ENTREVISTA

Michela Murgia: "El populismo y el nacionalismo necesitan enemigos para existir"

La escritora arremete contra la ultraderecha en 'Instrucciones para convertirse en fascista'

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Irene Savio

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Feminista, católica practicante y teóloga, de izquierdas, favorable a abrir un debate sobre los vientres de alquiler, activista pro inmigrantes e incluso independentista sarda. Así se autodefine esta escritora, cuyas inquietudes reflejan, por una parte, ese perturbador popurrí de ideas que caracterizan nuestra contemporaneidad, y, por otra, un genio propio del pensamiento crítico y heterodoxo. En esta larga entrevista, realizada hace unos días en el barrio romano de Trastevere, Michela Murgia (Cabras, Cerdeña, Italia, 1972) solo se tensó al pedirle una reflexión sobre  la responsabilidad de los intelectuales italianos ante la xenofobia.

Usted ha publicado novelas sobre asuntos tan diversos como la violencia de género, la eutanasia, la precariedad laboral, el feminismo... ¿Cómo elige los temas? En las novelas es donde yo me hago preguntas que no sé cómo contestar. Eso es la escritura para mí, un lugar en el que predominan las preguntas sin respuesta. 

El título de su último ensayo, 'Instrucciones para convertirse en fascista' (Seix Barral/Empúries), es muy llamativo. En verdad me hubiera gustado no tener que escribir ese texto. El libro nace de una serie de conferencias en distintas ciudades italianas tradicionalmente gobernadas por la izquierda y donde de repente movimientos [de ultraderecha] como Casapound y Forza Nuova empezaron a cosechar resultados electorales de dos dígitos. Algo increíble, también porque, en teoría, nuestra Constitución excluiría esta posibilidad [por apología del fascismo]. De este modo me surgió la necesidad de volver a hablar de conceptos que creíamos totalmente olvidados, para resistir contra esta nueva normalización del lenguaje fascista.

En una entrevista reciente, dijo usted que hay que estar atentos al fascista que lucha por salir de dentro de cada uno de nosotros. Argúmentelo, por favor.

Italia todavía no ha ajustado cuentas con su pasado fascista. Es un caso muy distinto, por ejemplo, del de Alemania. Aquí no se llevaron a cabo los juicios de Núremberg en los que, además de las responsabilidades individuales de los jerarcas, también se analizaron las responsabilidades colectivas de todo el país. En Italia, esto no pasó. Probablemente porque [al final de la segunda guerra mundial] figuras como [el entonces jefe del Partido Comunista italiano] Palmiro Togliatti prefirieron evitar que se prolongase el conflicto civil en el país.

¿No cree que hay más países en Europa donde no ha habido un debate profundo sobre los autoritarismos y las injusticias del pasado?

Sí que los hay. El fascismo fue endémico en los grandes estados identitarios del siglo XIX, en los que había necesidad de reafirmar estructuras muy rígidas: una nación, un solo modelo de sociedad, un jefe. En eso se fundamenta el miedo a la diferencia.

¿Qué modelo de sociedad defiende usted? Pienso, por ejemplo, en la distancia que existe entre el modelo francés y el canadiense. Francia manifiesta su laicidad a través de la negación de la religión, mientras que Canadá acepta una presencia paritaria de todos los símbolos religiosos. De esta manera ninguna tradición predomina sobre las otras y se toma como modelo el relativismo sociocultural, uno de los pilares de las democracias, pues subraya que no existen culturas superiores o inferiores. Este es un problema que existe en Europa, aunque algunas naciones lo estén resolviendo mejor, como Alemania, y otras peor, como Italia, Francia y España. 

"El relativismo
sociocultural es
uno de los
pilares de las
democracias,
pues subraya
que no hay
culturas
superiores o
inferiores"

Pero hay estudios que dicen que los inmigrantes turcos aún se sienten extranjeros en Alemania. No sé si creérmelo. En Alemania, no es infrecuente que se emitan programas de televisión en los que aparecen parejas mixtas. Es una representación pública de la diversidad muy distinta de la que existe en Italia donde hoy los inmigrantes son casi exclusivamente representados en contextos socioeconómicos precarios y situaciones de marginalidad.

