llamamos condicionamiento clásico o aprendizaje asociativo al hecho de relacionar dos estímulos: un estímulo neutral al que llamaríamos “condicionado” (aquí, los miguelitos) y unos valores que asociamos a dicho estímulo (aquí, tranquilidad y afecto).

Edurne ha fijado en su memoria desde que era niña esta asociación. De forma que no es de extrañar que se coma la caja entera. Es una forma desesperada de combatir la tristeza y la ansiedad que le ha producido ver a su novio.

Además, el alcohol desinhibe, de forma que Edurne no es capaz de usar su lóbulo frontal para imponer la razón frente a una decisión impulsiva.

Que levante la mano quien no haya tomado nunca malas decisiones alimentarias cuando bebe.

Esas asociaciones aprendidas que nos devuelven a recuerdos de la infancia o momentos de felicidad, esa asociación en las que otorgamos un valor simbólico a ciertos alimentos que nos proporcionan de inmediato una sensación de bienestar…

Esas asociaciones derivan en lo que llamamos comida de confort.

La expresión comida de confort se refiere a alimentos que evocan recuerdos nostálgicos y emociones positivas.

A la mañana siguiente Edurne se despierta con una resaca importante y con mucha hambre.

¿Por qué sentimos tanta hambre cuando tenemos resaca?

Este fenómeno ocurre gracias a los glucógenos y carbohidratos, que disminuyen considerablemente tras el bajón de azúcar. Un bajón de azúcar que Edurne, sin saberlo, se ha autoprovocado al beber alcohol. El glucógeno es la fuente principal de energía en el organismo… y, claro, hay que reponerla.

Esta ausencia de glucógeno provoca el hambre tan violenta que Edurne experimenta.

Para colmo, el alcohol deshidrata lo que provoca el antojo de comer salado, ya que la sal retiene líquidos.

Ahora se entiende por qué Edurne experimentó una necesidad tan brutal de comer patatas fritas.

De nada sirve una dieta si no escuchas a tus emociones

Si en lugar de haberse limitado a pesarle y a echarle el sermón el endocrino hubiera tenido una conversación tranquila y reposada con Edurne, en la que ella hubiera reflexionado sobre lo que había sentido el fin de semana y sobre las razones de su comportamiento, hubieran podido entender, ambos, por qué Edurne se había saltado la dieta.

Si hubieran podido hablar con tranquilidad, Edurne no habría tirado por la borda todo su esfuerzo. Muy al contrario, el lunes siguiente Edurne hubiera vuelto encantada de la vida al endocrino porque habría empezado a mantener una buena relación con él.

Y es que Edurne NO es una persona con poca fuerza de voluntad.

Diversos factores han influido en su hambre emocional: el boicot de su amiga, el condicionamiento clásico, la comida de confort, la desinhibición que provoca el alcohol el bajón de glucógeno y la deshidratación de la resaca… Y el hecho de que Edurne esté premenstrual, algo que el médico no ha tenido en cuenta

Pero ¿qué es exactamente el hambre emocional?

El hambre emocional se refiere al mecanismo psicológico por el cual utilizamos la comida para sentirnos mejor. Es decir, hablamos de un tipo de ansiedad que nos hace comer, aunque no tengamos apetito. Porque no comemos para saciar el hambre sino para gestionar problemas personales.

Comemos porque estamos sometidas a estrés, o porque estamos tristes o por mero aburrimiento. Comemos por soledad, por ansiedad, por ira, por frustración, por depresión, por baja autoestima.

El hambre emocional genera una necesidad de comer que nada tiene que ver con el hambre fisiológica. Comemos para sentirnos mejor, pero esa sensación es efímera, porque al alivio rápido le suele suceder un sentimiento de culpa cuando el estado de ánimo no mejora después del atracón.

El hambre emocional llega cuando la comida cobra una función principal en la gestión de las emociones.

Asociar emociones a comida no es negativo per se.

Compartir con la persona amada un coulant de chocolate como postre de la cena de San Valentín se reviste, obviamente, de un valor emocional, y eso es positivo. Pero canalizar por sistema los estados emocionales que resultan difíciles de gestionar a través del chocolate ya no es tan positivo, y de hecho puede conllevar complicaciones en la salud física y mental.

Cuando el hambre emocional nos trae problemas una dieta de fotocopia y un endocrino poco empático no nos va ayudar a adelgazar, más bien lo contrario.

Además, nos va a distraer de nuestros verdaderos problemas. Porque focaliza el problema en nuestro peso cuando el problema es otro. El problema es nuestra relación con la comida.

Por eso quizá Edurne, y quizá tú, que me estás leyendo, y quizá yo misma, que tampoco tengo precisamente la relación más sana del mundo con el chocolate, debemos pensar más en psiconutrición que en adelgazamiento.

Para aprender a prestar atención a las sensaciones corporales y a diferenciar el hambre física de la emocional.

Para prestar menos atención a la báscula o a la talla y más atención a nuestras emociones y conductas, a nuestro contexto social y a nuestras relaciones afectivas.

Suscríbete para seguir leyendo