Luis Tosar: "España es un país muy rancio"

El actor gallego protagoniza 'Intemperie', un western ambientado en la posguerra

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Nando Salvà

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Luis Tosar (Cospeito, Lugo, 1971) es uno de los actores más prestigiosos del país y, quizá por ello, uno de los más ocupados. Las películas se le acumulan en la cartelera. Unas semanas después de estrenar 'Ventajas de viajar en tren', ficción rara e inclasificable –"me permitió reconectar con el bufón que llevo dentro", dice–, desde el próximo viernes también estará en los cines a bordo de la nueva película de Benito Zambrano'Intemperie'. En ella, interpreta a un pastor que ofrece protección a un niño perseguido por un sádico capataz en la España rural de principios de la posguerra.

Ha rodado muchas películas, pero nunca antes había protagonizado un western. ¿Le apetecía?

–Muchísimo, porque desde niño he sido muy fan de las películas del Oeste. Y, aunque 'Intemperie' adapta las convenciones del género al contexto de la posguerra española, para mí conecta con varios westerns icónicos. Uno es 'Las aventuras de Jeremiah Johnson' [1972], protagonizado por Robert Redford, que durante mucho tiempo fue uno de mis ídolos. Y los otros dos son 'El jinete pálido' [1985] y 'Sin perdón' [1992], porque en ambos Clint Eastwood interpreta a un personaje muy parecido al que yo encarno en 'Intemperie': un hombre que trata de ser bueno y rehuir la violencia, pero se ve empujado a ella.

–'Intemperie' está ambientada en los años 40. Pero, ¿no cree que ese mundo implacable que retrata no es tan distinto del nuestro?

–No siento que España haya evolucionado verdaderamente en términos de mentalidad. Y es un país muy rancio, lastrado por unas instituciones muy viejas y poco evolucionadas, y con una estructura social y política que no tiene ningún sentido en el siglo XXI. Vivimos bajo una monarquía, ¡por Dios! Es absurdo que nuestro jefe de Estado sea un rey. Y supongo que esa anomalía contribuye a que los españoles tengamos muy interiorizada una especie de tendencia al vasallaje, una sensación permanente de ser súbditos, que sintamos un respeto excesivo por la autoridad y asumamos que hay gente que, simplemente por una cuestión sanguínea, vale más.

–¿Nos merecemos a los políticos que tenemos?

–Quizá un poco sí; si están ahí, por algo será. Aunque también es cierto que con nuestros votos se especula mucho. Por ejemplo, si se repasa la trayectoria de Pedro Sánchez es evidente que ha logrado una posición de poder por encima del apoyo que en realidad ha recibido de las urnas. Ojo, no tengo nada en contra de él, pero es así. Lo que está claro es que el ascenso de Vox no ha surgido de la nada. La ultraderecha es fruto del tiempo en el que vivimos, y si está aquí, es porque nos la hemos ganado, no sé. Pero también nos merecemos el derecho a luchar contra los abusos de poder. Yo no defiendo la violencia pero, por ejemplo, entiendo las revueltas callejeras que tuvieron lugar en Chile en los últimos días.

"Es absurdo que nuestro jefe de Estado sea un rey. A esa anomalía contribuye que el tener interiorizada una cierta tendencia al vasallaje"

 –Y de las movilizaciones ciudadanas en Catalunya, ¿qué opina? Después de todo, usted fue candidato del Bloque Nacionalista Galego (BNG) hace unos años.

–Lo fui, es cierto, pero con el tiempo llegué a apartarme del nacionalismo porque empecé a verme rodeado de discursos que no me gustaban en absoluto y que caían en la pura xenofobia. Por lo que respecta a Catalunya, tengo la sensación de que el discurso se ha politizado excesivamente, hasta el punto de que ha llegado a ser casi imposible saber qué es lo que la gente piensa realmente.

¿Podría ser más concreto?

