Opinión | De Corea a Ucrania

Ramón Lobo

Ramón Lobo

Periodista

El trabajo de contar guerras

Si tuviera 18 años volvería a ser periodista. No hay trabajo mejor que ser los ojos y conciencia crítica de la sociedad.

Bosnia

Bosnia / Mike Persson / AFP

Una de las diferencias entre un periodista que viaja a guerras y la gente que las padece es que el primero tiene un billete de ida y vuelta, y un regreso casi asegurado a una zona de confort en la que no suenan las balas ni las explosiones, solo la conciencia, y no en todos los casos. 

Muchos jóvenes estudiantes quieren ser corresponsales de guerra, deslumbrados por al aura fantasiosa que emana de algunas películas: tipos pendencieros que beben demasiado capaces de traicionar a un amigo por una buena historia. 

Viví los últimos años de su etapa más gloriosa, la que informó sobre las guerras mundiales, Corea, Vietnam, Líbano, El Salvador, Nicaragua y Bosnia-Herzegovina. No existían internet ni los teléfonos móviles. Era un trabajo de cazadores solitarios. 

Era el terreno perfecto para los Kapuściński capaces de desdeñar la historia evidente en busca de otra más pequeña capaz de explicar el mundo o, al menos, esa guerra. Éramos buscadores de contextos con los gastos pagados y una nómina segura. Los anglosajones tenían la figura del colaborador contratado por un trabajo concreto. Se valoraba la mirada personal y única.

Internet y las nuevas tecnologías arrasaron a los medios que no supieron entender el cambio. Según Darwin no sobreviven los más fuertes ni los más inteligentes, sobreviven los que saben adaptarse. Muchos periódicos desdeñaron internet para echarse años después en sus brazos regalando en sus webs el producto que cobraban al día siguiente en el quiosco. Llegaron las crisis económicas, los despidos masivos y el abaratamiento de costes. Los gerentes creyeron que se podía contar el mundo sentados detrás de una pantalla.

La inflexión de Irak

La invasión estadounidense de Irak, en 2003, supuso un cambio radical. Con internet, la parte débil podía colocar su relato sin necesidad de periodistas extranjeros. Pasamos a ser espías; y en Siria, botín de guerra. Las primaveras árabes restablecieron la confianza, por eso miles de periodistas jóvenes y veteranos se lanzaron a cubrir las caídas de Ben Alí (Túnez), Mubarak (Egipto) y Gadafi (Libia). 

Fue una ilusión democrática y periodística. Las condiciones eran otras. Apenas había enviados especiales en plantilla con los gastos pagados. Eran noveles que trataban de abrirse paso en una profesión selectiva. Pese a que siempre existieron los 'freelance', empezaron a ser mayoría y estar expuestos, sin chaleco antibala, ni abono de los gastos ni garantía de publicación. Hubo crónicas desde Siria que se pagaron a 50 euros.  

Ucrania se ha llenado de periodistas que creen en el oficio. Son nuestros ojos en la guerra, la garantía que nos protege de las propagandas. Hay veteranísimos como el fotógrafo James Nachtwey, de 72 años, y jóvenes que cubren su primera guerra. Algunas televisiones les llaman «nuestros corresponsables» pese a que no los han enviado ni asumido sus gastos ni el pago diario, haya o no crónica. Internet y las redes permiten contactar con ucranianos que hablan en castellano y nos cuentan gratis su desgracia. El periodista corre el riesgo de quedar como el tipo que hace directos sin apenas tiempo para pisar la calle. 

Cuesta buscar historias propias en medio de tanta unanimidad, en una cobertura en la que tus jefes a menudo te explican lo que estás viendo, o te exigen contar lo que sucede a cientos de kilómetros, en la otra punta de Ucrania. Se perdió la originalidad, la sorpresa. Los mejores medios ya han descubierto que las web permiten contar las historias a lo grande, con textos, fotos, vídeos y gráficos, y que las redes sociales pueden ser un vehículo extraordinario para narrar la realidad. Solo hacen falta manos y talento.

Ojos y conciencia

Necesitamos convencer a los lectores mal habituados por el gratis total de los primeros años de que es necesario pagar por leer, la única manera de comprender este mundo complejo y peligroso. La independencia económica es la única garantía de libertad. Son malos tiempos para el oficio, pero si tuviera 18 años volvería a ser periodista. No hay trabajo mejor que ser los ojos y conciencia crítica de la sociedad.

Suscríbete para seguir leyendo