Louisa May Alcott: sufragista, radical y autora 'pulp'

La autora de 'Mujercitas' vertió en su novela detalles autobiográficos y familiares

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Núria Marrón

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Louisa May Alcott (Pensilvania, 1832–Boston, 1888) le irritaba, y no se mordía un gruñido, que los lectores se empeñaran en buscar trazas autorreferenciales en 'Mujercitas' (1868). Sin embargo, los paralelismos–las cuatro hermanas, la miseria, la escritura como sostén familiar y el nervio por escapar de la asfixiante domesticidad– eran más que evidentes en aquella novela que le habían encargado para que ensalzara la feminidad victoriana y que ella 'trolleó' hasta convertirla en una antiguía emancipadora para chicas en tránsito a la edad adulta. Es cierto que en el libro, censurado y mutilado por su incorrección a partir de 1880, circulaban nociones transgresoras: no, no había una única manera de ser mujer; sí, las chicas también podían crear y darse el permiso de desear cosas más allá del prometido y el ajuar. Pero también lo es que ni por asomo podían compararse con la agitada vida de los Alcott.

La madre, Abigail, era sufragista y trabajadora social, y el padre, Bronson, un filósofo trascendentalista y renovador pedagógico que inventó el recreo pero que nunca supo ni intentó en exceso conciliar ideales y facturas. El matrimonio –que defendía «la amabilidad» como marco político y daba refugio a esclavos fugados y a mujeres abusadas– se mudó  30 veces, casi siempre por el mismo motivo: cuando los padres de los alumnos descubrían los métodos avanzados del señor Alcott, la escuela cerraba y debían buscar un nuevo hogar.

Junto con sus
tres hermanas
y sus padres
vivió en una
comuna utópica

El más radical se asentó en Concord (Massachussetts), donde junto con Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau apañaron una casa-comuna en la que no se usaba la lana ni el algodón en solidaridad con los esclavos, no se comía carne ni se hacía trabajar a los animales y, sin embargo, los señores –defensores de la igualdad– no tenían ningún problema en dedicarse en exclusiva al pensamiento mientras las hermanas, a las que se les alentaba a que pensaran y crearan, trabajaban en condiciones a menudo miserables: la casa no podía calentarse en invierno, dormían sobre colchones de paja en el suelo y a veces no tenían nada que cenar. En su satírica 'Trascendental  Wild Oatts, venía a decir que en EEUU a mediados del siglo XIX, detrás de cada gran hombre siempre había una mujer Alcott.

Si todo aquello no apareció en 'Mujercitas' fue por una buena razón: a Alcott –que  escribió ficciones 'pulp' «de sangre y trueno» sobre madres solteras, sadismo, travestimo, suicidios, abusos, asesinatos y revueltas– le urgía ganar dinero.

Y lo ganó. El éxito del libro  –en el que ficcionalizó, cuando no desinfectó, parajes autobiográficos– le permitió llevar la vida deseada. En adelante se dedicó a escribir, mantuvo a su familia, viajó por Europa, se registró como primera votante en Concord, y, a diferencia de Jo, jamás se casó: siempre exhibió como un trofeo su orgullosa soltería. «El miedo a ser una vieja mucama hace que las jóvenes se apresuren al matrimonio con una temeridad que llama la atención –escribió–. Demasiado tarde se soprenden de que la pérdida del amor, la felicidad y el respeto es reparada pobremente por el estéril honor de ser llamada señora». 

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