–Creo que los políticos han dejado de explicar a los ciudadanos qué es exactamente aquello por lo que están luchando. Está claro que es un asunto identitario, sí; pero echo de menos argumentos identitarios sobre la mesa. El nacionalismo español, que por supuesto es muy cochambroso, es muy claro respecto a sus motivos y sus luchas: los toros, el Ejército, la caza mayor, esas cosas. Pero, ¿qué es lo que quiere el nacionalismo catalán? Conceptos como 'independencia' y 'autodeterminación' son muy abstractos, pura política. Sería necesaria más claridad para fomentar el diálogo. Aunque, claro, ninguna de las partes quiere realmente el diálogo. 

–Cambiando de asunto, seguramente mucha gente piensa que usted es el actor que más trabaja en el cine español.

–La casualidad ha querido que yo estrene dos películas muy juntas, y entiendo que la gente esté hasta los huevos de verme la cara; yo también lo estaría, la verdad. Trabajar está muy bien, pero las dinámicas de la promoción dan una sensación engañosa. Uno pasa largas temporadas sin hacer nada y luego, de repente, se te acumula el trabajo. 

–La promoción conlleva exposición mediática y esta, escrutinio público y hasta 'haters'.

–Lo llevo de maravilla porque no tengo cuentas ni en Twitter ni en Instagram ni en ninguna red social, así que la mala leche ajena no tiene ninguna vía por la que llegarme. En su momento, tomé la decisión consciente de mantenerme al margen de todo eso, y siento que llevo una existencia bastante sana. Por supuesto, entiendo que otras personas tengan redes sociales, pero a mí no me sale de dentro.

"El discurso en Catalunya se ha politizado tanto que ha llegado a ser casi imposible saber qué piensa realmente la gente"

–Al menos en España, alrededor de los actores hay un tópico: se dice que viven demasiado bien para quejarse como se quejan.

–Yo entiendo que, cuando ves a un tipo paseando por una alfombra roja día sí y día también, asumes que la vida le va que te cagas, pero lo cierto es que ese tipo a lo mejor lleva un año entero sin trabajar, y aun así se ve obligado a salir y poner su mejor sonrisa, porque es parte del oficio. Yo tengo mucha suerte, porque siempre he trabajado de forma regular, pero conozco ese tipo de situaciones a través de gente cercana. El público cree que el cine español es como Hollywood, y que por cada película se nos paga lo suficiente para vivir los tres años siguientes de vacaciones permanentes. Y no. Dicho esto, considero que no hay que darle muchas vueltas. Si hay quienes me consideran un rojo de mierda, tampoco es tan grave. Este trabajo me da demasiadas compensaciones como para que eso me atormente.

–¿Qué compensaciones?

–Lo más gratificante es que te da la oportunidad de meterte en la piel de gente antagónica, de conocer realidades que no tienen que ver con la tuya y de entender comportamientos que, de otro modo, te parecerían inconcebibles. Con el tiempo, eso te convierte en una persona más tolerante, comprensible, mejor. También te puede suceder justo lo contrario. Es un oficio tan absurdo que corres el peligro de convertirte en un gilipollas.

–¿Siente que en algún momento de su carrera estuvo a punto de convertirse en un gilipollas?

–No, pero reconozco que en algún momento me sentí superado por la exposición pública, me costó gestionar que me pararan tanto por la calle. Sentí que necesitaba apartarme un poco, mental y emocionalmente, y afortunadamente lo superé. En ese sentido, me vino bien verle las orejas al lobo bien pronto. Cuando eres actor sueles estar rodeado de gente que te hace sentir especial, y eso no es sano. Puedes acabar demasiado obsesionado con mirarte a ti mismo.

–¿Cuánto queda en usted del Luis Tosar que empezó como animador en fiestas de cumpleaños?

–Para mí la interpretación es algo muy instintivo, muy animal, y eso no ha cambiado. Sigo enfrentándome a los personajes con ese impulso. Pero el oficio me permite encarar al trabajo de forma más agradable. Antes todo era tensión y energía mal gastada. Hoy sigue habiendo parte de eso, pero me concentro y lo disfruto mucho más.