VACACIONES 'VINTAGE'

Historias del cámping

Ahora que se avecina una nueva edad de oro de las vacaciones setenteras, cinco campistas célebres tiran de anecdotario con cámping gas. Sociología de la tienda de campaña

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Juan Fernández

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Se ha convertido en el parche vacacional de la nueva normalidad. Pero es más que eso, asienten estos cinco famosos con currículum campista. Aquí rememoran recuerdos con carne de gallina entre tiendas de campaña. En un cámping, prometen, «puedes vivir el mejor verano de tu vida”. 

«La Ballena Alegre fue mi beca Erasmus»

KIKO AMAT. Escritor y periodista

A nadie en su sano juicio se le ocurriría hoy explotar el delta del Llobregat como un polo de atracción turística. Sin embargo, a ambos lados de la carretera de <strong>Castelldefels </strong>que cruza la zona, hace medio siglo floreció una variopinta constelación de cámpings de corte popular que solucionó las urgencias vacacionales de varias generaciones de catalanes, sobre todo familias de clase trabajadora del cinturón de Barcelona. 

El Toro Bravo, La Tortuga Ligera, La Ballena Alegre, Estrella de Mar, Albatros… El escritor y periodista <strong>Kiko Amat</strong> (Barcelona, 1971) conoció aquel ecosistema de nomenclatura zoológica, y además lo hizo por partida doble: primero, como miembro de una de esas familias working class que encontraron en el cámping su apaño estival –«no teníamos pueblo al que volver, así que mis padres apostaron por esta forma de veraneo», explica–, y luego como recepcionista púber en uno de los recintos donde los lugareños compartían duchas, piscinas y mesas corridas con una cosecha de guiris que aún no había descubierto la Costa Brava. 

Experiencia iniciática

Si sus excursiones familiares le aportaron una infancia original –«me crie en un barrio obrero de Sant Boi donde nadie acampaba, los críos flipaban al vernos llegar con la caravana», recuerda–, sus cuatro años en la garita de acceso de La Ballena Alegre supusieron para él una experiencia iniciática. «Tenía 16 años y era la primera vez que trabajaba. Lo recuerdo como uno de los momentos más guays de mi vida, una mezcla de liberación absoluta por alejarme del núcleo familiar y de desvirgamiento general», relata. Las horas que había que echar en la recepción eran lo de menos. «Lo que molaba era la atmósfera de franca camaradería que había entre los currantes en medio de aquel ambiente estival».

"Conservo hasta los olores. Era todo tan años 70 y tan preilustrado, que emociona recordarlo"

El contacto con los usuarios del cámping también tenía su encanto, sobre todo con los que llegaban del otro lado de Pirineos. «El segundo año apareció por allí un grupo de mods de Berlín que fue crucial en mi formación cultural. Iban una década por delante de nosotros, así que me pegué a ellos y me empapé de todo lo que contaban y, sobre todo, de la música que escuchaban. En dos semanas de acampada y un año de intercambio epistolar, adquirí unos conocimientos de subcultura europea que me marcaron. Yo tenía 17 años y aquellos mods fueron para mí como una aparición mariana», confiesa. «La Ballena Alegre fue mi beca Erasmus».

El escritor sostiene que hay una memoria sentimental del cámping pendiente de ser explotada como material literario. Al fin y al cabo, ¿qué nacido después de los 60 no ha plantado alguna vez una tienda de campaña? Él ha evocado este escenario en un par de novelas, pero aún le queda mucho por contar. No será por falta de recuerdos. «Conservo hasta los olores. Como había muchos mosquitos, un camión recorría el cámping cada tarde fumigando las calles. Había que ver a aquellas familias cenando, envueltas de pronto en DDT, o a los niños que jugaban a perseguir el camión y acababan empapados en insecticida. Era todo tan años 70 y tan preilustrado, que emociona recordarlo». 


«He dormido en tiendas un tercio de mi vida»

JESÚS CALLEJA. Aventurero y presentador

Pocos amantes del turismo al aire libre pueden igualar el currículum campista de <strong>Jesús Calleja</strong> (Fresno de la Vega, León, 1965). «He trabajado 16 años de guía en el Himalaya, he hecho 200 expediciones alrededor del mundo, he participado en subidas al Everest de más de dos meses de duración… Y en todas esas excursiones y situaciones, siempre iba de acampada, a veces de cámping en cámping, a veces plantando el campamento donde quisiera. Un tercio de mi vida he dormido en tienda de campaña», resume. 

