Entrevista

Giles Tremlett: "Franco era más caudillista que fascista"

El hispanista británico desgrana en 'Las brigadas internacionales' la historia de los voluntarios que lucharon al lado de la República

Giles Tremlett, periodista e historiador que acaba de publicar un libro sobre las Brigadas Internacionales

Giles Tremlett, periodista e historiador que acaba de publicar un libro sobre las Brigadas Internacionales. /

Juan Fernández

Juan Fernández

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Desde que se mudó a vivir a España hace 25 años, Giles Tremlett ha venido tropezando continuamente con un pasaje muy concreto de nuestro pasado. "Siempre se me acercaba alguien para hablarme de las Brigadas Internacionales. Uno llegaba y me mostraba la foto de su abuelo brigadista; otro me revelaba una historia jamás contada sobre aquellos voluntarios; otro se abría la camisa y me enseñaba el escudo que llevaba tatuado en el pecho", relata. Su instinto de periodista y su tesón de historiador hicieron el resto.

Como quien reúne las piezas de un inmenso puzle, el hispanista británico lleva años recopilando historias sobre los 35.000 hombres y mujeres de 60 nacionalidades que hace más de 80 años viajaron a España con la firme decisión de combatir al fascismo. Se ha escrito mucho sobre ellos, pero nunca con las referencias que ha manejado Tremlett, que ha podido documentarse en los archivos moscovitas de la Internacional Comunista, la Komintern, cuyo papel fue decisivo en la formación de aquel ejército transnacional.

Tampoco se había realizado hasta ahora una investigación global que pusiera las inquietudes, dudas y ambiciones de aquellos hombres y mujeres en el contexto de la batalla ideológica que vivió Europa en el primer tercio del siglo XX. "La de los brigadistas es una historia que trasciende a la guerra civil", advierte.

-Después de tantos años, ¿por qué siguen causando fascinación las Brigadas Internacionales?

-Tiene que ver con la dimensión que alcanzó la guerra española en el mundo. No fue un enfrentamiento civil al uso ni una simple guerra de españoles contra españoles. Fue el primer choque de las grandes ideologías del siglo XX y la primera contienda de la segunda guerra mundial. Al menos, así lo vivieron los brigadistas y todos los que vinieron a ser testigos, desde Hemingway a Orwell o Capa. Fue el Vietnam de la época, algo que marcó el imaginario internacional.

-¿Por eso se movilizaron?

-Sus motivaciones fueron muy diferentes. Muchos eran comunistas y llegaron con una fuerte carga ideológica, pero también había centristas, católicos, judíos, mercenarios e incluso amantes de aventuras. La mayoría vino de Europa y América, pero también hubo brigadistas chinos, sirios, iraníes, indonesios… Tenían en común el antifascismo. Sabían lo que Hitler y Mussolini estaban haciendo y se sintieron llamados a combatirles. En este sentido, no libraron una guerra, sino tres, y ganaron dos.

“En las Brigadas Internacionales hubo mucho machismo, pero no más del que había en las milicias, que en seguida apartaron a las mujeres”

-¿Tres guerras?

-La española la perdieron, porque la ganó Franco, a quien considero más caudillista que fascista. El fascismo era una ideología moderna y requería un nivel de imaginación que él no tenía. Pero los brigadistas también empuñaron las armas contra la política de no intervención que mantenían sus gobiernos, y esa guerra la ganaron cuando Hitler invadió Polonia y, de repente, todo el mundo se volvió antifascista. La tercera fue la guerra mundial, hacia donde marcharon todos los que salieron vivos de España. 

-¿Qué fue de ellos?

-Muchos tuvieron trayectorias alucinantes. Como Pierre Georges, apodado Coronel Fabián, que puso en marcha la resistencia francesa el día que le pegó un tiro a un alemán en el metro de París. En su honor hay una estación que lleva su nombre. El encargado de firmar la salida de los nazis de la ciudad fue Rol-Tanguy, otro brigadista. En Yugoslavia, los cuatro ejércitos de Tito estuvieron comandados por otros tantos brigadistas. En Italia pasó lo mismo. La Stasi alemana la fundó y dirigió otro brigadista. En Reino Unido, el sindicalista Jack Jones, también brigadista, era considerado el hombre más poderoso del país en los años 70. También perteneció a las Brigadas sir Alfred Sherman, el gurú de Thatcher.

