Neorrancios contra postmodernos: la nostalgia como campo de batalla cultural (y política)

¿Es legítimo buscar en el pasado soluciones a los problemas del presente? Bajo este dilema se desarrolla el último episodio de la guerra que ‘tradicionalistas’ y ‘modernos’ libran en el seno de la izquierda

En el reciente ensayo ‘Neorrancios’, una docena de jóvenes autores rebaten la evocación de la España de la transición que Ana Iris Simón proponía en ‘Feria’ y advierten contra la “deriva reaccionaria” que ha traído consigo el éxito de la autora manchega

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Juan Fernández

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Pocas veces una frase ha conseguido agitar el debate público de un país con la eficacia con que lo ha logrado la que da inicio a ‘Feria’, el libro publicado en 2020 por la periodista y escritora Ana Iris Simón en el que la autora acude a sus recuerdos de infancia en un pueblo de La Mancha y al relato de su historia familiar para armar un contundente discurso contra la vida urbana moderna y el progreso, a los que culpa de la falta de expectativas vitales que padece su generación. “Me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad”, escribe Simón al comienzo de su ensayo novelado y volvió a proclamar en mayo de 2021 en el Palacio de la Moncloa, donde fue invitada para dar un discurso sobre los retos demográficos de España.

Simón arma un contundente discurso contra la vida urbana moderna y el progreso, a los que culpa de la falta de expectativas vitales que padece su generación

La frase, el libro y la propia Ana Iris, que esta semana ha aparecido en la portada de ‘The New York Times’, se han convertido desde entonces en material político altamente inflamable. La audacia de la autora para señalar los problemas que acucian a los jóvenes de hoy –precariedad laboral, penuria inmobiliaria, imposibilidad para emanciparse y criar- y su habilidad para evocar al pasado como referente de certidumbres y certezas fue aplaudida por propios y extraños, un clamor en el que se cruzaron voces de la izquierda más radical, que celebraron su coraje al señalar “las trampas de la postmodernidad”, y de la derecha mediática, que la jaleó por haberse atrevido a cantarle a Pedro Sánchez las verdades del barquero en su propia casa. 

Pero la autora manchega también ha concitado airados reproches de parte de quienes creen que proyecta una mirada idílica del pasado y la acusan de hacerse trampas al solitario al buscar en aquella España soluciones a los problemas de la de ahora. 

Ana Iris Simón

La escritora Ana Iris Simón. /

Guerra cultural

Probablemente no estaba en sus planes cuando escribió el libro, pero su nombre ha terminado bautizando al último y más sonoro capítulo de la guerra cultural y política que viene librándose desde hace varios años entre diversas corrientes de la izquierda a cuento de la agenda de intereses que deben perseguir las formaciones progresistas. 

'Feria' ha sido aplaudido, a la vez, por la izquierda más radical y la derecha mediática

El debate de si la lucha de clases y las prioridades materiales de los trabajadores han sido opacadas por las del feminismo, el ecologismo y el colectivo LGTBI no es de ahora, pero en el último año y medio el enfrentamiento que mantienen esas dos culturas de la izquierda no ha parado de crecer en las redes sociales, las tribunas de opinión y los escaparates de las librerías. 

El último artefacto bélico arribado a este campo de batalla ideológico se titula ‘Neorrancios’ (Península). Lo firma una docena de jóvenes periodistas, escritores, investigadores y activistas y en él desmontan, uno por uno, todos los postulados que defiende Simón, a la que tachan de “nostálgica”. También avisan de “la deriva reaccionaria de rojipardos y extremocentristas” que creen que se avecina en el país, en alusión a dos de las etiquetas con los que la “izquierda postmoderna” identifica a esa otra izquierda que se declara partidaria de diagnósticos más tradicionales.

