El comodín de la fe (cuando todo falla)

El sentimiento religioso parecía haber sido desterrado de la modernidad, pero la pandemia lo ha devuelto a escena. Eso dicen sociólogos, filósofos y los cazadores de tendencias

MAS PERIODICO 17 12 2020 RELIGION

MAS PERIODICO 17 12 2020 RELIGION / Archivo

Núria Navarro

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Cuando alguien como Elizabeth Duval –trans, agnóstica y una de las voces de la generación Z más solicitadas en las cocinas de la cultura contemporánea– dice a quien le escuche que es fan de la encíclica 'Fratelli Tutti' del papa Francisco –"la fraternidad como fundamento de la justicia social y la crítica al neoliberalismo son valores católicos a rescatar", repite–, es que algo pasa en una sociedad en la que modernidad y secularización hace décadas que caminan rabiosamente del brazo, sin soltarse.

No es un indicio aislado metido con calzador. El ránking de audiencias del pasado domingo situó la 'Santa Misa' de La 2 (12,2%) por encima de 'Home Cinema: Spider-Man 3' de Cuatro (7,6%) y de 'Salvados' de La Sexta (7%), y a solo cuatro puntos de 'Socialité' (16,1%), púlpito de las nuevas del corazón. Plataformas como Netflix y HBO, que huelen las tendencias como pocos, financian series de temática católica. Y el 'think tank' Pew Research Center ha señalado en su informe 'Being Christian in Western Europe' que un 71% de la población europea se considera cristiana, cuando solía ufanarse de haber roto un grillete que frenaba el progreso.

"Los no creyentes empiezan a ser capaces de reconocer las luces –y no solo las sombras– de las tradiciones religiosas", asegura Rafael Ruiz Andrés, investigador del Instituto Universitario de Ciencias de las Religiones de la Complutense

¿Volvemos al atavismo del pasado? ¿Hay nostalgia del cilicio? El historiador Rafael Ruiz Andrés, investigador del Instituto Universitario de Ciencias de las Religiones de la Complutense de Madrid, señala que hemos entrado en la 'post-secularización'. A saber: nos alejamos de dos tentaciones furiosas: 1/ "el fundamentalismo" –la reacción antimoderna de parte de las religiones–; y 2/ "el secularismo", la postura que tiende a ver como perniciosa cualquier presencia pública del elemento religioso. De tal modo que, cuando las costuras de la sociedad están reventando, parte del sector intelectual secular y religioso "se ha puesto a dialogar sobre qué construir juntos"; y siguiendo esa rodada, los no creyentes "empiezan a ser capaces de reconocer las luces –y no solo las sombras– de las tradiciones religiosas y a considerar que incluso aportan valores de interés".

El covid como acelerador

Este chup chup que se venía cociendo en el tramo más acelerado de la globalización –el de "la globalización de la indiferencia", en palabras del Papa, una de las palancas del cambio–, se ha vigorizado por culpa de la pandemia. "El sentimiento religioso ha crecido claramente", certifica el abad de Montserrat, Josep Maria Soler, desde lo alto del macizo, donde ya venían celebrando encuentros con agnósticos cada vez más nutridos. Pero es, "sobre todo a partir de la pandemia, cuando mucha gente se está dando cuenta de que las grandes cuestiones sobre el sentido de nuestra existencia no se pueden responder solo desde este mundo".

"El sentimiento religioso ha crecido claramente", certifica Josep Maria Soler, abad de Montserrat

A juicio del obispo, "el mensaje de Jesús no ha dejado nunca de ser contemporáneo, porque nos habla de lo que es fundamental para el ser humano: el amor, la fraternidad y el perdón". Un mensaje que el 9 de abril, en el confinamiento más estricto, fue seguido a través de la red local de emisoras de televisión por 200.000 espectadores. Coincide en la evaluación Ignasi Miranda, director de 'La Missa' de RTVE Catalunya, que entre marzo y abril, tuvo una media de 60.000 espectadores: la 'clientela' no es (solo) la habitual. "La necesidad de refugio, consuelo y antídoto contra el miedo se está dando en personas que no creen, pero intentan construir algún tipo de experiencia personal desde la interioridad", decodifica.

