De Barcelona a Nueva York y de Madrid a El Cairo: regreso a las plazas del 15M

Las movilizaciones en Barcelona y Madrid muscularon una protesta popular y global cuya mecha había prendido en Túnez y más tarde replicó en ciudades como El Cairo, Nueva York y Atenas

Diez años más tarde, volvemos a las plazas de la indignación y rastreamos las huellas de aquellos días de asambleas y reunión comunitaria

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Las plazas del 15M de Barcelona y Madrid, como muchas otras en el resto del territorio español, muscularon una protesta popular, callejera y global cuya mecha había prendido meses antes en Túnez y que pronto tuvo réplicas en ciudades tan distintas como Nueva York, Atenas y El Cairo. En cada país, la trastienda de motivos que calentó la movilización fue muy distinta. Sin embargo, si algo tuvo en común aquel efervescente 2011 es que permitió sacar a la luz una indignación y un malestar que habían estado muy ocultos.

Diez años más tarde, intentar auscultar el alcance de aquella impugnación es una labor escurridiza. Aquí proponemos hacerlo desde un ángulo insólito pero significativo: siguiendo los rastros y ecos de la protesta en el lugar de los hechos. Bienvenidos a este viaje por los paisajes del año de la indignación. 

PLAZA CATALUNYA. BARCELONA

Un imán emocional

A mediados del siglo XIX, la actual plaza de Catalunya no era más que un descampado extramurallas y en los planes de Cerdà nunca figuró como nada más que otra manzana del Eixample. Fueron los habitantes de Barcelona quienes empezaron a nombrarla, incluso antes de que existiera físicamente (fue inaugurada en 1927), como plaza de Catalunya.

"La ciudad no depende de los políticos y de los urbanistas, sino del sentimiento de la gente que utiliza la plaza como medium, un espacio que habla por todos", afirma el antropólogo Manuel Delgado, quien describe la popular plaza barcelonesa como «un imán histórico y emocional».

Una década después, nada queda a la vista de la ciudad efímera del 15-M, con sus tiendas de campaña, sus asambleas y su cocina comunitaria. Sin embargo, el efecto del 15-M pervive en la plaza. "Una de las movilizaciones pos 15-M tuvo que ver con la pista de hielo", apunta el filósofo Jordi Mir. La pista de 1.200 metros cuadrados, impulsada por Barcelona Comerç y celebrada por el alcalde Trias, se instaló en la plaza en diciembre de 2011 hasta que en el 2015 el actual gobierno municipal la retiró. "Como metáfora de algunos cambios, suficientes o no, ahora en lugar de la pista tenemos el mercado navideño de la economia social y solidaria, lo que concreta algunas de las utopías que se planteaban en el 15-M", afirma Mir, que está punto de publicar ‘Ola 15-M. 10 años de movilización y cambio’ (Editorial Bellaterra). Aunque urbanísticamente la plaza apenas ha cambiado desde 2011, sí lo ha hecho su perímetro. En el edificio que albergaba la sede de CajaMadrid y Banesto (esta última estaba vacía y fue okupada meses antes del 15-M) conviven ahora la marca de ropa Desigual y las tecnológicas Huawei y Apple, un final simbólico para la primavera indignada de 2011, que también recibió el nombre de ‘revolución de Facebook’. Por Gemma Tramullas

PUERTA DEL SOL. MADRID

De 'manifestódromo' a punto de encuentro

La Puerta del Sol no debutó como 'manifestódromo' en el 15-M. Antes y después de la acampada de los 'indignados', el kilómetro 0 de Madrid ha sido rompeolas habitual de marchas de todo tipo y a este uso pancartero suele entregarse a diario. Rara es la tarde que no coinciden sobre su pavimento de granito varias concentraciones reivindicativas a la vez, megáfono en mano, entre el ir y venir de turistas y vecinos del distrito Centro.  