Se estrenó como escritora con 'Il mondo deve sapere' ('El mundo debe saber'), un devastador libro sobre el maltrato laboral en plena crisis económica. ¿Es la crisis responsable de todo? No la crisis como tal, sino cómo se ha abordado la crisis. Hay dos maneras de resolver una recesión: o encuentras la solución aunque sea dura y se lo explicas a la ciudadanía, o encuentras un chivo expiatorio y le dices a todos que lo que está ocurriendo es culpa de él. Esto segundo es lo que ha hecho en estos años [el líder de la Liga y exministro de Interior] Matteo Salvini.

¿Por qué en Italia las retóricas xenófobas han funcionado más que en otros países europeos? Me duele decirlo, pero Italia es hoy un país de analfabetos funcionales. Esa es la realidad. Seis de cada diez personas no leen ni un libro al año. El diario más vendido no supera jamás los 500.000 ejemplares en un país de 60 millones de habitantes. La gente se informa a través de la televisión y ésta está fuertemente controlada por el poder político.

Se ha acusado a los intelectuales italianos de no haber estado a la altura. Pero… (levanta la voz) ¿Por qué repiten eso?  ¡No es verdad! ¿Qué quiere que le cuente, de cómo algunos de nosotros nos hemos hipotecado la casa para promover proyectos de acogida y cómo otros han acabado vigilados por la policía por las amenazas? Yo misma fui atacada por el (entonces) ministro de Interior por mis críticas. Creo que ahí está el problema, en cómo los que están en el poder se enfrentan a la crítica y al disenso. 

¿Es culpa del populismo? El populismo y el nacionalismo necesitan enemigos para existir. Por eso Salvini puso en el centro de su retórica antiinmigrantes a esos desgraciados que intentan cruzar el Mediterráneo.

Un mensaje bastante básico. Sí, y funcionó.

Usted militaba en la organización religiosa Azione Cattolica y en las últimas elecciones se presentó con una lista cercana a la llamada izquierda radical. No hay contradicción alguna en ello. Azione Cattolica también es una organización religiosa y de izquierda.

¿Se definiría como una 'catocomunista'? Sí, eso soy. Es la palabra correcta. 

Una corriente que existe casi solo en Italia. No estoy de acuerdo. En España está el caso de [la monja benedictina y activista] Teresa Forcades.

Pero no es un fenómeno tan extendido como en Italia. ¿No le parece? Sí, eso sí, pues el compromiso histórico [el pacto entre los democristianos y los comunistas italianos, que empezó a gestarse en los años 70] ha ido acercando mucho a católicos e izquierda. Hoy día, el más importante representante del 'catocomunismo' es el papa Francisco.

Explíquese, por favor. Se ha visto claramente en el debate sobre la inmigración. La Iglesia ha sido tremendamente activa en denunciar todas las políticas e iniciativas de los sectores xenófobos.

"Me siento más
una política que
una escritora.
Solo escribir
cansa. Yo quiero
que mis novelas
mejoren la vida
de las personas
que las leen"

En su novela 'La acabadora' aborda el tema de la eutanasia. ¿Por qué no acaba de resolverse nunca este debate? Una ley sobre la eutanasia es necesaria pero ahí la Iglesia obstaculiza. Algo parecido ya ocurrió con el aborto, un derecho aún minado en Italia por la alta objeción de conciencia. 

¿Por qué las italianas aceptan esta situación? Porque también hay ventajas en mantener los viejos esquemas. Por ejemplo, las madres todavía son vistas como una especie de santas.

Usted es independentista sarda. ¿Por qué? Soy una independentista no nacionalista. Quiero que mi isla se independice para que podamos tomar nuestra propias decisiones. ¿Sabe que Cerdeña aloja el 66% de todas las bases militares que hay en Italia? ¿Que el área industrial de Portovesme es una de las más contaminadas del país y que el número de leucemias es de los más altos?

Volvemos a que, para usted, la política es el punto de partida. Sí. Si alguien me lo preguntase, diría que me siento más una política que una escritora. Solo escribir cansa. Sin una motivación política, no sabría decir para qué me sirve. Yo quiero que mis novelas mejoren la vida de las personas que me leen. Quiero influir. 

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