-Sorprende mucho la variedad de perfiles.

-Es obvio que el Komintern fue decisivo en la formación de las Brigadas, pero ya había 2.000 voluntarios extranjeros enrolados en las milicias antes de que los soviéticos intervinieran. El espíritu fue siempre frentepopulista, porque querían dar cabida a todo el mundo. Estaban al servicio de la República y vinieron a combatir al fascismo, no eran emisarios de Stalin, como algunos han querido contar. 

-Esa leyenda fue promovida por el franquismo. Desde el bando contrario se las presenta como un Ejército de santos, pero usted desmonta ambos mitos.

-Un ejército de 35.000 santos no ha existido nunca, ni existirá jamás. Soy hijo de militar, sé de lo que hablo. Algunos brigadistas hicieron cosas horribles, como aniquilar prisioneros o violar mujeres, pero nunca se comportaron como el Ejército soviético en Alemania. Tampoco es cierto que mataran a uno de cada 10 colaboradores suyos por no ser suficientemente comunista. 

-Lo que sí es cierto es que hubo muchos brigadistas españoles.

-Algunos llegaron de la emigración y otros se enrolaron desde aquí porque faltaban especialistas para las labores técnicas. Con el tiempo, la mayoría eran locales porque entre los que murieron y los desertaron, no había suficiente gente para ir al frente. 

-En el libro denuncia la misoginia que se respiraba en la tropa y entre los mandos.

-Sí, en las Brigadas hubo mucho machismo, pero no más del que había en las milicias, que apartaron a las mujeres del frente y las relegaron de los cargos de responsabilidad. Las convirtieron en iconos al mostrarlas en los carteles, pero, según avanzaba la guerra, ni los comunistas ni los anarquistas quisieron oír hablar de mujeres empuñando armas en el campo de batalla.

“Me parece inconcebible que España no tenga un gran museo de la guerra civil”

-¿Cómo valora el reconocimiento que la España de hoy brinda a las Brigadas?

-En 1996, el Congreso de los Diputados les rindió un homenaje y acordó otorgarles la nacionalidad española. Hasta el PP lo apoyó. Yo prefiero quedarme con esa imagen, que honra a España. En mi opinión, que 35.000 personas vinieran a defender la democracia y luchar contra unos golpistas que contaban con el apoyo de Hitler y Mussolini, es digno de reconocimiento. Pero esto no implica convertirles en santos, porque no lo fueron. 

-¿Cree que aquel acuerdo unánime sería posible hoy?

-Vox no lo apoyaría. En aquel momento, la derecha quería mostrarse centrista y evidenció que en este país, cuando se quiere, es posible alcanzar acuerdos. Seguramente, hoy muchos les llamarían derecha acomplejada. 

-¿Cómo ve la evolución que ha mostrado la política española?

-No la veo tan mal como algunos la describen. En la época de Zapatero también hubo crispación, y entonces sí se usó a los muertos como arma arrojadiza. En las democracias hay que pelearse mucho, así funcionan. Existen para que podamos discutirlo todo en los parlamentos.

-Ahora, el Gobierno se plantea conceder la nacionalidad española a los hijos de los brigadistas.

-Lo veo bien, aunque sin mucha trascendencia. Hoy solo quedan dos brigadistas vivos y no me imagino a oleadas de descendientes de aquellos voluntarios llamando a las puertas de España. Considero más necesario que este país tenga, de una vez por todas, un gran museo de la guerra civil. Me parece inconcebible que carezca de él. Berlín tiene el suyo sobre el nazismo, Londres tiene su Imperial War Museum, Ámsterdam tiene su museo militar, pero en España solo hay pequeñas muestras. Es una pena, porque tienen el lugar perfecto para instalarlo.

-¿Cuál?

-Está claro: el Valle de los Caídos. Podría convertirse en un gran centro de estudio para los investigadores y una estupenda atracción turística y educativa para el gran público. Es mejor que el pasado esté a la vista y bien explicado, aunque sigamos discrepando sobre él, que oculto y silenciado. Porque siempre puede llegar alguien a llenar ese silencio con mentiras.

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