Opinión | QUEMAR DESPUÉS DE LEER

Laura Fernández

Laura Fernández

Escritora y periodista

Hubo una vez una mujer pájaro

Es un misterio por qué el feminismo gótico y salvaje de Angela Carter, y sus historias en busca de una libertad en perpetua expansión, siguen sin encontrar su lugar en la narrativa contemporánea

angela carter, artículo laura fernandez

angela carter, artículo laura fernandez

Hubo una vez una mujer pájaro. O eso decía ella de sí misma. Que había nacido de un huevo. Se hacía llamar Fevvers. Se dedicaba al trapecismo. Y eso pese a que era enorme. Fevvers medía un metro ochenta y siete y pesaba ochenta y nueve kilos. Complicado sujetarse a un inestable trapecio, y alcanzar el siguiente con semejante tamaño, a menos que, como Fevvers, se tengan alas. Alas que tan monstruosamente exótica diosa de las alturas se decolora porque, oh, su color nunca le convenció. Fevvers viaja con el Circo Imperial. Es su principal atracción. Y hay a quien le trae sin cuidado que pueda ser un fraude —¿de veras puede existir una mujer pájaro?— pero hay a quien no. Jack Walser, un periodista obsesionado con el fenómeno, pasa una noche entera en su camerino, entrevistándola, y tratando de descubrir si es o no una mujer pájaro.

El punto de partida de 'Noches en el circo' (Sexto Piso), la escurridiza, monumental, picantísima, y bamboleante -oh, sí, todo ahí dentro está en perpetuo movimiento, como lo está la vida bajo la carpa de cualquier viejo y estrafalario circo- obra maestra de Angela Carter (Eastbourne, Sussex, 1940—Londres, 1992), tiene algo del punto de partida de la famosísima 'Entrevista con el vampiro de Anne Rice'. Y podría pensarse que aquella tiene algo de esta, si no fuera porque la de Rice antecede a de Carter en más de una década. 'Entrevista con el vampiro' se publicó en 1973, mientras que 'Noches en el circo' lo hizo en 1984. Dado que Carter era lectora de Rice -su relato 'La Dama de la Casa del Amor' está considerado el relato vampírico definitivo, y ella misma admitió haberse inspirado en la obra de Rice- tal vez no sea tan descabellado.

Angela Carter.

Angela Carter. / Aechivo

Porque, después de todo, lo que dispara la acción de 'Noches en el circo', en muchos sentidos, una novela espejo en tanto que refleja el universo al completo de Carter, y sin duda, a la propia Carter -ella y no otra es la majestuosa e inadecuada Fevvers, la mujer que, no encontrando su lugar en el mundo, decide crearlo, como lo crea Midge Maisel en la última temporada de 'La maravillosa señora Maisel', un lugar al margen del margen en el que poder ser ella misma sin tener que encajar en nada impuesto—, es una entrevista. Y una entrevista que transcurre durante una noche fantasmagórica -¿cuántas veces da la medianoche el Big Ben?- en la que el periodista, como en el caso de la novela de Rice, trata de desenmascarar al supuesto monstruo y acaba maravillado por el mismo.

Salvaje e inclasificable

El carácter metamórfico de la literatura de Carter, la Gran Dama de lo, podríamos decir, Gótico Salvaje, la alejó en su momento de la posibilidad de una etiqueta, convirtiéndola en aquello que fue su narrativa, un animal salvaje, indomesticable e inclasificable, y tal vez sea eso, la falta de un relato, lo que explique el misterio de por qué su literatura, no únicamente poderosamente feminista sino torrencialmente libre -porque no solo se propuso destruir, reconstruir, y hasta (hacer) explotar, en un sentido casi impresionista, mitologías y cuentos de hadas, sino que la emprendió con hasta el último grillete de lo contado— no figura aún hoy en el centro de ningún discurso, sino en un margen parecido al que ocupaba hasta hacía no demasiado Shirley Jackson.

Shirley Jackson, en una imagen de 1956, con sus hijos. 

Shirley Jackson, en una imagen de 1956, con sus hijos.  / Erich Hartmann / MAGNUM

Jackson fue considerada en su momento parte de lo que se dio en llamar, ridículamente, Ficción del Caos Doméstico. La etiqueta trataba de domesticar a la vez su terror cotidiano, existencial, único, adictivo, y las neuróticas y brillantes sátiras de Penelope Mortimer, y, al hacerlo, empequeñecía cualquier paso en otra dirección que una y otra estuviesen dando. Pero el tiempo, y Stephen King, su más apasionado lector, el escritor que, con toda probabilidad, más escritores (y lectores) ha creado jamás, la colocó en el lugar de culto, un culto exiquisitamente popular, que había merecido desde el principio. Le dio un relato, una historia en la que lo que hacía, el por qué lo hacía, y lo que con ello había conseguido, tenía sentido.

Hasta hace poco ni siquiera disponía de esa placa azul que tienen las casas de artistas en Londres la casa en Clapham en la que Carter vivió los últimos 16 años de su vida -y donde escribió 'Noches en el circo' y también, 'La cámara sangrienta'-, la casa en la que tomó el té en numerosas ocasiones con Salman Rushdie -que la consideró en su momento una “exótica flor de invernadero” y se lamentó de que hubiese sido “desdeñada en vida” como, apenas, “figura marginal, de culto”-, J. G. Ballard e Ian McEwan; la casa donde dio clases, en la mesa de la cocina, al futuro Nobel Kazuo Ishiguro, que tal vez debería alzar la voz, como lo hizo Stephen King, para decir que hubo una vez una mujer pájaro sin la que su literatura, ni el mundo, serían los mismos, en un siglo en el que, como dejó dicho la propia Carter, con un poco de suerte, “todas las mujeres tendrán alas”.

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