Más allá de Antonio López

Barcelona, esclava de su pasado negrero, comienza a pedir perdón

El Born Centre de Cultura saca del círculo académico el gran tabú, la indecencia con la que se construyó parte de la riqueza de la ciudad

portada Cuarderno, BCN pide perdón por su pasado negrero esclavista

portada Cuarderno, BCN pide perdón por su pasado negrero esclavista

Carles Cols

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Había una silla vacía en un imaginario círculo de terapia de grupo (por decirlo de algún modo) para que algún día, que ya tardaba, Barcelona se sentara y encarara la catarsis de arrepentimiento por su pasado como ciudad de esclavos (uno de cada 10 barceloneses lo era hace seis siglos) y, más aún, pidiera perdón por su pasado más reciente como potencia negrera.

A finales del siglo XIX, cuando otros países ya habían legislado la abolición de la esclavitud, las élites económicas de Barcelona se opusieron a perder el combustible de sus industrias de ultramar, o sea, los esclavos negros, en un encastillamiento numantino que se resume a la perfección con lo que dijo el diputado catalán en las Cortes y prohombre de la industria textil, Josep Puig Llagostera, cuando la abolición era un clamor: “Húndanse los principios, pero sálvese el país”. Durante cuatro días, se ha programado en el Born Centre de Cultura (BCC) un ciclo de conferencias y mesas redondas bajo un título (perdón por el doble sentido del término), cautivador, 'Esclavismo en Barcelona, una historia silenciada'. No había precedentes de nada igual en esta ciudad. Ha sido una primera sesión de terapia.

Que algunos de los cimientos sobre los que se sustentó la potencia económica a lo largo de los siglos eran indecentes no era, antes de estas jornadas, ningún secreto. Son varios e incansables los historiadores que han enfocado su vida académica a iluminar esta cuestión. Varios de ellos, con la sala notablemente llena de público, han estado en el escenario del Born estos tres días. Los libros publicados por todos ellos formarían, juntos, una completísima biblioteca sobre esta materia, cada uno de ellos con su mirada particular. El comisario de las jornadas, Martín Rodrigo Alharilla, titular de Historia Contemporánea en la Universitat Pompeu Fabra, es, por ejemplo, autor de la más completa biografía de Antonio López, marqués de Comillas, y también ha redescubierto, tras sumergirse en los archivos británicos, la vida de cuatro capitanes negreros catalanes de aúpa, José Carbó, Pedro Manegat, Gaspar Roig y Esteban Gatell. Otro ponente, Iván Armenteros, es autor de una tesis doctoral que hace hincapié en un detalle que no debería ser obviado, y es la querencia de Barcelona mucho más por las esclavas que por los esclavos. Por ello tituló el tercer capítulo de su investigación de forma maliciosa, “¿Soñaban los hombres medievales con mujeres orientales?”.

La estatua de Antonio López, a la intemperie en un almacén municipal, junto a otra figura maldita, la Victòria de Frederic Marès.

La estatua de Antonio López, a la intemperie en un almacén municipal, junto a otra figura maldita, la Victòria de Frederic Marès. / Manu Mitru

La cuestión era, lo dicho, conocida, pero estaba presa de una fuerza invisible que parecía impedir que saliera del círculo académico, de ahí que el ciclo de conferencias haya sido presentado como “una historia silenciada”, algo a lo que quiso referirse, metafóricamente puñal en mano, uno de los ponentes, Eloy Martín Corrales, nada más comenzar su exposición el pasado miércoles. Estudioso del tema entre los siglos XVI y XIX, es decir, del tránsito de la esclavitud doméstica a la industrialización de ese mercado, Martín Corrales censuró abiertamente que una parte de sus colegas de profesión orillen esta cuestión en sus investigaciones, tal vez con el fin de que el tráfico de personas y los millonarios beneficios que reportó a sus promotores (algo visible en la magnificencia del Eixample barcelonés) no estropeen el relato sobre el renacer social, cultural y político de Catalunya. No quedan muy lejos aquellos tiempos en que Jordi Pujol, desde el poder que le confería la presidencia de la Generalitat, reñía a historiadores como Josep Maria Fradera por ahondar en ese sucio pasado, y eso que entonces Martín Alharilla aún no había desempolvado otro episodio lacerante, el pasado negrero de los antepasados del delfín de Pujol, Artur Mas.

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“Joan Monegal, mercader, ciudadano de Barcelona, vende según costumbre corsaria a Esteve Soley, notario, ciudadano de Barcelona, la esclava Caterina, canaria, de aproximadamente 18 años de edad, por el precio de 52 libras barcelonesas”. La transacción tuvo lugar el 26 de junio de 1497.

Pocos años más tarde, el artesano Dídac Pujo dejó en herencia todas sus posesiones al convento de Sant Francesc de Paula, pero los monjes no sabían muy bien qué hacer con Met, un musulmán de 25 años que formaba parte de la herencia, así que lo revendieron a Jacint Nadal, joyero de la calle Argenteria.

La investigación académica se ha construido así, a partir de dejarse la vista en millones de documentos notariales y en otras fuentes más accesibles, como el ‘Diario de Barcelona’, una publicación antiabolicionista hasta que ya fue irremediable, quien sabe si principalmente por algo tan prosaico como que era el periódico en el que se publicaban anuncios de pago sobre esta materia. “Quien quiera comprar una negra de 18 años, que sabe coser, planchar y lavar, acuda a la oficina de este diario, en donde le informarán con quién ha de conferir”. Este lo publicó el 1 de julio de 1799.

