Gabriella Bottani: "El modelo neoliberal favorece la trata"

Coordina una red de 'monjas 007' que rastrean el tráfico de personas en 74 países.

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Irene Savio

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Desde hace 10 años, centenares de monjas recorren carreteras, barriadas periféricas, aldeas y puestos fronterizos donde se trafica con seres humanos como si fueran esclavos. No es un trabajo fácil, como tampoco lo es moverse por las cloacas de los depredadores que trabajan en la industria de la trata de personas, asunto que da menos titulares de lo que debería. Gabriella Bottani (Milán, 1963) es el cerebro de una red silenciosa llamada <strong>Talitha Kum</strong> (expresión aramea que significa mujer, levántate), cuyo cuartel general está en Roma, en un bullicioso edificio cerca del Tíber. Con los años, la red ha crecido hasta sumar unas 2.000 monjas de decenas de congregaciones con presencia en 77 países, estructurada en 43 centros regionales y 150 núcleos operativos.

Bottani no se ancla en nombres ni en las estadísticas. Su lucha, como la de sus hermanas, es la de ser monjas "a pie de calle", que ella considera como una especie de centinelas que patrullan para observar la realidad y ayudar a otros seres humanos que viven dramas originados en modelos de sociedades desarmados y asfixiados por la desigualdad social y la pobreza. "No me pida que le cuente todo. Eso no va a ser posible", advierte antes de empezar la entrevista.

–Hay quien dice que ustedes son una especie de '007 de la Iglesia'. 

–Algunos lo dicen, sí. Pero esa palabra me genera inquietud. No somos policías ni agentes secretos. Lo que sí es cierto es que tenemos una amplia presencia física allí donde están las mafias y sus víctimas.

–¿Por qué consiguen llegar donde otros no lo logran? 

–Quizá porque nosotras, las religiosas, somos muchísimas y estamos en casi todas partes, también donde están las peores realidades. En estos días, por ejemplo, se están viviendo horas dramáticas en Mozambique, Zimbabue y Malaui –golpeados por un ciclón, al que le siguió un brote de cólera–, y no tenemos noticias de la comunidad de mi congregación en el país desde hace cuatro días.

"No somos agentes secretos, tenemos presencia física donde están las mafias y sus víctimas"

–¿Tiene esto algo que ver con el hecho de que son mujeres? 

–¡Por supuesto! Y no lo digo porque creo que las mujeres son mejores que los hombres. Pero, durante siglos, en parte a la fuerza, en parte porque probablemente es algo que está en nuestro interior, las mujeres hemos desarrollado una mayor sensibilidad por la acogida y el cuidado del otro.

–¿La Iglesia como institución reconoce la labor que hacen? 

–Tenemos cierta independencia porque Talitha Kum es una estructura que responde directamente a la Unión Internacional de Superioras Generales, por lo que nuestras líderes son mujeres. No respondemos directamente a los obispos; ni tenemos que informarlos ni pedirles permiso. Colaboramos con ellos en algunos proyectos específicos porque consideramos que es una forma de  sensibilizar.

–Hace poco ni sabían cuántas monjas formaban parte de la red.

–Cierto. Eso se debe a que somos una realidad que nace de la calle y que se mueve en contextos muy desiguales y extremamente difíciles.

"En la favela,
escuchaba disparos todas las noches y aprendí a gestionar la situación"

–¿Por qué se hizo necesaria la creación de esta red de monjas? 

–Talitha Kum nace en el 2009 para coordinar algunas redes que ya existían y que se habían creado en Europa occidental como consecuencia de la caída del muro de Berlín, cuando empezaron a llegar muchas jóvenes de Europa del Este. Desde entonces, hemos trabajado en muchísimos proyectos, también con instituciones como la Organización Mundial de las Migraciones. Surgió la necesidad de contar con una estructura que coordinase la labor de las monjas que trabajan en este sector, para hacer frente a un fenómeno tan complejo como el de la trata.

–¿Corren muchos riesgos cuando están en la calle? 

–El mayor riesgo es el de tener demasiada visibilidad. Eso puede quebrar la confianza que depositan en nosotras. Cuando viví en la favela, en Brasil, escuchaba disparos todas las noches, pero aprendí a gestionar esa situación. La verdad es quienes corren realmente un riesgo son las personas que denuncian a los traficantes, que se ponen en primera línea, con sus nombres y apellidos. 