De esta vocación silvestre, Calleja ha hecho una profesión que no entraba en sus planes cuando se enamoró de viajar en contacto con la naturaleza. En realidad, dice, los responsables de esta afición son sus padres. «A él le encantaba pescar y todos los fines de semana nos llevaba a la montaña. Allí comíamos, pasábamos el día y a veces dormíamos cuando nadie hacía acampada en España. Nuestra primera tienda la compró mi madre en Londres, siendo nosotros enanos, y con ella recorrimos toda Europa», recuerda. 

Turismo al aire libre

Hoy es una escena habitual cada verano, pero a mediados de los años 70 no era fácil encontrar familias españolas haciendo cámping por el continente. «Sin embargo, mi padre cargaba la tienda en la baca del Simca 1.000 y nos poníamos a recorrer países. Como no teníamos recursos y las pesetas no valían nada al cambio, el cámping era la única forma que teníamos para conocer Europa. Solo gastábamos en comida y gasolina», rememora. 

"En el cámping somos todos iguales, nadie sabe si eres más rico o más pobre que el vecino que ocupa la tienda de enfrente"

Experiencias así acaban conformando el carácter de una persona y definiendo su escala de valores. Calleja no tiene duda de que su manera de entender la vida está soldada a este modo de relacionarse con el entorno que brinda el turismo al aire libre. «En los cámpings –analiza el presentador aventurero– he conocido a mis mejores amigos, y en el fondo es lógico, porque quien viaja de esta forma suele compartir un mismo sentido de la libertad y le gusta estar en contacto con la naturaleza de forma parecida». 

En su opinión, hay hasta un cierto discurso político implícito en la cultura del cámping. «El hotel separa a la gente por muros e impone categorías. En función de tu nivel de riqueza, vas a establecimientos con más o menos estrellas. En cambio, en el cámping somos todos iguales, no existe distinción, nadie sabe si eres más rico o más pobre que el vecino que ocupa la tienda de enfrente», señala. 

Calleja, que estos días recorre España junto a su equipo en una docena de autocaravanas para grabar la próxima temporada de <strong>Volando voy</strong> (Cuatro), lanza un reto a quienes miran con desdén al cámping y las acampadas alegando falta de confort: «Pruébalo. Dentro de muchos años, cuando recuerdes el anecdotario de tu vida, no hablarás de un hotel, sino del día que despertaste en una tienda de campaña, saliste al exterior, y estabas en medio de un paisaje sobrecogedor». 


«Es algo que marca para toda la vida»

IVÁN MASSAGUÉ. Actor 

Como el nativo mira al forastero que llega al poblado con su glamur cosmopolita, así mira el temporero del cámping, acostumbrado a pasar largas estancias en el recinto, a ese otro turista de aire libre que aparece un día y al siguiente se esfuma. Ese campista fugaz que va con su casa a cuestas de acampada en acampada es el actor <strong>Iván Massagué </strong>(Barcelona, 1976), un trotamundos incorregible adicto a hacerse rutas en invierno o verano, haga frío o calor, sin pisar un hotel. En su caso, la casa no es ninguna autocaravana sofisticada, sino la furgoneta en la que suele viajar. O furgonetas, porque ha tenido varias en los últimos años y a bordo de ellas asegura haber conocido «los rincones más hermosos de toda España y media Europa». 

"Despertar en medio de estos paisajes es mejor que un hotel de cinco estrellas"

Lo suyo es la carretera y manta. Su hoja de ruta consiste en hacer kilómetros, disfrutar del camino, hablar con los lugareños y parar a dormir donde dicte el atardecer o sugiera el paisaje. Y en ese plan, el cámping funciona como una nave nodriza donde poner al día la intendencia del nómada. «Normalmente viajo a mi aire, pero después de varios días de acampada libre, suelo parar en algún cámping cerrado para usar los servicios, cargar las baterías y renovar el material», explica. También lo ha hecho a veces como medida de seguridad. «Cuando viajas por lugares peligrosos, el cámping te da la tranquilidad de saber que no te vas a llevar ningún susto», añade.

