MEMORIA HISTÓRICA

Dresde, 13 de febrero de 1945: la noche en que llovió fuego

Se cumplen 75 años del bombardeo de Dresde, que costó la vida a 25.000 civiles alemanes, la mayoría abrasados por las bombas incendiarias

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Juan Fernández

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En el catálogo de horrores que acumuló la segunda guerra mundial, el bombardeo de la ciudad alemana de Dresde, ocurrido en la noche del 13 de febrero de 1945, tiene el poder simbólico de los pasajes que señalan los límites de la barbarie humana, como si resultara imposible ir más allá ni concebir mayor infamia. En la contienda hubo otros ataques aéreos con más víctimas mortales y mayor uso de explosivos, pero el de Dresde conserva en la conciencia de Europa el recordatorio del espanto que nunca debería volver a repetirse. Por la intensidad de fuego que cayó del cielo en tan poco tiempo, por las dantescas escenas de pánico y muerte que relataron los supervivientes y por la destrucción que causó en una de las ciudades más bellas y cultas del continente, conocida como la Florencia del Elba.

También, porque en esta ocasión los bestias, por emplear la expresión que usó Churchill para referirse a esta terrible página de la guerra, fueron los buenos, si es que en una guerra hay buenos aparte de las víctimas inocentes.

Entre las diez de la noche y la una de la madrugada, en dos pasadas consecutivas de 20 minutos de duración cada una, 796 bombarderos de la fuerza aérea británica lanzaron sobre la capital sajona 500 toneladas de bombas explosivas y 375 de material incendiario. Las primeras taladraban los edificios haciéndolos reventar desde el tejado hasta las plantas bajas; las segundas cubrieron aquellas cicatrices de sustancia inflamable que convirtió la ciudad en una inmensa tea ardiente. La faena la remataron los 316 bombarderos norteamericanos que en la mañana siguiente arrasaron con todo lo que quedaba en pie.

Piras humanas

Murieron 25.000 personas, aunque esta cifra es solo la estimación que pudo hacerse a partir del sembrado de cadáveres calcinados y miembros mutilados que quedó esparcido entre los escombros, parte del cual hubo que hacer desaparecer en los días siguientes en improvisadas piras humanas impidiendo la identificación de muchos de los fallecidos. Quedaron las ruinas de los edificios, como bocas desdentadas que parecían gritar al cielo, y los testimonios de los supervivientes, que a través de cientos de diarios, manuscritos y cartas, mantuvieron indeleble la memoria del infierno que vivieron.

A partir de ese material narrativo, parte del cual se conserva en el archivo municipal de la ciudad, el escritor británico Sinclair McKay ha reconstruido con minuciosidad de guionista de teleserie aquellas terribles horas en el libro ‘Dresde 1945, fuego y oscuridad’ (Taurus, 2020), en cuyas páginas también da voz a los aviadores británicos y norteamericanos que lanzaron los explosivos, muchos de los cuales vivieron traumatizados el resto de sus días al descubrir la magnitud de su acción, y ofrece las claves militares y geopolíticas que condujeron a esta macabra operación en el contexto del final de la guerra.

Sinclair McKay:
«La magnitud
de lo ocurrido
en Dresde
escapa a lo
racional. Como
Guernica, señaló
los límites de
la guerra total»

A través de historias personales con nombres y apellidos, McKay describe la indolencia con que los habitantes de Dresde vivieron las horas previas, entregados a la celebración del carnaval e ignorantes de la tragedia que les deparaba el destino. A las diez en punto, cuando las sirenas comenzaron a sonar, muchos pensaron que se trataba de un ataque más de los muchos que la ciudad había sufrido desde el comienzo de la guerra sin apenas dañarla. Pero pocos minutos después, cuando las bengalas lanzadas por los primeros aviones iluminaron el cielo para señalar el camino a los bombarderos, quedó claro que aquél no iba a ser un bombardeo cualquiera.

Tornados de fuego

Lo que vino a continuación fue una orgía de fuego y destrucción. Dresde carecía de refugios antiaéreos, por lo que la población usaba los sótanos para guarecerse cuando la aviación aliada visitaba la ciudad. Sin embargo, la magnitud del ataque del 13 de febrero iba a convertir en ratoneras mortales muchas de aquellas estancias subterráneas, a veces porque las bombas llegaron a taponar las bocas de salida al exterior, a veces porque el fuego que derretía las plantas superiores de los edificios acabó consumiendo el oxígeno que quedaba en el subsuelo.

