70 AÑOS DE 'EL SEGUNDO SEXO'

Y Simone de Beauvoir prendió París (y el feminismo)

A la pensadora la llamaron "ninfómana, frígida, lesbiana y 100 veces abortada" al publicar este texto fundacional de la teoría feminista contemporánea que la academia desdeñó

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Núria Marrón

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Cuando Simone de Beauvoir publicó 'El segundo sexo', ahora hace justo 70 años, una indignación furiosa recorrió el espinazo del mundo intelectual parisino. El Nobel François Mauriac escribió una carta a Jean Paul Sartre haciéndole saber que, tras leerlo, ya lo sabía «todo sobre la vagina de su señora» y que era "asqueroso". Albert Camus se descolgó con que había «ridiculizado al macho francés». Y el flanco marxista la acusó de priorizar la lucha de las mujeres a la de clases. Años más tarde, la propia pensadora inventarió los adjetivos que, de la noche a la mañana, habían convertido su nombre en un colosal vertedero de basura: «Me llamaron insatisfecha, frígida, priápica, ninfómana, lesbiana, cien veces abortada –signifique eso lo que signifique– y hasta madre clandestina».

El Vaticano, por supuesto, prohibió el libro –que en una sola semana había vendido en Francia 22.000 ejemplares– bajo pena de excomunión. El franquismo también lo censuró: se editó en catalán en 1968 y durante años en castellano solo podía leerse clandestinamente gracias a las ediciones que llegaban de América Latina. Aun así, y a pesar del pétreo silencio que siguió a las llamaradas, este ensayo pionero en el desmontaje del patriarcado ha llegado hasta nuestros días convertido en un texto fundacional del feminismo contemporáneo que aún es capaz de interpelar y abrir nuevas ventanas a distintas generaciones de pensadoras y activistas.

¿Qué significa ser mujer?

Volviendo al año de autos, lo cierto es que, si Beauvoir (París, 1908-1986) se quedó perpleja ante el rabioso desaire general, fue porque su objetivo no había sido prender la mecha de ninguna revolución, sino aportar una explicación intelectual con la urdimbre existencialista –pensar en la libertad, la trascendencia y las situaciones que las condicionan– a una pregunta que le había planteado el mismo Sartre: ¿qué significa el hecho de ser mujer? La primera respuesta de Beauvoir, automática, fue «nada».

Al fin y al cabo, ella, de origen burgués y ufana dueña de su destino, no se había sentido nunca en una posición subalterna, a pesar, cabe decir, de que, por entonces, en Francia las mujeres no podían ser titulares de cuentas bancarias, de que el aborto y los anticonceptivos estaban prohibidos, de que el marido podía oponerse al trabajo de la esposa y de que el divorcio de mutuo acuerdo se aprobó en 1975. Sin embargo, tras una investigación que le llevó varios años, acabó articulando este artefacto que, grueso como un ladrillo (tiene mil páginas), impugnó un pensamiento canónico que había pasado por alto la desigualdad de la mitad de la población.

"Basta una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres sean cuestionados‘’, dijo la pensadora

Escrito a contracorriente y en tierra de nadie–se publicó cuatro años después de que Francia aprobara el sufragio femenino y cuando las mujeres, tras la guerra, eran llamadas al repliegue doméstico–, el ensayo desafió el orden y se convirtió en «una piedra contra el lago tranquilo que era la intelectualidad francesa», recuerda la socióloga y filósofa Marina Subirats (Barcelona, 1943), que sintetiza así su ruptura: «La idea fundamental es que las mujeres no somos como somos por naturaleza, sino por educación, por los mandatos sociales y culturales con los que nos socializamos. Y al diferenciar entre sexo y cultura, abrió la posibilidad de transformación».

"No se nace mujer, se llega a serlo"

En efecto, la llamada 'biblia negra' del feminismo –cuyas ideas, recuerda Subirats, difundió en Catalunya Maria Aurèlia Campany– mantenía que los mitos, la historia y las representaciones artísticas van tejiendo un espeso ropaje sobre los cuerpos femeninos. De ahí la célebre frase, convertida casi en eslogan pop, de que «no se nace mujer, se llega a serlo». Así, apuntaba Beauvoir, en ese orden de desigualdad a medida de los varones, las mujeres se convertían en el otro, estaban despojadas de trascendencia y libertad, y quedaban relegadas, por la mística del eterno femenino, a a) ser sonrientes portadoras de encantos y b) a verse atrapadas en «el destino fangoso» de la reproducción y la domesticidad (algunas, dijo, desde el autoengaño y la complicidad). «La verdadera mujer es un producto artificial que la civilización fabrica como antes se fabricaban castrados; sus supuestos instintos de coquetería, de docilidad, se insuflan como al hombre el orgullo fálico», disparó.

Las feministas de los años 60 y 70 descubrieron en sus textos y en su vida un tutorial de libertad

Así, mientras sus coetáneos se escandalizaban porque madame Beauvoir hacía aterrizar todas estas ideas y hablaba sin tapujos de la sexualidad femenina (nombraba el clítoris, la vagina y la menstruación), del deseo, del aborto, de la maternidad e incluso de sujetos postrados al margen del margen –como prostitutas y lesbianas–, las feministas posteriores de los años 60 y 70 descubrieron en sus textos y en su vida un tutorial de libertad. «Tuvimos la sensación de que era un poco como nuestra madre. Veníamos del franquismo, de una feminidad doméstica y sumisa, y  ella ofrecía otro modelo –dice Subirats–. Era una mujer libre, hacía lo que quería y se acostaba, fuera hombre o mujer, con quien deseaba. Nos dio un espejo más atractivo y acorde con lo que buscábamos».