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Entre las anteriores compraventas y esta última, ya a las puertas del siglo XIX, la esclavitud había cambiado. En la Barcelona medieval, el esclavo era un ‘objeto’ cotidiano, no de lujo, muchas familias se lo podían permitir. Era una inversión. Incluso se podía subarrendar, algo, según se mire, muy propio de la desviación rentista de esta ciudad que aún hoy perdura, aunque sea en su vis inmobiliaria. Fue precisamente en aquellos años en que la Generalitat puso en marcha uno de los negocios más ruinosos de su historia, que ya es decir. Era la Guardia d'Esclaus. Se creo una tasa por la posesión de esclavos, una suerte de seguro que, como contraprestación, obligaba a las autoridades a capturarles en caso de fuga. Si la huida era exitosa para los intereses del fugado, la Generalitat abonaba una indemnización al propietario. Fue una ruina monumental. En 1431 se cerró la ventanilla de la Guardia d'Esclaus.

La caída de Constantinopla, la invención de la imprenta y la llegada de los europeos a América supusieron cronológicamente el comienzo de la edad moderna, que no tocaría a su fin hasta la llegada de la industrialización y, por tanto, el inició de la edad contemporánea actual, pero antes de que James Watt patentara su máquina de vapor ya existía una industria protocapitalista en la que las fábricas funcionaban con carbón…, carbón humano. Fue bajo el reinado de Carlos I que se alumbró la terrible idea de trasladar millones de personas de un continente, África, a otro, América, unos 11 millones de seres humanos, según algunas estimaciones, una empresa mayúscula que se llevó a cabo con descaro. En la letra pequeña del tratado de Utrech, Felipe V, otro que tal, ya acordó que España contrataría al Reino Unido el abastecimiento de esclavos africanos para sus colonias de ultramar. El pedido inicial fue de 48.000 seres humanos.

Pero desde la perspectiva de las jornadas celebradas en el Born lo interesante es cómo Barcelona, o como mínimo sus élites y las gentes sin escrúpulos que aspiraban a escalar socialmente, vieron en ese mercado una gran oportunidad. Muchos lo consiguieron. Antonio López es el prototipo de ese éxito y, con el tiempo, chivo expiatorio de los pecados cometidos por otros con apellidos más reconocibles. Hizo suficiente fortuna en Cuba como para, después, multiplicar sus ganancias en España. A veces se olvida, pero el primer tren español no fue el que unió Barcelona y Mataró (impulsado, por cierto, por otro negrero, Miquel Biada, que hasta tiene un instituto de secundaria a su nombre en la capital del Maresme), sino el que partía de La Habana hacia Güines. La riqueza, gracias a la esclavitud, rebosaba a ojos vista en Cuba. Durante las conferencias del Born, muy oportunamente, se proyectaron algunas de las célebres litografías de Luis Marquier, de la colección ‘Los Ingenios’. Son de 1857. Lo que sorprende de los paisajes, por si no se repara en ello entrada, son las chimeneas humeantes. Todo un símbolo.

Litografía del Ingenio Flor de Cuba, fechada en 1857, un paisaje de chimeneas de fábricas que producían con mano esclava.

Litografía del Ingenio Flor de Cuba, fechada en 1857, un paisaje de chimeneas de fábricas que producían con mano esclava. / Luis Marquier / Justo Germán Cantero

El peor de los pecados de Barcelona, con todo, no fue que fuera adicta a la esclavitud, como tantas otras sociedades, sino el empeño con el que se negó a desengancharse de esa droga por la opulencia que le proporcionaba. El 19 de diciembre de 1872 se fundó en la Llotja la Liga Nacional de Barcelona, el equivalente actual de un lobi o plataforma ciudadana, pero en este caso de rechazo de la abolición de la esclavitud en las colonias. Asistieron unos 3.000 prohombres de la ciudad, apellidos ilustres casi todos.

No lograron su meta, pero lo llamativo es la fecha, 1872. Casi un siglo antes, en el Reino Unido ya se había debatido la cuestión, incluso con una figura inexistente en España, la del capitán negrero arrepentido, como John Newton o James Field Stanfield, gentes horrorizadas por su propio pasado, porque el tráfico de seres humanos no era solo inmoral, sino también infinitamente cruento.

Celebran, en resumen, los responsables de ‘Esclavismo en Barcelona, una historia silenciada’, el paso dado por el Born Centre Cultura. El concejal de Memòria Democràtica, Jordi Rabassa, dio la bienvenida a los conferenciantes con una promesa, que el Ayuntamiento de Barcelona tomará nota y proseguirá en su empeño de que la ciudad sea consecuente con su pasado y ni lo edulcore ni lo esconda. Son muchas aún las cicatrices que en las calles de Barcelona recuerda que esta fue una ciudad de esclavos y de negreros. No en vano, el público del Born ha sido invitado a despedir las jornadas con un paseo por la ciudad. Así habrá finalizado la primera sesión de terapia. Parece que en el futuro se vislumbra otra, esa vez en forma de exposición en el Museu Marítim. Tarde, pero sin duda una gran idea.