Assumpta Serna: "Harvey Weinstein tenía la mirada del predador"

La actriz vivió en el Hollywood de los 80, tiene un doctorado en abusos y ha escrito un código ético para la profesión

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Núria Navarro

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A poco más de dos meses para que el juez dicte sentencia contra Harvey Weinstein, y en pleno aniversario del estallido del #MeToo, Jennifer Aniston acaba de sumarse a la lista de víctimas de su voracidad. De sus zarpas se zafó la actriz Assumpta Serna (Barcelona, 1957), belleza canónica que trabajó en el Hollywood de los años 80. No es el único abuso que la catalana ha vivido –o presenciado en la fila cero– a lo largo de su carrera. En parte por eso, ha redactado un código de buenas prácticas para el sector audiovisual.

–¿Cómo recuerda a Weinstein?

–Me lo presentaron en una fiesta e inmediatamente vi de qué pie calzaba. Nos educaron para reconocer las miradas, y la suya era la del depredador.

–¿Qué hizo?

–Puse toda la distancia que pude entre él y yo. Me cuesta entender a Rose McGowan, que asegura que la violó tres veces, o a Paz de la Huerta, que denuncia dos.

–El miedo es un pésimo aliado. Usted sabe qué es un abuso sexual.

–He sufrido dos.

–El primero siendo una niña.

–A los 7 años. Mi familia tenía un ático en Premià de Mar. Aquel día no funcionaban las luces del ascensor y un operario las estaba reparando. Fui a comprar el pan y al volver, aquel tipo, alto, con un mono blanco, borracho, me hizo entrar en el ascensor y, desde el entresuelo al ático, intentó violarme. Pero eso no fue lo más fuerte.

–¿Qué puede ser más fuerte?

–Cuando entré en casa, con la cara desencajada, le dije a mi abuela: "Mira, ese hombre ha intentado...". Ella cerró la puerta y zanjó: "Aquí no ha pasado nada". Entendí que lo peor no es la violación, sino que alguien niegue la verdad.

"A los 7 años un hombre intentó violarme en el ascensor. Traté de decírselo a mi abuela, pero ella cerró la puerta y dijo: 'Aquí no ha pasado nada'"

–(...) La segunda agresión fue en manada.

–A los 14. Yo iba al Institut Verdaguer, en la Ciutadella. Me había enfadado con unas niñas porque me habían llamado "llorona" y tardé en salir del centro. Iba andando sola. Llovía. Vi a un grupo de chicos que me dieron mala espina, me desvié y fui a parar a un callejón. Justo cuando cuatro me estaban rodeando, saqué una fuerza física que no sabía que tenía.

–Se defendió.

–Les pegué con el paraguas hasta acabar ensangrentada. Corrí, vi a un guardia y opté por no decirle nada. Cerca de casa, me senté en un banco y pensé: "¿Qué hago?". Decidí que eran cosas que pasaban, pero también que lucharía por el respeto durante toda mi vida.

–Seguramente ahí se apuntaló su fortaleza.

–No es una cuestión de fortaleza, sino de ética. Desde entonces he procurado establecer las reglas de juego. Tienes que decidir dónde quieres estar y qué estás dispuesta a tolerar.

–¿En la profesión tuvo que decir "no es no"?

–Muchas veces. Sé lo que es el abuso de poder.

–Cuénteme un caso.

–En 1979, tenía que trabajar para comer. Rodé dos películas tan distintas como 'El crimen de Cuenca', de Pilar Miró, y 'Polvos mágicos', con Alfredo Landa, que fue el filme que sustituyó al de Miró cuando, pocos días antes del estreno, fue secuestrado por ser un alegato contra la Guardia Civil. Pues el director de 'Polvos mágicos', José Ramón Larraz, me invitó al hotel para hablar de mi personaje y lo que quería no era hablar. Me encontré en medio de un abuso tal que me quedé sin palabras.

–¿Reaccionó?

–Salí de allí como pude. Y acabé haciendo la película.

–Hubo atropellos de otro pelaje.

–Durante el rodaje de la serie 'Aquí no hay quien viva' [2005-2006] supe que José Luis Moreno es un psicótico de manual. Aterroriza a todos. No me tocó a mí, pero me importa que traten bien a la gente que te abre la puerta. Si el director y el productor –las dos figuras capitales de un proyecto– faltan al respeto, nada funciona. También he sufrido abuso por parte de una mujer, ¿eh?

–¿De qué tipo?

