Las (nuevas) jefas tienen 70 años

Una nueva generación de mujeres mayores están redefiniendo las ideas de autoridad y envejecimiento

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Núria Marrón

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De puertas  adentro, las mujeres de cierta edad –y 'cierta edad' es ese club elástico en el que se suele entrar a partir de los 50– gastan una broma interna que viene a decir que podrían entrar en una tienda y robar cuanto quisieran porque, al fin y al cabo, nadie se daría cuenta de que estaban ahí.

Y es cierto que la invisibilidad, en el mejor de los casos, y el desdén hiriente en el peor han acompañado –y constreñido– a las mujeres mayores desde tiempos atávicos. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, alguna costura se está rasgando, al menos por la parte alta de la tabla. Ahí están, por ejemplo, la demócrata Nancy Pelosi, de 78 años y presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU,  que estos días pilota el 'impeachment' contra Donald Trump. O la presidenta del Tribunal Supremo británico, lady Brenda Hale –de 74 y autoproclamada «feminista minimalista»–, que ha descubierto al mundo su melena canosa y despeinada mientras se merendaba a Boris Johnson y reabría Westminster.

"70 y mujer, el nuevo cool"

El recuento de veteranas sigue más allá de los vetustos cortinajes. Anna Wintour, de 69, protagoniza el 'événement' de la temporada con una master class on line en la que dicta lecciones de empoderamiento corporativo. En cultura –y actualizando aquel viejo sarcarmo de las Guerrilla Girls que decía que una de las ventajas de ser mujer artista es que tu carrera puede despegar a los 80–, la escritora Margaret Atwood, de 79, está ejerciendo de jefa suprema gracias a 'Los testamentos' y se permite frases como que, de natural, le sale «ser una vieja zorra malvada». Y luego está Patti Smith, que a sus 72 años y de gira permanente, protagonizó días atrás el bulo de que iba a ser  la nueva imagen de Yves Saint Laurent y a nadie le extrañó porque, como ha proclamado 'The New York Times', «70 años y mujer es el nuevo cool».

"70 años y mujer es el nuevo 'cool'", ha proclamado el diario 'The New York Times'

No vamos a aburrirles aquí con un exhaustivo contador de séniors. En esta pieza ya aparecen un puñado de ellas –Luciana Lamorgese, de 66 años y nueva ministra del Interior italiana; Isabel Celáa, de 70 y portavoz y ministra en funciones de Educación, o Rosa María Mateo, de 77, que tras una llamada dejó su retiro para tomar el inflamable mando de RTVE–. Sin embargo, más allá de casos concretos y de eslóganes pirotécnicos, sí es cierto que aguzando el oído puede escucharse una nueva métrica que el diario norteamericano glosaba así: «Parece que las mujeres mayores –invisibles e ignoradas desde hace mucho– están experimentando algo poco común en ellas: el poder».

Generación de pioneras

La psicóloga Anna Freixas, de 73 años y autora de los ensayos 'Tan frescas' y 'Sin reglas', aporta unas cuantas notas a pie de página a este fenómeno incipiente que, de momento, no permite sacar conclusiones arrolladoras. Nota número uno: el alargamiento de la vida, cuenta, ha hecho que las personas mayores sean más numerosas y, por tanto, acaben teniendo mayor visibilidad.

Nota número dos: en este grupo demográfico, «las mujeres más visibles pertenecen a la generación de pioneras que empezaron a ir en masa a la universidad». «Son –añade– las que tuvieron mayor acceso a la educación, al trabajo y al dinero propio y, por tanto, a la autoridad, al poder y a la libertad».

"Estas profesionales se están enfrentando a un mapa en blanco, no tienen modelos de referencia", afirma la psicóloga Anna Freixas

Y nota número tres: al calor de la sacudida feminista de los últimos años, se ha ido fraguando un cambio cultural que, además de otorgar 'certificado de contemporaneidad' a los temas antes despachados como «de mujeres», también está haciendo saltar algunos plomos. Por ejemplo, los de las viejas ideas que tradicionalmente han circunscrito la autoridad al presunto genio masculino y las que han convertido el envejecimiento femenino en algo miserable, en un callejón estrecho y tenebroso cuajado debisturí, sacrificios y pañales contra las pérdidas de orina.

