Harkaitz Cano: "Euskadi quiere pasar página a toda velocidad"

Su novela 'La voz del Faquir' dibuja cuatro décadas de historia del País Vasco a través de la figura del cantante Inmanol

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Elena Hevia

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A la vida de Imanol se le puede aplicar el título del cuento de Borges 'La historia del traidor y del héroe'. O mejor dicho, del héroe y del traidor. Colocar el nombre del cantante vasco en Google te lleva directamente al actor protagonista de 'Cuéntame', pero no al cantante que fue la voz abertzale en los años 60 y 70, cuando el antifranquismo se conjugaba con el apoyo a ETA, y acabó siendo el apestado al sumarse a un concierto homenaje a Yoyes, la militante arrepentida asesinada por la banda. Simultanear el vasco con el castellano tampoco ayudó. 

Harkaitz Cano (Lasarte, 1975), en su novela escrita originalmente en euskera, rescata esa vida que se truncó hasta su muerte por infarto cerebral en el 2004. 

–No se le puede acusar de nostalgia, porque usted nació en 1975, un momento en el que la contraseña era cambiar el mundo. ¿Por qué esta querencia? 

–Es injusto que, por lo menos en la ficción, se haya relatado la década de los 70 de una forma un tanto cínica. Ahora se habla mucho de globalización, pero entonces la gente estaba también muy atenta a lo que sucedía fuera de sus fronteras, en Cuba o en Argelia. La lucha antifranquista intentaba impulsar la transformación del mundo en un momento en el que no se sabía de qué lado iba a caer la moneda. Hoy, cuando el capitalismo acabó triunfando, todo eso está olvidado. 

–Esta historia sobre Imanol, a quien llamaban el 'Faquir', también se puede leer como una crónica de lo que fue la lucha antifranquista.

–Sí, porque me he guiado por muchas entrevistas, la gente de la política que nació en los 40 y gente de la música algo más joven. Hay una anécdota que le retrata de cuerpo entero y es que cuando se le preguntó si quería involucrarse más en la lucha y meterse en ETA, él aceptó diciendo: "Sí, pero yo jamás cogeré un arma". Y eso es lo hace desde el minuto uno.

–Es difícil imaginar esas contradicciones desde el 2019. 

–Como nos puede sorprender que John Lennon, el hombre que escribió ese himno radiofónico y pacifista llamado 'Imagine', pudiera firmar un manifiesto a favor del IRA. Esas contradicciones son, precisamente, las que interesan al novelista.

"Cuando a Imanol se se le preguntó si quería meterse en ETA, él dijo: 'Sí, pero yo jamás cogeré un arma'"

–¿Quién se acuerda hoy en día de Imanol?

–Fuera del País Vasco, poca gente. Quizá les suene 'Mayo', una canción preciosa, o la banda sonora de la película '27 horas' de Montxo Armendáriz. En el País Vasco se le hizo el vacío tras el 'caso Yoyes' y los conciertos contra el miedo. Tuvo que marcharse para vivir unos años muy duros. Se llegó a decir que vivía en Madrid, cosa que jamás sucedió. También que le estaban utilizando políticamente porque necesitaban un vasco bueno. Y la verdad es que 15 años después de su muerte, está claro que fue así porque no queda recuerdo de su arte, de su maestría, de sus grandes canciones. El único sitio donde lo reivindican es el País Vasco, con cierta sensación agridulce porque si hubiera vivido 10 años más, la gente hubiera regresado a sus conciertos y reconocería su postura ética y moral.

–La vida de Imanol va también paralela a la historia de la sociedad vasca de la era ETA.

–Le tocó estar en los momentos clave. Estuvo seis meses en la cárcel después del estado de excepción, se exilió tras el proceso de Burgos, abandonó ETA en el 76, pasó varios años en París y en Burdeos, donde conoció a Moustaki y Brassens; ayudó al poeta Joseba Sarrionandia en su fuga de la cárcel y un año más tarde, cuando mataron a Yoyes, se pronunció en contra de ETA. Yo he querido contar lo que no está en la historia oficial, de cómo acabó sus últimos años en Torrevieja y no en Madrid. 

–¿Cómo ha sido la recepción del libro en el País Vasco? 

–Ha habido de todo. Gente poseída por su visión de la historia, demasiado rígida respecto a unos recuerdos que, dicen, he manipulado a mi antojo. Pero he de recordar que el libro sale de las conversaciones con 30 personas tratadas con las herramientas de la ficción, porque soy un novelista y no un periodista o un notario. 

–¿Y los jóvenes, aquellos a los que ETA les queda muy lejos? 

–Ellos recuerdan la ETA de los 90, que no tenía nada que ver con lo que era al principio. Son los que lo han leído con más avidez. En el fondo, hoy el rap y el trap también están mostrando una cierta conciencia del poder de la canción para trasmitir un mensaje y se están topando también con la censura.

–¿El autor vasco está condenado a escribir siempre sobre ETA?

–Bueno, estamos condenados a responder preguntas sobre el tema. Cuando escribimos sobre ello se nos llama, se nos vende y se nos traduce más. 

–¿Entre los escritores vascos se ha creado un cierto 'efecto Patria'?

–Es un referente, no cabe duda, pero no sé valorar si bueno o malo. Da esperanzas, eso sí, porque nunca había sucedido algo así con una novela sobre el conflicto. No imaginábamos que hubiera tales ganas. Lo cierto es que se han mezclado varias cosas en un afán por cristalizar una versión determinada, pero Patria es solo una voz entre otras muchas que existían antes o que están por llegar.

"Los vascos
contemplamos el ‘procés’ con interés, desconcierto y esa sensación que producen las películas de David Lynch"

–En Euskadi suele decirse en relación a Patria que parece que nadie hubiera escrito sobre el tema antes. 

–El mismo Aramburu había escrito sobre el tema en Los peces de la amargura, para mi gusto, más atinado. En vasco está 100 metros de Saizarbitoria y yo mismo escribí una novela pulp sobre ello. Se suele decir que no lo hemos hecho, pero quizá sería más apropiado decir que no lo hemos hecho como a ellos les gustaría. Para mí el gran equívoco es que los escritores nos hemos responsabilizado, consciente o inconscientemente, de la necesidad de oficializar una historia. 

–Se les ha pedido y lo han interiorizado. 

–Demasiado. Nuestra función no debería ser esa. En Irlanda la forma en la que los escritores han abordado su conflicto ha sido totalmente irreverente, provocador y farsesco. A nosotros nos falta aún mucho camino. 

–Después de ETA, el periodo en el que estamos, ¿el País Vasco tiene problemas de identidad? 

–Este es un momento de querer pasar página a toda velocidad. Después de años de gran tensionamiento, se busca una relajación que para mi asombro está llegando muy rápido, quizá demasiado, porque puede provocar una amnesia colectiva interesada o irresponsable. 

–¿Y en relación al ‘procés’? ¿Cómo nos miran? ¿Se puede decir que lo hacen de reojo?

–Con interés, desconcierto y esa   sensación que producen las películas de David Lynch. Echo de menos más interrelación entre Euskadi y Catalunya, porque en estos momentos estamos anestesiados. Antes éramos conocidos por los cocineros y por ETA, ahora llegas al aeropuerto de Bilbao y te encuentras el cartel 'The culinary nation'. Nos hemos apuntado a la bulimia para olvidar. Se vende incluso la gastronomía como el nuevo internacionalismo pacifista.