‘Neorrancios’, el último libro de esta batalla ideológica, desmonta los postulados de Simón, y avisa de “la deriva reaccionaria de rojipardos y extremocentristas” que se avecina en el país

Bajo este fuego cruzado subyace la duda de si el pasado puede ser un baremo fiable para tasar el presente –aparte de una fuente de soluciones para los problemas contemporáneos-, y si la inquina con que hoy se tratan las distintas corrientes progresistas en los papeles y las redes permite plantear un debate útil sobre cuál debe ser la agenda de la vida pública española. 

¿Cualquier pasado fue mejor?

La idea de que los jóvenes de hoy vivirán peor que la generación anterior cobró fuerza tras la Gran Recesión y acabó convertida en uno de los dogmas de la década. Incluso en las acampadas del 15-M podían leerse carteles con el lema: “Al menos quiero vivir como mis padres”. ¿Pero tiene sentido la envidia que Ana Iris Simón dice profesar hacia la juventud de sus progenitores? 

“En términos de riqueza, renta o educación, es obvio que no, porque el país se ha desarrollado mucho en estos años. Pero si hablamos de expectativas vitales, la cosa cambia. Los ‘boomers’ se beneficiaron de la movilidad social que facilitó la modernización de la economía, pero a los jóvenes de hoy les ha tocado crecer en medio de dos crisis”, razona el politólogo Pablo Simón.

A mediados de los años 70, casarse, criar, tener una casa con hipoteca y viajar a la playa en un utilitario pagado a plazos constituía el retrato aspiracional de la clase media, pero hoy no todos los jóvenes firmarían ese plan de vida, y no siempre por razones económicas. “No son prioridades para muchos de nosotros. Plantear este debate comparando generaciones es una trampa que solo conduce a la nostalgia, porque solo repara en las cifras y pasa por alto los cambios que ha experimentado la sociedad en estos años”, advierte Eudald Espluga, periodista cultural y filósofo, y uno de los firmantes de ‘Neorrancios’.

¿Quién defiende hoy al obrero?

Hay un diagnóstico de la realidad en el que progres y tradicionalistas, modernos y nostálgicos, están de acuerdo: los niveles de precariedad laboral y desigualdad de renta que se dan hoy en día no tienen un pase. Lo que ya no está tan claro es cómo se le pone el cascabel a ese gato. “Lo importante es cómo se distribuye la riqueza y el tiempo de trabajo, y ahí da igual que seas hombre, mujer, homosexual, inmigrante o nacional”, denuncia el sociólogo y artista plástico Jon E. Illescas

A través de su canal de YouTube este “marxista demócrata” enseña comunismo con tono didáctico, una vocación que le ha hecho ser etiquetado de “rojipardo” en las redes. “Coincido con ese ideario en algunos postulados y en otros no. Lo que tengo claro es que los partidos progresistas de hoy han abandonado a las clases trabajadoras”, afirma este ex militante de Izquierda Unida.  

Hace 40 años estaba claro quiénes conformaban esas clases, pero hoy los límites de ese grupo social no son tan nítidos. “La nostalgia del obrerismo es muy atrayente, pero ojo, hoy un rider de Glovo está más vulnerable que un obrero de la SEAT”, advierte Pablo Simón. Los discursos políticos han seguido la senda de esa transformación del panorama laboral. “La izquierda actual seduce a un electorado distinto al de hace cuatro décadas. No tendría sentido proponerle las recetas del pasado, por más que algunos añoren aquellos tiempos de lucha sindical”, analiza el profesor de ciencia política de la Universidad Autónoma de Madrid José Rama, que también participa en el ensayo ‘Neorrancios’.  

¿La Ley Trans va contra la lucha de clases?

El principal reproche de la izquierda tradicional contra la postmoderna es haber confundido a sus votantes con una agenda política que no se corresponde con sus verdaderos intereses. Illescas lo resume en términos de estrategia: “El ecologismo, el feminismo y las demandas LGTBI son luchas parciales. Si desgastas a tus militantes en esos frentes, no te quedan fuerzas para luchar por lo importante, que es cuestionar el modelo capitalista de consumo en el que vivimos”.

