La odisea de vivir 24 horas sin plásticos

Con motivo del Día Mundial del reciclaje, emprendemos la aventura de evitar el derivado del petróleo durante un día entero

Pese a seguir campando en la vida cotidiana, su rechazo popular crece (en dosis homeopáticas)

bodegón

bodegón / XAVIER GONZÁLEZ

Juan Fernández

Juan Fernández

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La experiencia de tratar de pasar 24 horas sin entrar en contacto con ningún tipo de plástico en una gran ciudad como Madrid arroja dos grandes conclusiones. La primera: es imposible. La segunda: cada vez te devuelven menos miradas de extrañeza en los establecimientos cuando expresas remilgos contra el material de marras. De hecho, hoy ya resulta difícil encontrar un comercio donde no hayan introducido alguna medida para reducir el masivo consumo de bolsas, films y envoltorios sintéticos que impone la vida contemporánea, aunque esos pequeños gestos siguen conviviendo con el variado surtido de soluciones plásticas que suelen forrarlo todo.

La guerra al plástico acaba de comenzar, pero tiene por delante un extenso campo de batalla en las rutinas cotidianas.

A la pescadería con el 'tupper'

Detrás de una colina de lubinas, doradas, caballas y salmonetes, Armando Ramírez transmite señales de complicidad ante la invitación a colocar sus productos en un recipiente traído de casa. Atiende la pescadería de Fuentes, en el mercado de abastos de la Cebada, situado en el céntrico barrio de la Latina de Madrid, y asegura tener clientes habituales que le sugieren esta fórmula de embalaje casera y sostenible. «Dos de cada 10 me piden ya que se lo ponga en el 'tupper'. Sobre todo, jóvenes. Y cada vez son más», señala. Su alternativa, si nadie le dice lo contrario, es envolver el pescado en papel de estraza, que lleva una cara plastificada para no deshacerse en contacto con la humedad de las viandas, y meterlo todo en una bolsa… de plástico. "No tengo otras", se disculpa.

"Dos de cada 10 clientes piden que ponga el género en el 'tupper' que traen. Sobre todo los jóvenes", explica un pescadero

Frente a su puesto se encuentra Frutas Selectas Paco, negocio atendido por el susodicho y su mujer, Victoria. Ambos confirman los nuevos tiempos que atraviesa el mundo del embalaje de la compra diaria. "En este barrio vive mucho extranjero. Esos, casi todos llegan ya con su cesto de tela y sus bosas de rejilla para meter en cada una de ellas las frutas y verduras que compran –aseguran–. Y cada vez hay más jóvenes que se apuntan a esta idea".

Ellos también han empezado a cambiar algunos hábitos: desde hace un año sirven las piezas de fruta en cucuruchos de papel y hace seis meses comenzaron a ofrecer a sus clientes bolsas de plástico reciclado. Saben que también las hay de fécula de patata, pero no les convencen: "No aguantan nada, enseguida se rompen. A las bolsas vegetales les falta aún una vuelta", sugieren. 

Bolsas de papel en el súper

La cesta de la compra es, probablemente, la actividad cotidiana que mayor volumen de envoltorios sintéticos mueve al día. Sobre todo si se intenta llenar la nevera acudiendo a supermercados y grandes superficies, hábitat natural de los blíster de york en lonchas y las bandejitas de fruta pre-cortada. Pero algo empieza a moverse en este sagrado templo del plástico. "Desde finales del año pasado, todo el género a granel lo servimos en bolsas de papel", anuncia José, frutero del supermercado de El Corte Inglés de la Puerta del Sol. A sus espaldas hay una pared cubierta de brócolis, puerros, mangos y calabacines plastificados. Algunos, incluso, por unidades. "Pero cada vez se venden menos. En el último año he notado un cambio. La gente se está mentalizando con este tema", observa el vendedor. 

La clientela no es la única que ha empezado a desconfiar del abuso de embalajes no biodegradables. "El jamón y el queso los envolvemos en papel de aluminio. También tenemos bandejas de corcho y 'film' para quien nos las pide, pero procuramos usarlas poco, por aquello de no contaminar", explica Ramón, el charcutero del supermercado. A pesar de estos avances, la clásica bolsa de El Corte Inglés sigue siendo de plástico. Imposible encontrar otra solución en el lineal de caja de estos grandes almacenes.

Resulta imposible pedir un menú de un restaurante de postín para consumir en casa que no venga en un envase de plástico

Un café en vaso reutilizable

Salvo que se acuda a la cafetería con el termo bajo el brazo, no hay manera de llevarse un café a casa sin plástico mediante. En el sector del vaso de usar y tirar, el cartón es hoy ya el elemento dominante –eso sí, con la superficie interior plastificada para evitar que se reblandezca–, y las cucharillas se han transformado, la mayoría de las veces, en palitos de madera aplanada. Sin embargo, en la tapa que cubre el recipiente, el proscrito material resiste como un vestigio de otro tiempo.

Así ocurre en la mayoría de bares y cafeterías, aunque la cadena Starbucks ha ideado una fórmula para combatir al plástico implicando a sus clientes en esta empresa: "Descontamos 40 céntimos de cada café si traes tu propio recipiente o te lo llevas en nuestros vasos reutilizables", informa Marta, dependienta de la franquicia de la calle de Alcalá, junto a una torre de tubos de pasta decorados con el famoso logotipo de la multinacional y un cartel que anuncia la oferta. ¿Y la gente los usa? "Cada vez más a menudo. Más que por el descuento, diría que por contaminar menos. Nuestra clientela se está concienciando", aclara la camarera. 

Juguetes de madera envueltos en... plástico

El dependiente pone cara de circunstancias cuando escucha la petición del cliente: "¿Tienen juguetes que no sean de plástico?". Después de varios segundos de tenso silencio, el encargado de la juguetería Sarasús de la calle Atocha de Madrid trata de salir del apuro: "¿Le vale un muñeco de peluche?". Al poco cae en la cuenta: "Para niños pequeños tenemos puzles de madera", avisa sacando de un armario una colección de desmontables de abedul que, ¡oh sorpresa!, vienen embutidos en una película de plástico. 

Tratar de evitar el dichoso material en un bazar de artículos de fabricación china resulta aún más complicado: allá donde se mire, hay plástico en la factura de los artículos o en las carcasas que los envuelven. En la papelería Delinarte de la calle Jesús y María creen haber encontrado un producto tentador: "Este bolígrafo japonés es de madera y metal, no contiene nada de plástico", ofrece la dependienta. Su alternativa sostenible es un bolígrafo de la marca Pilot fabricado con material extraído de botellas de agua Font Vella. "Es plástico, pero reciclado", avisa.

Comida a domicilio en cajas para tirar

La pandemia ha obligado a multitud de restaurantes a cambiar la relación que mantenían con muchos de sus clientes, que se han hecho adictos a disfrutar en casa de los manjares que antes degustaban en los establecimientos. Curiosamente, en el sector de la comida a domicilio, los 'fast food' derrotan a la alta cocina en la guerra contra el plástico. Las bolsas de papel, las cajas de cartón y los envoltorios hechos de material biodegradable reinan en el utillaje que suelen ofrecer a sus clientes las hamburgueserías, pizzerías y cadenas de comida rápida. 

En cambio, es imposible pedir un menú de un restaurante de postín para consumir en casa que no venga en un envase de plástico o de material de aluminio cubierto por cartón plastificado. "Nosotros no vemos la comida que viaja dentro, pero sí vemos los embalajes. La gente no imagina la cantidad de plástico que transportamos cada día", reconoce Elías, repartidor de Glovo que suele patrullar las calles de Madrid.

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