El medio (también) es el mensaje

Por otra parte, los operadores de la fe han entendido aquello de que "el medio es el mensaje" de McLuhan y se han puesto las pilas con las nuevas tecnologías. Se han multiplicado las aplicaciones para seguir la liturgia, leer la Biblia y hasta confesarse. Y han surgido 'instagramers' –jóvenes que no vivieron el lado oscuro de la Iglesia– que le dan un meneo 'cool' a los contenidos. Lola de Blas y Diego Bermúdez, barceloneses de 38 y 34 años, llevan la cuenta The Fishermen –35.700 seguidores–, convencidos de que conectan porque "el modo de vida actual nos ofrece parches, no soluciones ni respuestas al anhelo de trascendencia".

Otra cuenta de éxito es Have a God Time –12.000 seguidores, de entre 25 y 40 años–, creada por Adriana Ribó y Miguel Pérez-Laorga, un matrimonio madrileño experto en comunicación, que nació como tienda online de "cosas bonitas de Dios" (una especie de Mr. Wonderful metafísico). "Hace unos años éramos muy pocos en las redes dando testimonio –explican–. Es increíble la cantidad de personas muy jóvenes que durante la pandemia quieren transmitir la fe o necesitan del mensaje de Cristo", dicen. "Hay una necesidad grande de ser amado y de vivir ese amor en comunidad".

Una longitud de onda similar

El sociólogo Fernando Vidal, profesor de la Universidad Pontificia Comillas, explica que el sentimiento religioso siempre ha estado ahí, solo que unas veces ocupa la centralidad y otras, es enviado al cuarto de las escobas. "Es cuando el yo y la búsqueda de autonomía fracasan, cuando hay una necesidad de sentido", asegura. Pero no basta. Se tienen que dar unas condiciones para reflotar. Y en este momento, "cuando la sociedad enfatiza la importancia del cuidado y potencia el redescubrimiento de la fragilidad propia" entra en la misma longitud de onda de una religión occidental que "ha dejado de pisar el acelerador y está menos alineada con la ideología y más con esa lógica del cuidado". 

"La religión occidental está hoy menos alineada con la ideología y más con la lógica del cuidado", dice Fernando Vidal, profesor de la Universidad Pontificia Comillas

O sea, si el individualismo nos ha llevado al cataclismo como sociedad y como planeta, si nos ha cerrado al otro –"y es posible que también a lo Otro", añadirá el sociólogo Ruiz Andrés–, quizá es un momento de revisión del fondo de armario de lo humano. "¿Será la crisis que estamos viviendo un aliciente para potenciar las formas comunitarias de existencia? –formula el sociólogo–. De cómo se responda a esta pregunta dependerá parte de la vitalidad del elemento religioso en el futuro próximo".

Karen Armstrong, experta mundial en religiones comparadas y Premio Princesa de Asturias de Ciencia Sociales 2017, responde que sí, que nos urge "aprender a resistir al ‘primero yo’ impreso en nuestro viejo cerebro reptiliano", que nos fue útil para escapar de los predadores, para cultivar "la compasión, la alegría, la serenidad y el afecto", que la neurociencia sitúa en sistema límbico, debajo del córtex. O en términos menos biológicos, obedecer al "apetito instintivo de trascendencia" presente ya en el 'Hombre León', una talla de marfil de hace 40.000 años hallada en la cueva de Stadel (Alemania)

"Podemos ser religiosos sin religión, sin instituciones y sin líderes religiosos que actúen como políticos", sostiene Karen Armstrong, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales

Consistiría, dice Armstrong, en actuar conforme a la Regla de Oro –"trata a los demás como querrías que te trataran a ti" – y poco más. Muy 'queer', en el fondo. A su juicio, "podemos ser religiosos sin religión, sin instituciones que sirvan para preservar el culto y sin líderes religiosos que actúen como políticos", sostiene. Aunque, alerta, no valen las espiritualidades alternativas, abrazadas por miles de confinados. "El mindfulness o el yoga se centran primero en el yo y después, en el yo también. Cuando nos ponemos en el centro, nos perdemos. Es imposible encontrar así la serenidad y la trascendencia". Los textos sagrados, en cambio, nos hacen salir de nuestra burbuja de privilegio para «explorar con imaginación nuevas vías para llegar a la igualdad, el amor y la compasión».