Movilizaciones aparte, la plaza ha conservado en la última década su carácter bullicioso y popular. Ese espíritu de lugar de encuentro, sobre todo de foráneos, se ha visto acrecentado por intervenciones aparentemente menores, pero significativas, como la que ordenó Manuela Carmena, quien al poco de ser nombrada alcaldesa de la ciudad en 2015 mandó retirar las estructuras metálicas que impedían a los viandantes sentarse sobre los poyetes que rodean las dos fuentes que presiden la plaza, hoy convertidos en sendos malecones circulares normalmente cubiertos de gente.

Libre del tráfico rodado desde el año pasado, cuando el Ayuntamiento completó la peatonalización de sus 12.000 metros cuadrados, la Puerta del Sol ha fortalecido su perfil turístico y comercial desde los días del 15-M. El número 1 de la plaza, que entonces lucía cubierto por un andamio, hoy alberga el 'store' de Apple, que compite a ras de calle con otras dos marcas de telefonía. La azotea de El Corte Inglés, que hace una década estaba en desuso, hoy es un restaurante regentado por el chef Alberto Chicote. Solo la pastelería de La Mallorquina y la tienda de abanicos y paraguas Casa de Diego escapan a la dictadura de las franquicias y preservan el cariz castizo de la oferta comercial de la glorieta. 

Hace 10 años, el mítico neón de vinos Tío Pepe se perdió la acampada del 15-M porque acababa de ser desmontado con motivo de las obras del edificio de Apple. Hoy saluda desde el tejado del número 11, justo enfrente del despacho de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad. A los pies del luminoso, un modesto cartel recuerda el paso de los 'indignados’ por este lugar junto al lema 'Dormíamos, despertamos'. No hay más huellas del 15-M en la plaza que vio nacer a aquel histórico movimiento. Por Juan Fernández

PLAZA SYNTAGMA. ATENAS

Ni rastro del clamor contra el austericidio

De la noche a la mañana, Syntagma explotó. Lo que hasta entonces era el centro comercial de Atenas, donde se concentran la mayoría de tiendas y calles caras, grandes cadenas y restaurantes fastuosos, se llenó de repente de miles de personas. Como en otros países, se reflejaban en lo que ocurría en España.

Pero Grecia era algo distinta, y tenía otros y más motivos. Uno, y el principal, era la austeridad fratricida que Bruselas estaba imponiendo a Atenas a través de la Troika, tanto al gobierno conservador que falseaba las cuentas como al socialista que le siguió. Y dos, la concentración del poder político en unas pocas familias: los Papandreu (socialistas), y los Karamanlís y los Mitsotakis (conservadores). 

Decenas de miles se juntaron en Syntagma, y fue allí donde Alexis Tsipras, líder de Syriza, en aquel momento una formación de izquierdas que recibía el 5% de los votos, saltó al estrellato: en 2012 ascendió a jefe de la oposición, y en 2015, a primer ministro. Syntagma lo aupó.

Pero Grecia, como Syntagma, ha vuelto a la vieja normalidad. La austeridad de momento no ha regresado, pero la plaza, como todas las demás en todo el mundo, sigue exactamente como era antes: coronada por el Parlamento griego y rodeada de grandes almacenes de las mismas grandes marcas que había antes, porque el capitalismo siempre acaba imponiéndose. Ahora, a Syriza le gusta recordar esos días cuando llega una campaña electoral, dando algún que otro mitin en la plaza.

Pero la vieja política, contra la que protestaban los manifestantes hace 10 años, ha vuelto. Desde 2019, quien manda en Grecia ya no es Tsipras sino Kyriakos Mitsotakis, y su apellido puede sonar familiar. Su padre fue primer ministro en los 90, y su tía, ministra de Exteriores primero y alcaldesa de Atenas, después. Su primo, el hijo de la ministra, es ahora el alcalde de la capital. Todo sigue en familia. Por Adrià Rocha Cutiller

PLAZA TAHRIR. EL CAIRO

Esperanzas ahogadas en represión y miedo

En enero de 2011, Tahrir, la mayor plaza pública de El Cairo, fue escenario durante 18 días –con sus 18 noches– de esperanzas y de violencias, de demandas y de luchas. Inspiradas por las revueltas en la vecina Túnez, más de 50.000 personas se reunieron para exigir "pan, libertad y justicia social". Lejos quedaban las noches de violencia que habían acabado con la vida de 850 personas y herido a otras 6.000. Esas muertes entonces tomaban algo de sentido. Eran 'mártires de la revolución'. Las redes amplificaron la protesta, llegando a convocar a 300.000 personas. Y fueron escuchados: Hosni Mubarak, presidente de Egipto durante 30 años, dimitió.