Apuntaladas pues por los tiempos, «estas profesionales se están enfrentando a un mapa en blanco, no cuentan con modelos de referencia –apunta Freixas–, pero de alguna manera están inventando cómo ser mujeres mayores significativas en el espacio público». Algo que, por otra parte, no es noticia en el frente masculino, en el que los señores, a diferencia de sus coetáneas, siempre han visto cómo su valor social aumentaba con la edad y han encabezado grandes organizaciones ya entrados en sus 70 o 80 años sin ceder ni un centímetro de poder ni preeminencia. «Se suele decir que los hombres ricos y poderos no son viejos –señala la socióloga Teresa Torns, que, dicho de paso, no deja de ver 'purplewashings' de manual en algunos nombramientos–, porque, aun la gerontocracia evidente, en su caso los años nunca han sido tema de conversación». 

Combinación devastadora

Así, mientras las canas y las arrugas han hecho que los hombres parecieran más distinguidos, las mujeres mayores se han enfrentado a la marginación o a las burlas si acaso se les notaban en exceso sus esfuerzos por verse jóvenes. Y a determinadas edades, es cierto,  a menudo se necesita un estómago acorazado para resistir bajo los focos. Lo sabe bien la catedrática de Clásicas de Cambridge Mary Beard, de 64 años y autora del ensayo 'Mujeres y poder'. Básicamente, porque lo vive (en Twitter, donde recibe desde insultos del corte gorda-chiflada-no-sabes-latín hasta amenazas de violación y decapitación) y lo estudia (en los clásicos).

"El silenciamiento de las mujeres que se da desde la antigüedad es más intensa en las mayores", asegura la catedrática Mary Beard

Según la académica, que su 'timeline', tras acudir a un debate, se convierta en una avalancha de tuits que comparan sus «genitales  con una variedad de vegetales podridos» tiene mucho que ver con la tradición de exclusión de la voz femenina que arrastramos desde la antigüedad. En concreto, desde que un mocoso Telémaco hizo callar a Penélope en la 'Odisea' y, ufano, le dijo algo así como que el discurso público es cosa de varones. «Y este patrón toma una forma aún más intensa en el caso de las mujeres mayores», asegura la académica, preguntada por este diario.

Una combinación devastadara

Sostiene Beard que las séniors sufren «una combinación devastadora de silenciamiento y de la tradicional invisibilidad de las mujeres postmenopáusicas: no hay un papel cultural –insiste– para los años después de la crianza». Así que, más allá de los aciertos o errores de cada cual, las señoras en el ring público, asegura, deben hacer un acopio «considerable de determinación y aguante».

Ella –que defiende cambiar las estructuras de poder, liderazgo e influencia, «codificadas como masculinas», para hacerlas más colaborativas e inclusivas– tiene su propio manual cotidiano de resistencia, el cual podría resumirse en elegir el atuendo más canónicamente discutible y no teñir jamás su poseidónica melena. «Una cosa que he logrado es representarme como mujer y como resistente –dijo en vísperas de recibir, en el 2016, el Princesa de Asturias de Ciencias Sociales–. Y si pudiese ayudar a otras señoras a enfrentarse a los idiotas que están ahí fuera y que intentan que no hagan lo que quieren hacer, ya me parecería bien».

Resistencias

Esta resistencia a la autoridad femenina la conoce bien la escritora y ensayista Laura Freixas, de 61 años, a quien ya se le escapa la risa cuando, tras decir la última palabra en sus conferencias –90% mujeres; 10% hombres–, se pone en marcha una y otra vez el mismo patrón: un tipo toma el primero el micro, «critica lo dicho e imparte su contraconferencia».

"Creo que estamos avanzando más en la realidad que en la cultura", asegura la escritora Laura Freixas

A este historial de silenciamiento, invisibilidad y odio al que se refería Beard, Freixas añade la demonización persistente de la mujer con poder. «En la realidad hemos avanzado poco, ahí están si no las fotos de las cumbres, en las que apenas aparece Angela Merkel, pero creo que en cultura aún hemos progresado menos» , apunta. Y eso, añade, se puede ver en «ausencias significativas –solo el 6% de los papeles en las series generalistas americanas son de señoras de 60 años o más– y en según qué personajes, como la bruja o la celestina».

Por ejemplo, «si las mujeres poderosas tienen atractivo sexual, son odiosas aunque incitantes y se las debe vencer». Pero si son mayores –y en la cultura patriarcal mujer+mayor+atractiva es un oxímoron de tamaño catedralíceo– entonces son brujas y/o solteronas y resultan ridículas y/o detestables. «Lo que no acostumbran es a ser ejemplares –añade–, ni el equivalente femenino del maestro. Y ese esquema se puede ver incluso en la serie 'Merlí', en la que la directora del instituto, un personaje al que hacían aborrecible, no solo moría, sino que se la ridiculizaba haciéndole caer encima la cisterna del váter».