Burguesa desclasada

En efecto, si hay algo que caracterizó a esta burguesa desclasada que de pequeña, tras la bancarrota del abuelo banquero, tuvo que mudarse con su familia a un piso miserable, fue una implacable voluntad de construirse a sí misma. No hay dinero para una dote, así que deberás estudiar y ser autosuficiente, le había dicho su padre. Y aunque su veneración por Sartre fue la única debilidad que se permitió («nada, ni tú, ni mi vida, ni mi propia obra está por encima de la suya», le dijo en pleno romance a un estupefacto Nelson Algren al informarle de que volvía a París para corregir un manuscrito del filósofo)Nelson AlgrenBeauvoir no se cansó de ensayar con su vida puntos de fuga a lo establecido. Ni se casó ni tuvo hijos, escribió con denuedo, mantuvo relaciones abiertas –con alto coste para ella y sobre todo para quienes la rodearon– e «irritó profundamente no  solo por lo que escribía, sino también por cómo vivía», apunta Subirats.

Tras escribir el ensayo, Beauvoir aparcó la teoría feminista y se enroló en el movimiento dos décadas más tarde

Tras el escándalo de 'El segundo sexo', y a pesar de las cartas de agradecimiento de lectoras, aparcó la teoría feminista. Al fin y al cabo, sopesa Subirats, es muy difícil avanzar, como hizo ella, en soledad intelectual. Se sumió en una ingente obra memorialística, apoyó las revoluciones marxistas y las luchas anticoloniales, pisó adoquines en el Mayo francés y, cuando la siguiente generación desenterró su ensayo, se comprometió con el movimiento de mujeres, que veía paralelo a la lucha anticapitalista. Así, para forzar la despenalización del aborto, fue una de las firmantes del 'Manifiesto de las 343', en el que un grueso de personalidades se inculpó de haber interrumpido el embarazo.

Imágenes y citas

Resulta difícil calibrar hoy cómo llega la sombra de Beauvoir hasta las más jóvenes. La escritora Carmen G. de la Cueva (Alcalá del Río, Sevilla, 1986), autora de 'Un paseo por la vida de Simone de Beauvoir', afirma que, a pesar de que los tiempos han convertido a la pensadora en una máquina expendedora de imágenes y citas –«una especie de icono pop al estilo de Frida Kahlo y el Che»–, en realidad se la conoce poco y se la lee aún menos. La mayoría de sus obras –excepto 'El segundo sexo' y 'La mujer rota'– están descatalogadas y, más allá de la complejidad de sus textos, «no se estudia ni como filósofa ni como escritora».

"A Beauvoir no se la estudia ni como escritora ni como filósofa", cuestiona la autora Carmen G. de la Cueva

De la Cueva, sin embargo, mantiene que «nos parecemos más a Simone de Beauvoir de lo que pensamos». Ella, por ejemplo, encontró en la obra memorialística de la autora ecos de sus propios inicios en la escritura, «cuando sientes  la ambición de querer contar algo, de atrapar la vida en una página, y también la inseguridad por vivir en una sociedad en la que, como mujer, no llegas a encajar del todo». Esa voluntad de Beauvoir por afianzar su voz, su autoría, «es una lucha que hoy tienen muchas mujeres en todos los ámbitos, porque incluso en tu cotidianidad como madre se te está cuestionando todo el día», asegura. 

La escritora afirma que, como decía Adrienne Rich, el canon silencia y fragmenta la obra de las autoras, por lo que es difícil acceder a la pensadora. Así, lamentablemente, su mayor vigencia, explica De la Cueva, radica en que lo que le ocurría a ella en los años 40 y 50 sigue pasando hoy. «La reacción que sufrió al denunciar los privilegios masculinos es muy parecida a la que vivimos ahora», asegura.

Nueva toma de conciencia

Es obvio que, siete décadas más tarde, muchos de los asuntos de 'El segundo sexo' están superados. Otros, como el acceso de las mujeres a las esferas de poder, siguen pendientes. Además, las nuevas generaciones de pensadoras y activistas que ensayan formas de resistir al neoliberalismo vindican la universalidad de valores tradicionalmente femeninos –como los cuidados y la importancia de la interdependencia– de los que en su día Beauvoir escapó cuando sostener la vida, ahora en las fauces del mercado, era el destino único y obligatorio de las mujeres. No obstante, para la investigadora, filósofa y activista Silvia L. Gil (Madrid, 1978) asomarse a la tumba de la francesa sigue siendo más que pertinente. «Creo que ella nos deja como tarea pensar la libertad. Se trata de entender que, aun en determinadas circunstancias opresivas, es posible la agencia: pensemos la potencia de esto a la hora de hablar de violencia y no entendernos solo como víctimas, sino también desde nuestra capacidad de decidir, resistir y luchar».

"Ella nos deja como tarea pensar la libertad: se trata de entender que, aun en  circunstancias opresivas, es posible la agencia", asegura la filósofa Silvia L. Gil

La pensadora, que entiende que se debe volver a hablar de la sexualidad y de la vida que queremos, considera que las herramientas de Beauvoir siguen siendo «fundamentales para tomar conciencia sobre nuestra situación específica, de forma situada, y descubrir que lo que experimentan las mujeres no es algo individual, sino compartido, y que no tiene nada que ver con una condición natural, sino que es histórica, social y que, por tanto, puede ser transformada». ¿No es en buena medida, plantea Gil, esta toma de conciencia colectiva lo que está sucediendo a escala global y con nuevas inquietudes en juego? «Hoy debemos pensar el feminismo desde la marca de raza, desde la condición precaria de nuestro tiempo, desde los cuerpos en sus disidencias sexuales, desde las subjetividades trans. Y el desafío es: ¿cómo componer un feminismo con estas diferencias que luche por la libertad de todas y defienda a la vez su igualdad radical?».