ENTREVISTA

Mark Bray: "Hay que prohibir los actos de la ultraderecha"

El autor de 'Antifa', un manual para combatir el fascismo, participa en el festival Primera Persona del CCCB

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Juan Fernández

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Alarmado por el brío que ha tomado la ultraderecha en los últimos años, este historiador y activista estadounidense ha decidido poner el foco en el otro lado de la trinchera. Tras entrevistarse con 60 militantes antifascistas de una veintena de países, en el 2017 publicó 'Antifa' (Capitán Swing), que se anuncia como el 'manual antifascista' de nuestro tiempo. Esta semana, Mark Bray ha visitado España para participar en debates públicos, como el 'Primera Persona' (en el CCCB de Barcelona), en los que ha alertado de la necesidad de tender un cordón sanitario frente a los discursos más reaccionarios y, llegado el caso, aplicar soluciones no exentas de controversia: si hay que reventar los mítines de la ultraderecha y boicotear sus actos para frenar al fascismo, se hace. En su opinión, el fin justifica los medios.

–Los veteranos que lucharon contra Franco, Hitler y Mussolini suelen enfadarse cuando oyen a los jóvenes decir que hoy convivimos con el fascismo. Sostienen que fascismo es lo que ellos combatieron hace 90 años, no lo que promueven ahora Trump, Salvini o Bolsonaro.

–Tienen parte de razón, porque el fascismo de nuestros días no se corresponde con la imagen clásica que conservamos de los fascistas de los años 20 y 30 del siglo pasado. Obviamente, Salvini no es Mussolini, ni Vox es la Falange, pero si nos quedamos en esta afirmación, estaremos pasando por alto un hecho relevante de la historia del fascismo de las últimas décadas: la capacidad de transformación que ha tenido para normalizarse en la sociedad. 

–¿Cómo ha sido ese proceso?

–Después de la segunda guerra mundial, el fascismo cambió sus palabras y sus símbolos, y giró su discurso hacia reivindicaciones relacionadas con el rechazo a la inmigración, la defensa a ultranza de la identidad nacional, la supremacía del hombre blanco heterosexual occidental y la lucha frontal contra lo que consideran ataques a los valores tradicionales. Seguro que todo esto nos suena más, porque lo oímos a diario. Y esto, precisamente, es lo más peligroso.

"Trump no es un fascista, pero muchas de las cosas que dice y de las medidas que aplica las han ideado fascistas como Bannon y Miller" 

–¿A qué se refiere?

–Hoy hay grupos que se autodenominan fascistas y que representan una grave amenaza, pero son una minoría. El mayor peligro del fascismo radica en que logren colar sus postulados en el debate público a través de los discursos de la extrema derecha. Si me pregunta si Donald Trump es un fascista, le diré que no, en un sentido ideológico clásico; pero es sabido que muchas de las cosas que dice y de las medidas que aplica las han ideado fascistas como Steve Bannon, Stephen Miller y otros personajes afines. En ese sentido, no es exagerado afirmar que el fascismo está presente en los gobiernos que dirigen muchos países. Entre otros, el mío.

–Esos políticos rechazan de pleno esta etiqueta.

–Porque el fascismo de nuestro tiempo no es una ideología cerrada, sino una forma de concebir el mundo que tiene muchas formas de expresión. Hoy convivimos con un fascismo de amplio espectro y no todos los grupos que lo alientan toman partido por los mismos dogmas, aunque sí comparten un mismo conjunto de valores relacionados con la raza, la sexualidad, el autoritarismo y el culto a los símbolos nacionales. Los antifascistas plantan cara en la calle a los grupos fascistas, pero actuar contra la ultraderecha que se ha infiltrado en las instituciones no es tan fácil, aunque sus ideas también se sitúen en el espectro fascista. 

–¿Identifica hoy alguna señal que le recuerden a los años 20 y 30 del siglo pasado?

–Varias y muy peligrosas. En aquella época hubo una gran crisis económica y ahora, también. La solución que propuso entonces el fascismo fue señalar a chivos expiatorios fáciles, como los judíos. Hoy, los partidos ultraderechistas sostienen que la culpa de todos los males la tienen los inmigrantes, el colectivo LGTBI, el movimiento feminista y los que cuestionan la supremacía del hombre blanco occidental heterosexual y sus valores tradicionales. Que hoy nos parezca imposible repetir el genocidio, no debería hacernos bajar la guardia. El fascismo italiano nació en una reunión de 100 hombres, y el nazismo alemán lo puso en marcha medio centenar de personas. Hay que tomárselo en serio antes de que sea demasiado tarde.

