Jacinda Ardern, una líder para el futuro

Su gestión del duelo tras el atentado de Christchurch ha desatado la 'Jacindamanía'

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Albert Garrido

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Cuantos creen que la política es el terreno de juego reservado a los gestos desabridos, las palabras altisonantes y el combate sin tregua deberían prestar atención al comportamiento de la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern (Hamilton, 1980), en el duelo posterior al ataque contra dos mezquitas de Christchurch perpetrado por el australiano Brenton Tarrant, que dejaron 50 muertos.

Cuantos creen, a veces con razón, que poca diferencia hay entre el comportamiento de un hombre y de una mujer cuando se hallan en el puente de mando, deberían asimismo leerse el discurso en forma de lamento pronunciado por la jefa de Gobierno, una explicación despojada de grandilocuencia acerca de cuál fue la razón de que una sociedad pacífica en un país sin sobresaltos se viera agredida en lo más profundo de su convivencia, como si albergara odios atávicos: "Fuimos elegidos por el hecho de que no somos nada de eso. Porque representamos la diversidad, la bondad, la compasión. Un hogar para quienes comparten nuestros valores. Refugio para quien lo necesite. Y esos valores no serán y no pueden ser sacudidos por este ataque".

¿Aproximación serena de una líder a la tragedia? ¿Ejercicio de la política pasado por el tamiz del feminismo? ¿Sensibilidad extrema ante la agresión a los más vulnerables, a ciudadanos indefensos en la hora del rezo? ¿Una forma diferente de ejercer el poder?

"Ellos son nosotros"

Seguramente, todo al mismo tiempo, pues la carrera de Ardern está jalonado de datos definitorios y definitivos: su precoz compromiso político con el Partido Laborista, su aprendizaje en la oficina de Tony Blair, su juventud sin complejos al salir elegida diputada, su nombramiento como primera ministra, su permiso de maternidad de seis semanas en el ejercicio del cargo y una capacidad muy personal para resumir en pocas palabras sentimientos a flor de piel: "Ellos son nosotros", dijo para referirse a los musulmanes abatidos por el supremacista blanco.

El velo no es el problema, sino
el valor que se
le da según el
momento político,
dijo sin decirlo
la 'premier' neozelandesa

La revista 'Time' coloca a <strong>Jacinda Ardern</strong> en la lista de las 100 personas más influyentes del mundo, y no por el influjo de su pequeño país en la comunidad internacional, sino por su forma de entender la autoridad, de aproximarse a quienes depositaron en su Gobierno la suerte de la nación; por encarnar un liderazgo diferente, se diría.

El simple hecho de tocarse con un pañuelo para acudir a las mezquitas a dar el pésame a las familias es una muestra de ese 'new look' de la política: el velo que llevan muchas mujeres musulmanas no es el problema, dijo sin decirlo; el problema reside en la interpretación, el valor cambiante que se da al velo en el espacio público según sea el momento político, según sea la capacidad de agredir del yihadismo movilizado.

Algo más que un gesto

La BBC y otros medios hablan de 'Jacindamanía'. Justifican el neologismo, además de en las actitudes, en las decisiones de la primera ministra, entre ellas la determinación de restringir la posesión de armas en Nueva Zelanda a raíz de la facilidad con que las adquirió en la red el ultra Tarrant.

Se trata de algo más que un gesto en un país de 4,5 millones de habitantes que poseen 1,5 millones de armas –una por cada tres ciudadanos–, una tradición cultural que se explica por la afición a la caza y la necesidad de combatir algunas plagas como la de los conejos. Se trata de una necesidad si se quieren mantener los índices de seguridad de Nueva Zelanda, altísimos, mientras algunas extremas derechas –caso de la española Vox– chapotean en el albañal ideológico de Donald Trump y la Asociación Nacional del Rifle de EEUU para incluir en sus programas la liberalización de la venta de armas y proclamar un extraño derecho de la población a la autodefensa.

Hay en todo ello pruebas y mensajes de auténtico liderazgo emocional más allá de las contradicciones subrayadas por sus adversarios políticos. Por ejemplo, en las restricciones a la adquisición de propiedades por residentes extranjeros y en la limitación de las tasas de inmigración a pesar de que apuntan en sentido contrario la diversidad cultural de la sociedad neozelandesa –unas 200 comunidades diferentes– y los vínculos históricos con la vecindad australiana y asiática.

Explicaciones de la barbarie

Para un analista del periódico 'The New Zealand Herald', que se define como "un hombre blanco y privilegiado", es más importante disponer de explicaciones claras acerca del origen de la barbarie. Ardern adelanta una opinión llena de realismo: "Un énfasis exagerado en la posibilidad de ataques yihadistas hizo perder de vista la amenaza de la extrema derecha".

Se dio por supuesto que constituye el gran desafío el terrorismo global del islam radicalizado o del radicalismo islamizado –ambas teorías tienen seguidores–, mientras la islamofobía arraigaba en nuevas formas de supremacismo blanco, auxiliadas por el auge de las siglas ultras en Occidente. Variadas formas de racismo que deben combatirse, a criterio de Ardern, para que no prevalezca en la memoria colectiva el signo supremacista ante el juez de Brenton Tarrant, cuyo nombre ella nunca piensa pronunciar.