Los primeros besos

Así lleva 20 años dando vueltas por Italia, Croacia, Eslovenia, Francia, la península Ibérica, las islas Baleares… Y piensa seguir haciéndolo: si no fuera por la serie que ha de empezar a rodar en agosto, este verano se escaparía al cámping La Duna Surf de Coruña, donde le espera un grupo de amigos. De pequeño pasó largos veranos en Altafulla y recuerda colarse en el cámping Don Quijote que hay en esta localidad tarraconense para empaparse de ambiente campista. «Allí di mis primeros besos y eso es algo que marca para toda la vida», confiesa. Su recomendación para estas vacaciones la tiene clara: «Agarren la tienda de campaña o la caravana y conozcan los cámping y rincones que hay en la Terra Alta. Despertar en medio de estos paisajes es mejor que un hotel de cinco estrellas», advierte. 


«Una noche me confundí de ‘bungalow’»

ANDREU CASANOVA. Humorista 

El cámping atesora un atractivo fraternal que no tienen otros modelos de residencia turística. Al fin y al cabo, se le elige por la posibilidad que ofrece de compartir el mismo aire libre con otros congéneres, aunque esto incluya usar también los mismos baños y lavar los cubiertos en los mismos fregaderos. Pero una cosa es esa promesa de hermandad y otra muy distinta lo que le ocurrió al monologuista <strong>Andreu Casanova</strong> (Barcelona, 1985) en el cámping La Pineda de Salou. El relato de los hechos le señala como responsable, pero el cómico advierte de que la culpa no fue suya sino del alcohol y la noche, que confunden al más astuto.

Como había hecho en otras ocasiones, en el verano del 2017 se fue de acampada con un grupo de amigos para celebrar un cumpleaños. En realidad, el sarao no tuvo lugar en el cámping donde se hospedaban, sino en una discoteca contigua, de la que volvieron a altas horas de la madrugada mucho más alegres de lo que salieron. La euforia de las copas le impidió dudar: «Ése es mi bungalow», se dijo ante una puerta que encontró entreabierta, y donde se metió y empezó a desnudarse ansioso por abrazar el colchón. De repente, el gran susto: «¡Quién coño es usted!», gritó una masa humana brincando entre las sábanas. 

«Un señor en mi cama»

«El hombre me hablaba entre indignado y asustado, y yo no sabía si ponerme a chillar como él o empezar a reír. Él no entendía qué hacía yo en su bungalow, ni yo qué pintaba un señor en mi cama. Hasta que caí en la cuenta: me había equivocado de caseta. Así que me disculpé, recogí mi ropa, volví sobre mis pasos y salí a la calle en busca de mi residencia», relata el monologuista entre carcajadas. 


«En el cámping viví los primeros romances»

SANDRA BARNEDA. Periodista 

En los años 70 y 80, el cámping fue la solución elegida por multitud de familias de clase media de todo el país para veranear al aire libre en entornos seguros y acogedores por módicos precios. La de <strong>Sandra Barneda</strong> (Barcelona, 1975) fue una de ellas, aunque su experiencia campista fue tan intensa y prolongada que acabó modelando su infancia y adolescencia. 

«Entre los 5 y los 17 años, mi lugar de vacaciones fue el cámping Solmar de Blanes. Mis padres tenían una caravana y después de Semana Santa íbamos todos los fines de semana. Luego tocaban las vacaciones de verano», relata, y a punto está de emocionarse rescatando flases de aquella juventud entre tiendas de campaña: «Ocupábamos siempre la misma parcela, en la calle de la Paz, y coincidíamos con los mismos vecinos. He crecido con esos niños y niñas, que son casi de mi familia. Jugábamos, nos bañábamos, paseábamos por el pueblo, nos peleábamos, nos arreglábamos... Era una sensación absoluta de libertad y diversión», recuerda.

"Sinónimo de felicidad"

Este año, las dificultades para viajar al extranjero permiten augurar una temporada de oro para las acampadas, pero Barneda se resiste a ver el cámping como un parche vacacional. «Allí puedes vivir el mejor verano de tu vida. No ofrece las calidades de un hotel, pero no recuerdo incomodidades cuando echo la vista atrás. Me veo feliz yendo a comprar el pan en bicicleta, o cargando junto a mis hermanos el cubo lleno de platos camino del fregadero, o durmiéndome mientras oigo la voz de mis padres que juegan a las cartas con los vecinos», describe.

Aquella docena de veranos en el cámping coincidió con su etapa de crecimiento personal, detalle que la presentadora tiene muy presente. «Allí viví los primeros romances, los primeros besos, esa sensación de hacerte mayor cuando nos daban permiso para ir a la discoteca del pueblo y tomábamos los primeros cócteles sin alcohol», recuerda. «Para nuestros padres, el cámping fue la solución para pasar el verano con cuatro hijos. Para nosotros, es sinónimo de felicidad», reconoce. 

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