"El fascismo italiano nació en una reunión de 100 hombres y el nazismo lo pusieron en marcha medio centenar. Hay que tomárselo en serio"

–En su libro describe un 'nuevo perfil' de fascista, al que llama "nazi de corbata". ¿Quién es, dónde está, cómo es?

–En muchos países, en las instituciones, en las formaciones políticas de la ultraderecha. El fascismo se dio cuenta hace tiempo de que el 'look' de los skin heads o del Ku Klux Klan generaba rechazo en la sociedad, así que decidió renovar su imagen y mostrar una apariencia normal para seguir promoviendo esos mismos valores. Son los que se manifiestan contra la inmigración en Reino Unido, los que protestan contra la liberación LGTBI en Estados Unidos, los que se afilian al Frente Nacional en Francia… Ahora, en España está Vox.

–Lo cierto es que la ultraderecha no ha parado de crecer en los últimos años. ¿Qué explicación le encuentra?

–Es cierto que los partidos ultraconservadores tienen ahora más fuerza que hace 15 años, pero creo que quienes hoy les apoyan, entonces ya miraban con recelo a los inmigrantes y a los homosexuales y pensaban que el gobierno ayuda demasiado a las minorías raciales y muy poco al hombre blanco heterosexual. 

–¿Qué ha cambiado?

–Un puñado de circunstancias: la crisis económica mundial, la llegada a Europa de refugiados sirios, el primer presidente negro en Estados Unidos, el crecimiento del feminismo en todo el planeta… Y en España, el referéndum de Catalunya. Todo esto ha hecho crecer la percepción de amenaza entre los que entonces ya pensaban lo que hoy piensan. Y le diré una cosa: ese sentimiento seguirá ahí en el futuro inmediato aunque los partidos de ultraderecha pierdan votos en las próximas elecciones.

"El fascismo ha girado su discurso hacia el rechazo a la inmigración, la defensa de la identidad nacional y la supremacía del hombre blanco heterosexual"

–Su libro se presenta como un manual antifascista. ¿Cuáles son sus recetas?

–Un movimiento fuerte como el antifascista debe tener muchos grupos actuando en multitud de frentes a la vez. Hay situaciones donde la resistencia militante y el enfrentamiento cara a cara con los grupos fascistas son necesarios; y otros contextos, como el institucional, donde se debe actuar de forma diferente. En Estados Unidos han tenido mucho éxito las campañas para investigar a los líderes de la extrema derecha y airear sus contactos con los grupos fascistas. Ellos usan muy bien las redes para difundir sus mensajes, pero esas mismas redes pueden servir para ponerles en evidencia y atacarles.

–Si un partido de ultraderecha va a una universidad o a un foro privado a dar un mitin, ¿hay que impedirlo, sea como sea? ¿Incluyendo el escrache?

–Sí. Hay que evitar ese mitin, pero se puede hacer de muchas maneras. Se puede hablar con esa universidad y pedirle que no les cedan sus espacios, o amenazarles con un boicot, o montar una protesta en la puerta. Y si esto no funciona y hay que llevar a cabo un ataque frontal, habrá que ver cada caso. No es lo mismo una concentración de skin heads que un mitin lleno de gente mayor. La acción debe tener en cuenta la percepción social que va a generar. 

–¿Dónde queda la libertad de expresión?

–El fascismo no se puede equiparar al resto de discursos políticos. No podemos concederle ciertos derechos a los que afirman que los inmigrantes o los homosexuales son seres de inferior categoría. Hay que combatir ese ideario e impedir que se extienda, no dialogar con quienes lo sostienen. Sin contemplaciones. Si censurar hoy un acto público de un partido de ultraderecha sirve para impedir que el día de mañana triunfe el fascismo, habrá merecido la pena. Hay que hacerlo. Por otro lado, la libertad de expresión no es un bien absoluto. Todos sabemos que hay ciertos mensajes que no se pueden difundir. Hasta la publicidad del tabaco está censurada. 

–Hay quien piensa que censurar solo sirve para fomentar el victimismo del censurado.

–El fascismo lleva sintiéndose víctima toda la vida. De la Unión Europea, de las políticas de género, de la llegada de inmigrantes… Ahora, en España, del nacionalismo catalán. Y seguirán sintiéndose así porque es lo único que conocen. El objetivo es que no tengan plataformas desde las que expresarlo y difundirlo.