May Chordà : Ser trans en los 80

La artista y activista hizo su proceso de transición en los años 80, cuando no había derechos ni leyes para el colectivo

"Ahora me siento respetada por la sociedad", asegura esta mujer que apoya la nueva 'ley trans' y critica la "transfobia" de algunos círculos feministas

May Chordà

May Chordà / Fernando Bustamante

J. M. BORT

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La primera vez que May Chordà recuerda sentir un claro desencaje de identidad fue el día del entierro de Franco, en 1975. "Tenía 8 años, nos pasamos el día delante de la tele y tengo grabada esa sensación profundamente, no sé por qué", rememora esta mujer transexual.

Entonces, en los 70, no existían ni gays, ni lesbianas, ni trans. "Todos éramos travestis o maricones", apunta May, de 53 años, hoy vocal del Consell Consultiu Trans de mayores de 50 años de la Generalitat valenciana y voz autorizada para hablar de la nueva ley trans, cuya piedra angular es la posibilidad de cambiar de nombre y género sin más requisitos que la declaración expresa de la persona y el acceso a los tratamientos hormonales desde la pubertad. "Cuando veo a niños y niñas a los que sus padres les apoyan me da una tremenda alegría –afirma–. El camino ha sido larguísimo".

De la mili al transformismo

May luce un pin arcoiris en la solapa. Bajo la ropa, sin embargo, hay muchas cicatrices, "sobre todo en el espíritu". Hoy, dice, vive su mejor etapa, pero el camino hasta la normalidad ha sido tortuoso. "A nosotras no nos defendía nadie. No teníamos derechos: hasta hace bien poco la OMS nos consideraba personas defectuosas, enfermas mentales".

"Lo que han cambiado las cosas. Yo, ahora, me siento respetada por esta sociedad"

A los pocos días de anunciar a su madre que le gustaban los hombres, con 16 años, May se encontraba en la sala de espera de un psiquiatra. "Fue la mayor pérdida de tiempo de mi vida. ‘¿Qué hago aquí?’, me preguntaba. Si yo lo tengo claro, nadie me tiene que convencer de nada". El médico le dio la razón.

Luego llegó una mili casi completa, y delirante, en Canarias–"me enteré de que la homosexualidad me excluía cuando ya llevaba varios meses y tuve que pasar por un tribunal médico"–, la ropa de mujer y una vida de vaivenes. De actuaciones en garitos semiclandestinos, primero, y de moda, después, en plena emergencia de la noche valenciana. "Empecé a meterme en el mundo de la noche. Un día, tras cederle el asiento a un señor en una discoteca, me ofreció entrar en el conservatorio para representar 'El baile del cisne', pero la profesora me dejó en ridículo delante de todas y me negué a seguir".

"Tomábamos hormonas a capazos: si tocaba una píldora al día, consumías cinco porque pensabas que te feminizabas antes, sin conocer los efectos secundarios que aquello implicaba"

"Estudié peluquería, pero empecé a refugiarme en lugares donde era mejor recibida, y me centré en una carrera artística, en el transformismo y la imitación", recuerda May. Locales y bares de intercambios sexuales, repartidos por el barrio de Ciutat Vella, eran espacios "seguros" para los homosexuales de la época. También para los "travestis", una nueva tribu nocturna en la València de la Transición.

"Me convirtieron en una persona muy admirada en el transformismo. Me llevaron a Valladolid, y luego al extranjero, a actuar en una época en la que también iba por las casas peinando a las señoras", rememora de su etapa de folclórica, cuando cantaba 'Las 5 farolas' de Carmen Flores.

"En la calle nos jugábamos la vida: a una compañera, un tipo le puso una pistola en la cabeza mientras la violaba"

La sala Esfinge aparece en su recuerdo. "Era un lugar muy oculto, con timbre, en un callejón, donde se reunían las compañeras que empezaron a prostituirse en la calle porque no tenían acceso a otros trabajos. El espectáculo era muy reducido: de 50, podían trabajar dos. Si yo pude hacer carrera es porque hice público mi cambio de físico sobre un escenario", explica. Era una vida de luces y sombras. De aplausos y, también, de hormonas ilegales, enfermedades venéreas, alcohol, drogas, prostitución y un par de intentos de suicidio.

Las "plagas" del sida y la heroína

Supo que había contraído el VIH en 1987. "Yo también terminé prostituyéndome. Volvía y lo dejaba. Era dinero rápido con el que compraba, en el mercado negro, hormonas del extranjero. Nos tomábamos el Androcur a capazos: si tocaba una pastilla al día, consumías cinco porque pensabas que te feminizabas antes. No conocíamos los efectos secundarios, o que mezclarlas con alcohol u otras sustancias era fatal para el hígado".

"Si la policía te pillaba con un espray de pimienta, que estaban prohibidos, te ponían una multa de 50.000 pesetas; por ir vestida de mujer, te hacían pagar 10.000"

Pasadas las dos de la madrugada, la avenida del Oeste de València, como otros muchos enclaves de grandes ciudades, era, a principios de los 80, una larga pasarela de trans ofreciendo sus servicios. «Nos jugábamos la vida. Hay a quien alguien le puso una pistola en la cabeza mientras la violaba. Quiero recordar desde aquí a mis compañeras que sufrieron las plagas del sida y la heroína, y que lucharon por nuestros derechos: muchas se quedaron en el camino».

Transfobia y 'ley trans'

Las trans que trabajaban en la calle tuvieron un «enemigo» añadido: la Brigada 26, grupo policial creado en 1972 para combatir a «vagos y maleantes» nocturnos. «Entonces nosotras ya usábamos los espráis de pimienta que también traíamos de fuera de España y que estaban prohibidos. Si te pillaban con uno te ponían una multa de 50.000 pesetas. Por ir vestida de mujer, 10.000 pesetas», recuerda la artista, que ahora da consejos a una pareja, José Antonio y Micaela, uno de ellos transexual e hijo de una familia gitana. «Lo que han cambiado las cosas. Yo, ahora, me siento respetada por esta sociedad». De ahí que le duela especialmente la «transfobia» que percibe en algunos círculos feministas contrarios a la ley trans. «¿No tienen en cuenta que nosotras hemos luchado por el feminismo? Ante todo, somos personas pacíficas y yo soy mujer antes que trans».

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