¿Dónde están las sabias?

El historiador Nacho Moreno Segarra, coautor de 'Herstory, una historia ilustrada de las mujeres', coincide en lo extraña que es en nuestra cultura «la figura de la mujer mayor sabia», tan común en cambio a la hora de representar a los poderosos. Históricamente en occidente, explica, siempre ha habido señoras que han ejercido algún tipo de poder a través de la figura de un hombre. La esposa del gran estadista. La reina regente. La madre del emperador. «Han podido ser grandes matronas de una estirpe de gobernantes, educadoras de príncipes o madres simbólicas de la nación, pero raramente sabias». Porque «las sabias –añade–, solían serlo por manejar conocimientos no tradicionales y saberes arcanos fuera de los establecido, y acostumbraban a ser brujas, por lo que muchas de las mujeres poderosas mayores han caído bajo ese estereotipo».

"Históricamente, la figura de la 'mujer mayor sabia' es extraña en nuestra cultura", explica el historiador Nacho Moreno Segarra

¿Y cómo lee el historiador esta incipiente zancada de las señoras mayores en la cultura y la política? ¿Avista o no grietas en la cultura masculina del poder? Pues parece que no muchas, o no suficientes. En el campo de la cultura, y especialmente en la literatura, afirma, «es innegable que hay toda una generación de lectoras que desean recuperar las voces de ficción de las mujeres –en menor medida las de las teóricas– que las precedieron, pero parece que los grandes conglomerados de la edición que las publican, y que incluyen prensa y radio, van a seguir dirigidos por hombres». Del mismo modo, añade, medidas como la paridad «han permitido que corredoras de fondo de los partidos cobren eventualmente protagonismo, aunque las respuestas a su presencia son desiguales, mientras que organizaciones como el FMI parecen un club masculino».

La edad del «yo ya»

Sin embargo, más allá de los despachos, está claro que, ya sea bajo el foco o a pie de acera, estas nuevas generaciones de mujeres mayores –que en su día ya empezaron a redefinir desde la sexualidad y la familia hasta el trabajo productivo y los cuidados– han empezado una conversación en la que están revisando sus vidas, afectos, sexualidades y expectativas. Y contrariamente a toda esa jaula de clichés que han emponzoñado el envejecimiento femenino, resulta que hay estudios que apuntan a que las mujeres de entre 65 y 79 años son –y aquí llega la noticia– el grupo demográfico más feliz.

"A una cierta edad empieza la época del 'yo ya': 'Yo ya digo lo que quiero', 'yo ya no hago caso a nadie", explica Anna Freixas

«Ya escribía Isak Dinesen que las mujeres mayores se ríen –dice Anna Freixas–. Las ves en la cafetería, bromeando y contándose cosas: somos expertas creadoras de redes de apoyo». Asegura la psicóloga que siempre y cuando las condiciones materiales sean  "suficientes" (cabe resaltar que en las antípodas del techo de cristal hay un subsuelo cuajado de mujeres que, abandonadas por la agenda y las políticas públicas, viven en una espiral de cargas familiares y precariedad en ingresos y salud), el camino del envejecimiento también puede resultar "interesante y significativo".

De entrada, se suele disponer de más tiempo propio, una vez superada la crianza, en el caso de que se hayan tenido hijos. Y a partir de la menopausia, dice Freixas, «cuando ya no tenemos que demostrar nuestra feminidad y heterosexualidad potente y plena», se pone en marcha "la edad del 'yo ya'": «Yo ya digo lo que quiero, yo ya no hago caso a nadie, yo ya no necesito aprobación». «Y ese yo ya –añade– llega cuando nos situamos más allá de los mandatos patriarcales de la feminidad, de lo que se supone que debe hacer una buena esposa, una buena madre y una buena empleada». 

Precisamente esa idea late tanto en las palabras de la escritora Siri Hustved, de 64 años, que se siente en su "momento más libre" –aunque no sabría decir, cuenta con humor, si por «la menopausia o el psicoanálisis»–, e incluso en las de Zerlina Maxwell, exasesora de Hillary Clinton, que asegura que «las mujeres mayores están avanzando porque en parte ya no les importa lo que digan los demás».