LAS DESIGUALDADES DE LA EXCOLONIA FRANCESA

Níger, pobre; Níger, rico

Es rico en uranio, petróleo y oro y, sin embargo, aparece uno y otro año en la parte alta de la lista de los países más pobres del planeta

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Irene Savio

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Mercado de tenderos de Wadata. Allí está Zakariya Longo, el 'jefe', que aguarda de pie detrás de un tosco mostrador de vidrio repleto de alhajas de metal. «No hay turistas», se queja el comerciante. Con el termómetro rebasando los 40 grados en la capital nigerina, Niamey, las gotas de sudor chorrean lentamente por su rostro y también se escurren sobre las pieles de la decena de hombres que, tirados en el suelo, trabajan bulliciosamente en el pequeño habitáculo de adobe y paja que acoge el negocio. Esta ya es su segunda vida. La mayoría de ellos son tuaregs que proceden de la región de Agadez, tierra rica en el uranio que compañías extranjeras explotan desde hace medio siglo. 

Para llegar a Agadez, hay un vuelo de unas dos horas exclusivamente autorizado a activistas humanitarios y otro para el resto, que se opera desde Niamey con las precarias aeronaves de una compañía local. O también es posible viajar unas 17 horas en autobús, por una carretera que nadie aconseja tomar. Es una ruta a medio asfaltar y llena de baches, como casi todas en el país. La ciudad de Agadez presenta un aspecto aletargado. Poco parece haber cambiado desde su fundación, allá por los siglos XV y XVI. Lejos quedan los tiempos de los viajeros enamorados del desierto y de los aventureros del París-Dakar, el famoso rally que por aquí pasó por última vez en 1997. No hay riquezas para los habitantes de Agadez. Ahora que se ilegalizó el transporte de migrantes y Libia está en guerra, incluso las rutas comerciales hacia el norte languidecen.

Pero no todo es pobreza en la región de Agadez. Allí Orano, empresa controlada por Francia, extrae uranio de las dos principales minas de Níger, que son también de las mayores de África. La de Arlit, de la que Francia (antigua potencia colonial de Níger) posee un 63.4%, y la subterránea de Akouta, cuyo 10% también está en manos de la española Enusa Industrias Avanzadas, según información pública del grupo Orano. 

«Hay incapacidad 
y corrupción», dice
Ali Idrissa, que
apunta al
Gobierno y a las multinacionales

No son los únicos en el lugar: otros sitios mineros han estado en manos de empresas canadienses, chinas, australianas, indias y británicas. Algo que, como cualquiera que visite Agadez puede constatar, poco o nada ha aportado al bienestar de los locales. Más bien al revés. Desde hace décadas, grupos como Greenpeace vienen denunciando que el negocio ha diezmado el medioambiente y la salud pública de la zona, como recuerda Ali Idrissa, presidente de Rotab, una red de 21 organizaciones que desde el 2006 reclaman una mayor transparencia y rendición de cuentas de la gestión de los recursos del país.

Un modelo

«Las multinacionales y nuestro Gobierno son los responsables. Hay incapacidad y corrupción», afirma Idrissa. «El problema –continúa– es que ya es un modelo. Prueba de ello es que en el transcurso de los años se han sumado otros casos. Uno es el de la explotación de petróleo en la región de Diffa (sureste), que desde el 2011 está en manos de la compañía CNPC, de propiedad china. Tampoco eso ha significado ventaja alguna para la población». 

No es todo: pues, si bien la minería en Níger se ha centrado en el uranio y el petróleo, en el país también hay yacimientos de oro, en la región suroccidental de Tillabéri (la mina industrial de Samira) y en la región nororiental de Agadez, que tienen una capacidad de producción de 10 toneladas del valioso material al año, según un informe de la OCDE del 2018. La zona de la mina de Samira es donde ha habido en los últimos años crecientes ataques del Estado Islámico en el Gran Sahara, lo que ha prácticamente paralizado la producción, mientras que en las montañas del Air (Agadez) operan bandas de criminales libias y chadianas, lo que también ha supuesto un parón en la extracción legal del oro, recordó la OCDE. 