Como si fuera un testigo más del aquelarre, McKay relata en su libro las horas de terror que se vivieron en los improvisados refugios, a oscuras y en silencio mientras las explosiones hacían crujir los bloques de viviendas sobre sus cabezas, aunque el verdadero espanto acontecía en el exterior, a ras de calle. La acumulación de edificios ardiendo, uno al lado de otro a lo largo de manzanas enteras, acabó provocando un extraño fenómeno que a veces se da en los incendios de gran magnitud, consistente en la formación de fuertes corrientes de aire que atraen hacia las llamas todo lo que se encuentra a su alrededor.

Aquella noche, centenares de civiles que intentaban escapar se vieron atrapados por inesperados tornados de fuego que los empujaban hacia el interior de las calderas en que se habían convertido las edificaciones. Los que logaron huir fueron sorprendidos por el material inflamable que esparcían las bombas incendiarias. Los que vivieron para contarlo, relataron escenas de mujeres y niños corriendo por la calle cuyas ropas empezaban a combustionar de repente como si fueran cerillas, o caían desplomados cuando los adoquines ardientes derretían las suelas de sus zapatos. Los que creyeron estar a salvo refugiándose en tanques de agua, acabaron cocidos. Todo era incandescencia, fulgor y olor a carne quemada.

Historias de heroísmo

“Tuvo algo de combate medieval. Hiroshima sucedió en un segundo, no dio tiempo a imaginar cómo ocurrió, pero Dresde fue una ciudad entera envuelta en llamas durante toda una noche, algo insólito en la historia moderna de la guerra”, analiza McKay, quien también ha rescatado en su libro varias historias de heroísmo y generosidad protagonizadas por ciudadanos anónimos que se atrevieron a regresar a los escombros para rescatar supervivientes y adultos que se hicieron cargo de menores abandonados en plena huida. “Esa noche pudo verse lo peor y lo mejor de la condición humana”, resume el investigador, autor también de un libro sobre los matemáticos que descifraron el código de la máquina Enigma que usaba el ejército alemán.

El bombardeo de Dresde formaba parte de la Operación Trueno, el plan que diseñó el alto mando aliado para atacar desde el aire los principales núcleos urbanos germanos con el objetivo de diezmar la moral de la población y provocar la rendición del ejército nazi. Pero la capital sajona reunía esa noche varios factores que desencadenaron la tormenta perfecta. 

La acumulación 
de edificios
ardiendo provocó
tornados de
fuego que atraían
hacia las llamas
a los que
trataban de
escapar

“Carecía de defensas antiaéreas, lo que la convertía en un blanco fácil, y albergaba a miles de refugiados que habían huido del frente del este, lo que incrementó la carnicería Además, las condiciones de temperatura, presión y humedad fueron ideales para que los incendios acabaran provocando tornados de fuego”, explica el historiador, quien advierte: “No nos engañemos: 796 bombarderos cargados de material incendiario no buscaban destruir líneas férreas o fábricas de armamento, sino hacer el mayor daño posible, aunque estoy convencido de que el resultado que encontraron no fue el que planearon. La escala de lo ocurrido en Dresde escapa a lo racional”.

Como Guernica

En un primer momento, la prensa británica defendió el ataque basándose en los informes militares que señalaban a Dresde como un objetivo bélico, pero la magnitud de la masacre consternó al propio Churchill, que llegó a enviar una carta al responsable de la operación, el mariscal Arthur Harris, apodado ‘el carnicero’, donde le acusaba de haber participado en un acto terrorista y le preguntaba: “¿Acaso somos bestias?”.

Reacio a hacer juicos retrospectivos, Sinclair McKay se resiste a etiquetar de crimen de guerra la orden de bombardear Dresde. “Fue una de las muchas decisiones que se tomaron en las semanas previas al final de la contienda sin calcular las consecuencias. El peso moral vino después, cuando los británicos vieron que habían traspasado todas las barreras y se habían comportado como bárbaros. Al igual que Guernica, Dresde señaló los límites de la guerra total”, concluye el historiador.