–¿Diría que ha cambiado el fenómeno de la trata?

–Es una pregunta que yo también me hago. Para empezar, hay que tener en mente que no solo existe la explotación sexual, sino también las prácticas análogas a la esclavitud y el trabajo forzado. Dicho esto, creo que una novedad es que la explotación es vista como algo normal. Existe una nivelación a la baja del respeto a los derechos humanos. Ese es un aspecto importante, ya que el 'Protocolo de Palermo' –para prevenir, reprimir y sancionar la trata– establece unas pautas para identificar la víctima de trata. 

–¿Cómo han influido las rígidas políticas migratorias de Europa?

–Están aumentando las jóvenes atrapadas en África Occidental y el norte de África, en Marruecos, Mali, Niger, Burkina Faso. Aunque también vemos situaciones extremas en Centroamérica, donde muchos caen porque se les acaba el dinero para seguir con su viaje.

"Sudáfrica
es no de los principales
 países
de destino
de las víctimas"

–¿Qué le preocupa a usted especialmente? 

–Estamos invirtiendo muchos esfuerzos en África subsahariana y en los países limítrofes. Sudáfrica es uno de los principales países de destino de las víctimas de trata. Mientras que en América Latina está el fenómeno de las indígenas explotadas. 

–¿Cómo son las mujeres traficantes?

–Son muy activas en el reclutamiento y eso se debe, probablemente, a que llaman menos la atención. Pero en cuanto a crueldad no se distinguen de los hombres, pueden ser tan violentas como ellos. Luego también están las que, para no ser víctimas, se convierten en verdugas. A ellas es muy difícil juzgarlas. 

–¿Por qué las víctimas siguen cayendo en estas redes si el fenómeno se conoce? 

–Porque no piensan que les va a tocar a ellas. Por ejemplo, emprenden el viaje y eso es como la ruleta rusa. Muchas no tienen otras opciones. Otro aspecto es que los traficantes se mueven, van cambiando de zonas de reclutamiento, conocen de cerca las rutas migratorias y las culturas de las personas que intentan hacer caer en sus redes. Mientras que las personas que caen quizá se imaginan que algo malo les va a pasar, pero dudo que puedan imaginarse la realidad, que es atroz.

"Algunas mujeres,
para no ser víctimas, se convierten en reclutadoras. A ellas es difícil juzgarlas"

–¿Quién no está siendo responsabilizado por la trata y debería?

–Lo primero que me viene a la mente es… los Gobiernos. No solo porque no hacen leyes adecuadas.

–¿Por qué otra cosa más?

–También porque falta la voluntad política de erradicar estos fenómenos. Es fácil hacer una ley e invertir algún monto, pero ¿qué control hay sobre estas redes de explotación? ¿Qué responsabilidades tienen aquellos gobiernos que explotan minas y yacimientos de petróleo en muchos países africanos? ¿Por qué muchas chicas vienen de Benin City y no de la zona de Boko Haram? ¿Por qué nos olvidamos de los daños que hacen a las poblaciones locales las minas de oro y coltán, el mineral que se usa para hacer los teléfonos móviles? Falta una conciencia colectiva, que nos permita ver adónde nos están llevando nuestros modelos de desarrollo.

–¿Está criticando al capitalismo? 

–¡Por supuesto! Y lo hago abiertamente. Que no digan que soy comunista. No tengo dudas de que el actual modelo neoliberal de desarrollo, tal y como se está llevando adelante, es catastrófico. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres, cada vez más pobres. Esto está favoreciendo dinámicas que llevan directamente a la trata. La trata de personas ha aumentado enormemente desde la caída del muro de Berlín.

–¿Diría que todavía se puede hablar de la brecha norte-sur?

–No, ya no es exactamente así. Actualmente hay un norte que está en el sur, y un sur que está en el norte. También en el sur hay lobis muy poderosos. La responsabilidad la tenemos todos.

–¿En qué sentido?

–Habría que hablar más del consumo y de los consumidores, preguntarnos de dónde vienen los productos que consumimos. Hablamos de cifras alucinantes. ¿De verdad se benefician solo las organizaciones criminales de todo esto?