Es la paradoja de este país de 21 millones de habitantes. Ser rico y tener estadísticas que reflejan lo que parece ser un saqueo de guerra. Esas cifras hacen de Níger el último país de las 189º naciones del Índice de Desarrollo Humano de la ONU, calculado según la esperanza de vida al nacer, el PIB per cápita y el nivel educativo de la población de Níger, la cual se reparte en cuatro grupo étnicos mayoritarios (los hausa, los zarma, los fulani y los tuaregs) que no mantienen grandes conflictos entre sí.

Heridas de guerra

Las fachadas derrumbadas de los edificios de Niamey reflejan las heridas de esta guerra de la escasez, en un país donde todo falta y todo es extremo para el ciudadano de a pie. Un lugar donde más de la mitad de la población vive sin agua potable corriente y no tiene acceso a servicios sanitarios. Donde el 48% de los menores de 5 años padecen retraso en el crecimiento, y de las ayudas del Programa Mundial de Alimentos depende la vida de casi el 10% de la población. Donde menos del 1% de la población rural tiene acceso a la electricidad (el 16,2% es el dato para todo el país, según el Banco Mundial), que además Níger compra casi íntegramente de Nigeria, lo que a menudo provoca interrupciones en el suministro incluso en la capital. 

«En los hospitales, hay días buenos, días malos y días en los que los pacientes mueren porque ni los generadores externos funcionan. Por eso, en particular en la época de calor, crecen las tasas de mortalidad», cuenta un médico de Niamey. Muy cerca de él, hay mujeres veladas que venden pescado al aire libre y niños de tierna edad que transportan cubos de agua. «Es muy difícil ser niño en Níger», señala la vicedirectora de Unicef en Níger, Ilaria Carnevali. «¿Cómo puede haber industrias fuertes con dos horas de electricidad al día garantizadas? La respuesta es: no hay», remata Idrissa.

«Vivimos en la
miseria. No hay
otra forma de
decirlo», se
queja el taxista
Hamidai

Salomon Rakotovazaha, responsable en Níger de la ONG Acción Contra el Hambre, respira hondo antes de empezar a hablar del otro gran enemigo invisible de Níger. «La crisis climática mundial está teniendo efectos devastadores sobre Níger, un país cuyos dos tercios de superficie están ocupados por el desierto del Sahara», explica Rakotovazaha, al recordar que la economía de Níger se sustenta en la actualidad mayormente en la agricultura. «La región se está viendo azotada periódicamente por sequías e inundaciones muy fuertes en épocas de lluvias», añade deslizando el dedo sobre el mapa del país. «La región del Sahel (integrada por Senegal, Mauritania, Mali, Burkina Faso, Níger, Argelia, Chad, Sudán, Eritrea y Etiopía) es una de las zonas más degradadas a nivel medioambiental, con temperaturas que se prevé que aumenten 1,5 veces más que el promedio global», escribía en noviembre pasado la ONU.

Numerosas crisis

«Vivimos en la miseria. No hay otra forma de decirlo», se queja sin casi pestañear el taxista Hamidai montado en un destartalado taxi en el que ofrece sus servicios en uno de los grandes hoteles de Niamey, donde se reúnen en las noches trabajadores de ONG y de agencias de ayuda humanitaria. Ellos van llegado como un flujo constante al país, por las numerosas crisis humanitarias que Níger padece y los miles de desplazados y refugiados de las crisis que azotan seis de los siete países fronterizos de Níger  —conflictos étnicos y yihadismo, principalmente—, como recuerdan en la agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR).

Quizá también por eso, Níger haya puesto ahora a prueba su resiliencia. Para no perder la esperanza. Tanto es así que ha sido uno de los países más activos en promover el Tratado de Libre Comercio Africano (AfCFTA, en inglés), que entró en vigor el pasado 30 de mayo y que incluye la creación de un mercado único africano similar al de la Unión Europea. Su implementación volverá a ser objeto de discusión de la Unión Africana en Niamey, a  comienzos de julio.