El desespero de la Navidad

Otras voces, nada sospechosas de oler a sacristía, lamentan la desaparición de lo sagrado en la modernidad. En 'Religión para ateos' (RBA), el filósofo suizo Alain de Botton recuerda, desde la posición del no creyente, que la religión "marca una parcela de tierra, la rodea de muros y declara que allí reinarán valores muy distintos a los del exterior". El espacio sagrado, prosigue, "genera un nivel de intensidad espiritual imposible de conseguir en un centro comercial". Y se lo dice a los que, en un mismo aliento, desprecian la creencia en Dios "al tiempo que confían sinceramente en que los poderes combinados del FMI y Silicon Valley pueden curar todos los males de la humanidad".

"El espacio sagrado genera un nivel de intensidad espiritual imposible de conseguir en un centro comercial, explica el filósofo Alain de Botton

Un paso más radical lo da la vedete de la filosofía alemana, Byung-Chul Han, que culpa del 'borrado' de lo sagrado al capitalismo financiero. En 'La desaparición de los rituales' (Herder), reivindica la importancia de la repetición. "A los dispositivos neoliberales tales como la 'autenticidad', la 'innovación' o la 'creatividad' les es inherente forzarnos permanentemente a lo nuevo", esboza Han. Crean torbellinos de angustia, mientras que "las repeticiones dan estabilidad a la vida". Eso explicaría, por ejemplo, el porqué del desespero general por no poder celebrar la Navidad, una fecha fijada a martillo que habitualmente nos aboca al Almax y a pruebas de estrés del cuñadismo. "En el mundo secular los rituales nos ponen suavemente en nuestro sitio y nos concilian con los demás", coincide Botton. Y Hartmut Rosa, profesor de Sociología en la Universidad Friedrich Schiller de Jena, añade que, frente al vacío que nos empuja a la comunicación digital y al consumo, "los rituales crean ejes de 'resonancia' verticales (con dioses, el tiempo, la eternidad) y horizontales (con la comunidad social)".

El antropocentrismo nos disloca. Pese a que la modernidad prometió progreso sin límite, la sociedad de consumo potenció aspiraciones sin límites, los modelos productivos potenciaron ambiciones sin límites, la realidad humana está esencialmente marcada por el límite. Somos "los únicos animales que tienen que vivir con el conocimiento profundo de la propia muerte", se suma Karen Armstrong. Y para combatir ese malestar, dice, están "la música, el arte y la religión", que nos elevan a un lugar compartido.

Bergoglio no da 'cringe'

De eso habla Jorge Bergoglio, el papa Francisco, cuya cuenta de Twitter supera los 18,5 millones de seguidores. No solo alza la voz frente a la emergencia climática, la migración o la crisis de los refugiados –"como estamos concentrados en nuestras necesidades, ver a alguien sufriendo nos molesta, nos perturba. Es un síntoma de una sociedad enferma, porque busca construirse de espaldas al dolor"–; y afea a los poderes que excluyen ("el mercado solo no lo resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer el dogma de fe neoliberal"). También le habla al atropellado yo interior. Frente al catolicismo rancio que gustó ver al Papa como un ser infalible, él se corrige en público y se muestra como humano. "En nuestro mundo de ídolos endiosados, que un líder mundial se presente así tiene su atractivo", subraya Ruiz Andrés.

De ahí que a Elizabeth Duval y otros cachorros del siglo XXI que heredan un mundo espantoso les seduzca 'Fratelli Tutti'. Y que a los no creyentes no les dé 'cringe' lo que dice un purpurado. Queda por saber si pasada la pandemia, y recuperada –los que puedan– cierta autonomía personal, el aparente despertar del sentimiento religioso quedará reducido a una circunstancial fantasía consoladora.

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