En opinión del periodista Rubén Serrano, esa disyuntiva no solo está más que superada en la sociedad española, sino que volver a cuestionar las conquistas sociales alcanzadas en los últimos años en aras de las luchas del pasado sería poco menos que pegarse un tiro político en el pie. “Para nosotras, las viciosas, los bujarras, las tortilleras, los travelos y cualquier otra persona que se salga de la norma sexual y de género, cualquier tiempo pasado nunca fue mejor”, escribe en ‘Neorrancios’.

WOKE

Manifestación 'woke', en Estados Unidos. /

¿Se puede ser de izquierdas y reaccionario?

El término ‘rojipardo’ alude a los colores que tradicionalmente han identificado al comunismo y al fascismo. La idea de que se puedan compartir al unísono postulados progresistas y de extrema derecha resulta a priori contraintuitiva, pero cada vez hay más voces que advierten de la emergencia de un discurso que promete defender a la clase trabajadora lanzando insidias contra los inmigrantes y que afirma que la mejor ayuda que se puede ofrecer a la industria local es plantar una bandera nacional a sus productos y dudar del cosmopolitismo. 

“Lo neorrancio tiene una enorme facilidad para alcanzar el mainstream porque está hecho de materiales conocidos y populares”, avisa la periodista Begoña Gómez Urzaiz, coordinadora de ‘Neorrancios’. En su opinión, es sintomático que Ana Iris Simón presuma de pertenecer a una familia de viejos comunistas y ensalce la figura de Ramiro Ledesma, uno de los fundadores de la Falange, en las páginas de ‘Feria’, libro que Santiago Abascal se encargó de pasear visiblemente por los pasillos del Congreso de los Diputados.

Según José Rama, debemos a ir acostumbrando el ojo a extraños apareamientos ideológicos. “En Europa ya hemos visto a Syriza formando coalición con la derecha radical griega, y en Italia el ultra Salvini llegó al Gobierno con los votos del Movimiento 5 Estrellas, que había irrumpido en política con un perfil de izquierdas”, enumera el politólogo. 

Guerra de etiquetas

El término ‘neorrancio’ -que surgió en el espacio 'Amiga, date cuenta' que las periodistas Begoña Gómez y Noelia Ramírez conducen en ‘Tardeo’, el programa de Radio Primavera Sound- es el último en incorporarse al variado e ingenioso arsenal de etiquetas con el que ambas corrientes de la izquierda acostumbran a denostar a la contraria. 

Para los partidarios de las políticas más tradicionales, los de enfrente son “postmodernos, pijoprogres o posmoqueer”, y conforman “la izquierda brilli-brilli, fucsia, arcoíris, o la izquierdita Netflix”. En sentido contrario, para estos aquéllos son “rojipardos, reaccionarios, neorrurales o falanhipsters”. 

No es difícil encontrar estos términos en los combates ideológicos que unos y otros suelen mantener en Twitter, que es el campo de batalla donde acontece en gran medida esta contienda. Según el politólogo Fernando Vallespín, en este caso el escenario condiciona el debate. “Las redes fomentan el tribalismo. O eres de los nuestros o de los contrarios, sin medias tintas, pero así es imposible mantener una discusión política”, se lamenta. 

En su reciente libro, ‘La sociedad de la intolerancia’, Vallespín advierte de un peligro añadido en esta forma de plantear los debates públicos: “Los argumentos se presentan en términos morales: nosotros somos el bien y vosotros el mal. Por este camino, la política acaba derivando en guerra religiosa”, señala. Si ese es el destino que aguarda a este debate, cabe preguntarse si tendrá algún desenlace y habrá un ganador. “No creo que lo haya, seguiremos todos ciscándonos en Twitter y en las columnas hasta que la parca venga a buscarnos”, pronostica Begoña Gómez.

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