–La realizadora argentina de origen alemán María Luisa Bemberg me contrató para la película 'Yo, la peor de todas'. Quería que hiciera un acento neutro. Me puso una profesora durante todo el rodaje –con el esfuerzo que supone robar horas al descanso–, y después me enteré de que le hizo firmar un papel conforme yo no podía hacer el acento. Hasta el último día no me comunicó que me doblaría y me dijo que no me pagaría si no firmaba un papel autorizándolo. Me fui del país con un tremendo sentimiento de rabia.

–Almodóvar no la volvió a llamar después de 'Matador'

–No. Pero me he dado cuenta de que en 'Dolor y gloria' ha hecho un esfuerzo por explicarse, y he pensado: "Igual ha llegado el momento de hablar con él".

"El día en que vi a Glenn Close sentada a mi lado en un cásting, pensé: 'Algo está fallando'. Me fui de Los Ángeles"

–¿Qué figura en su lista de experiencias agradables?

–La serie 'Falcon Crest', sin ir más lejos. El ambiente era muy profesional y respetuoso, todo funcionaba estupendamente.

–¿Qué tal con Mickey Rourke, con el que rodó 'Orquídea salvaje'

–Un hombre disfuncional. Exigió que contrataran a su novia Carré Otis y la maltrataba de una manera increíble. La maquilladora no sabía cómo disimular los moretones.

–¿Por cosas así abandonó Los Ángeles?

–Lo decidí el día que vi a Glenn Close sentada a mi lado en un cásting, esperando, con un Oscar ya en su haber. Pensé: "Algo está fallando".

–Quizá no queda otra.

–Siempre queda otra. Yo vivo en un tercero sin ascensor en el centro de Madrid, de alquiler, y no tengo coche. La riqueza material no es lo principal en la vida. No te llevas las casas y los yates al más allá. Uno elige qué hacer y por dónde ir, y toda elección comporta unas consecuencias. Por otra parte, el cine es un espejo para la sociedad, tenemos responsabilidad. Por eso creé una escuela y he escrito Código de Buenas Prácticas del Actor en el Audiovisual (CBPAA). La educación es un arma poderosa. 

–Su vocación ha trascendido. Es miembro del Comité Ejecutivo de la Academia de Hollywood, a petición de Tom Hanks.

–Es un honor. Somos unos nueve. Ed Harris, Laura Dern, Woopi Goldberg... Gente muy inteligente. Nos reunimos dos o tres veces al año. El comité cuenta con un código ético, pero a raíz del #MeToo se han interesado por el mío, que estoy traduciendo para ellos.

–¿Qué dicen sus tablas de la ley?

–El código, cotejado con juristas de la Fundación Gregorio Peces Barba y de la Universidad Carlos III, y apoyado por más de 50 instituciones del sector, señala los principios fundamentales que deben ser observados por los colectivos de la industria. La transparencia es uno de los pilares. "Si no te gusta algo, dilo", sería una recomendación. "Denuncia a quienes violan derechos y principios de convivencia" es otra.

"Querría hacer el papel de una mujer que utiliza su poder para hacer el bien. Es momento de decir bien alto que la bondad es posible"

–Pensar que hace unos años tocó usted fondo...

–A los 40. Me hundí al ver que no me quedaba embarazada, algo que anhelabamos Scott [Cleverdon] y yo. Si había sido capaz de poder con todo, ¿por qué no podía tener hijos? Me tomé un año sabático. Reflexioné sobre mi obsesión con el control, el orgullo, los errores que había cometido. En el momento en que cumplí 50 años hice un cambio.

–¿Qué mujer ha acabado siendo?

–Hasta entonces estaba buscando cosas continuamente, ahora tengo paz interior. Estoy más situada en el mundo. Busco momentos de soledad para crear. Y llevo 25 años con mi marido, lo que certifica que algo bien he hecho en la vida, ¿no?

–En todo ese tiempo, ¿sonó el teléfono?

–Los guiones que me llegaban no me gustaban. Ahora se está haciendo mejor televisión. Hay productos muy interesantes en las plataformas. Es un momento de cambio y yo quiero estar presente.

–La pega es que, para una actriz, la edad estrecha margen.

–Envejecer nunca me ha producido un efecto negativo. Jamás me ha dado pereza reinventarme. 

–A estas alturas, ¿qué papel se pide?

–El de una mujer que utilice su poder para hacer el bien. En este momento tenemos que decir bien alto que la bondad es posible.