Pero 10 años después, en Tahrir solo habita un silencio melancólico tallado por el miedo. Nadie podía haber imaginado en 2011 que, tras esa explosión de conciencia social, llegarían días más oscuros. "Bajo la presidencia de Abdel Fattah al-Sisi, las autoridades han endurecido las restricciones a la libertad de expresión y reunión y han usado la detención arbitraria, la tortura y las desapariciones forzadas para silenciar a los críticos», denuncia Amnistía Internacional.

Hoy en Tahrir, no están permitidas las cámaras. Tampoco las protestas. Egipto es ahora un país donde los de Tahrir –como los llaman de forma peyorativa los partidarios del régimen–, parecen haber desaparecido. Si no han sido arrestados, han optado por el exilio o por mantenerse al margen. Por Andrea López-Tomàs

ZUCCOTTI PARK. NUEVA YORK

Un semillero de ideas y luchas

Fue fácil, y frecuente, descartar que la semilla de indignación que plantó en Estados Unidos Occupy Wall Street hubiera dado frutos. Es lo que hicieron muchos mientras el epicentro físico de la protesta, entre septiembre y noviembre de 2011, fue Zuccotti Park, una plaza de propiedad privada en el corazón del distrito financiero de Nueva York. Fue lo que también hicieron muchos en los meses siguientes a que las autoridades forzaran el desalojo de aquel campamento y de los que se prodigaron en otras ciudades del país. Fue un error.

Hoy Zucotti vuelve a ser algo parecido a un no-lugar, un sitio de paso. Donde hace 10 años se agolpaban gentes y tiendas de campaña, ahora los bancos recuerdan con pegatinas que debe mantenerse la distancia física. No hay rastro físico de la protesta. Sin embargo, los frutos de lo que plantó Occupy Wall Street hay que buscarlos más allá de la plaza, porque han sido muchos y a lo largo de la década se han hecho evidentes.

El movimiento popularizó en el discurso político, por ejemplo, el mantra de 'somos el 99%' que ha servido para denunciar la brutal desigualdad económica y de poder, y que no solo entró en el lenguaje básico del Partido Demócrata sino también en el Partido Republicano, y en la ola populista que llevó a lo más alto Donald Trump.

Fue Occupy también el movimiento que contribuyó a dar impulso a campañas como la de la lucha por el salario mínimo de 15 dólares, a poner el foco en el acuciante problema de la deuda estudiantil, a revitalizar la protesta ante la crisis climática o a replantear con urgencia el grave problema de la influencia del dinero de las grandes corporaciones en la política estadounidense.

La plaza del Sol, en 2011 y ahora

La plaza del Sol, en 2011 y ahora / JOSÉ LUIS ROCA

Bernie Sanders ha sido el que mejor trasladó a la política tradicional muchos de los elementos que latían en aquel movimiento asambleario y algo anárquico, más fuerte en crítica que en plantear una agenda específica. También Elizabeth Warren, que llevó a Washington la lucha contra los grandes bancos. Sin el movimiento, que fue clave para revitalizar a los Socialistas Demócratas de América, habría sido más difícil que se produjera la crecida de la corriente progresista dentro de las filas del Partido Demócrata, con iconos como Alexandria Ocasio-Cortez y un peso hoy determinante en la formación y en la presidencia de Joe Biden.

No faltaron retos y puntos débiles, incluyendo un predominio blanco en las protestas, pero Occupy inyectó vigor, energía y experiencia organizativa en el tejido sociopolítico estadounidense. Y como recordaba el sociólogo Michael McCarthy, que estuvo en Nueva York durante Occupy, "de ahí salió una masa crítica que ha estado moviendo nuevas ideas experimentales fascinantes" y que ha encontrado su camino no solo en campañas como la de Sanders sino también en laboratorios de ideas y organizaciones. Por Idoya Noain

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