Brújula (del CCCB) para pensar el mundo

Judit Carrera, directora del centro cultural que ahora cumple 25 años, da pistas para leer estos tiempos inciertos

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Núria Navarro

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Yendo todos como bolas en el estruendoso 'pinball' del presente, ¿un centro de cultura contemporánea ofrece carriles hacia la emancipación o son el recurso fetén del capitalismo avanzado –dueño del 'recreativo'– para que los conflictos urbanos se desbraven en espacios controlados? ("los que disertan en charlas no pueden hacer daño", suelta con sorna Martha Rosler en 'Clase cultural'). Mientras en esa discusión anda entretenida la crítica cultural, Judit Carrera, novísima directora del <strong>CCCB</strong>, dice con sinceridad que en el número 5 de Montalegre hay "vocación de motor de transformación social" y que, pese a que "la cultura no ofrece el paraíso", su ausencia es catastrófica.

Antes de proponer su brújula para guiarse en el desconcierto del presente y encaminarse al futuro, no está demás un apunte sobre la prescriptora. Judit Carrera se formó en el Institut d’Études Politiques de París (la mítica 'Sciences Po'), como Emmanuel Macron, solo que él aún no puede entender por qué se le sublevan las 'banlieues' y ella, con los mismos apuntes de humanismo ilustrado, ha llegado a la conclusión de que es hora de "releer el legado".

Eso quiere decir, en rápido, pasar la trilladora sobre una tradición –la europea– que desde el siglo XVIII hasta la globalización digital se ha venido arriba con su idea de disipar las tinieblas de la ignorancia mediante la poderosa bombilla de la Razón. O sea, apartar el grano–"la idea emancipadora de la razón" y, en sintonía con Kant, "el cosmopolitismo entendido como tierra compartida"– de la paja. ¿Que cuál es la paja? Pues que la Razón ha sido mayormente blanca, masculina y antropocéntrica. "Mi paraguas conceptual –enuncia Carrera– es el humanismo actualizado, y eso incluye las perspectivas decolonial y de género, la lectura de la revolución tecnológica y una mirada más humilde en relación a las otras especies". Esas son sus armas para zarandear 'lo-dado-por-descontado'.

Tiempos interesantes

Recordaba el esloveno Slavoj Zizek que en China, cuando realmente odias a alguien, lo maldices diciendo: "¡Que vivas en tiempos interesantes!" ('interesantes' = embadurnados de inestabilidad, desigualdad y lucha por el poder). Pues justo ahora, cuando el Sur Global [término respetuoso para definir el tercer mundo] empezaba a levantar cabeza, el feminismo ganaba musculatura y parecía que entendíamos el precio de tirar toneladas de inmundicia al planeta, se ensambla –y se yergue– el 'transformer' de una contrarreforma amiga de los muros y de revocar derechos conquistados y amante de los espumarajos de odio. "Los momentos críticos agudizan la necesidad de entender", se arremanga la jefa del CCCB.

Carrera, que tiene un superdón para leer los tiempos –ha programado los debates del CCCB durante años–, busca claves por las cuatro esquinas del mundo. Husmea, claro, en el pensamiento avanzado que se cuece en Londres, París y Nueva York –es fan del <strong>World Voices</strong>, el festival de autores del PEN América–, y se fija en el <strong>Instituto de Ciencias Humanas de Viena</strong>, que tiene la antena orientada a Rusia y los países del Este ("se cumplen 30 años de la caída del Muro de Berlín, Moscú juega en la política global y el desconocimiento es total", hace notar), y llena cuadernos de notas a partir de lecturas (una vistazo a hurtadillas a sus pilas de libros y aparecen la pensadora feminista y climática Rebecca Solnit, la excorresponsal de guerra Carolin Emcke –autora de 'Contra el odio'– y el historiador Timothy Snyder, que acaba de publicar 'El camino a la no libertad'). Pero, sobre todo, es una meticulosa rastreadora de los análisis que emergen en lugares en los que no existe un canal establecido y "enseñan que el mundo es mucho más que Europa".

Acreditado el tipo de palos que toca la politóloga, ahí van –ahora sí– los prometidos instrumentos para navegar en estos tiempos raros:

1/ (Despliegue de) la palabra

No en el sentido surrealista que le ha dado estos días Carles Mulet, senador de Castellón, viral por repetir la palabra "Catalunya" durante un minuto a micro abierto. Aquí Carrera piensa en 'palabra' como "el instrumento de defensa de la libertad de expresión", pero también como "la herramienta de creación de mundos imaginarios". A su juicio todo ese capital está en riesgo en muchos lugares del mundo, "incluido el nuestro". Ante la proliferación de 'fake news' y de la mentira como generadora de miedo, urge "el debate razonado, informado y respetuoso con el otro".

Y la palabra, dice, es doblemente importante en una ciudad como Barcelona, capital editorial y literaria de primer orden, con una cuadrilla de estupendos traductores y lingüistas, con habitantes que cambian de lengua para comunicarse, en catalán y castellano y en otras 200 lenguas, incluidos el abrón y el zapoteco. "El multilinguismo es un valor precursor del mundo que viene", subraya.

En el CCCB, esa "manera de estar en el mundo" se materializará multiplicando encuentros entre autores y analistas "donde la lengua no sea un problema". Un ejemplo: Bernardo Atxaga dio hace poco una conferencia en la casa ['Arrautza, ou, huevo, oeuf, egg' se titulaba] que el público pudo seguir en euskera. Ese facilitar el uso de las lenguas es, en su opinión, "una forma de estimular la curiosidad por la diferencia" y, de paso, dejar sentado que "el mundo nunca más será homogéneo" y que "estamos condenados a vivir juntos" entre gente con equipaciones culturales diferentes. Un antídoto frente a la venenosa idea de la extrema derecha de que "la identidad de Europa es cristiana" y que –faltaría más– "nuestros valores son superiores".

2/ Polis: ciudad y democracia

Pensar la ciudad fue la piedra fundacional del CCCB, sí. Pero Barcelona, como otras urbes europeas, era entonces un modelo de ciudad pequeña, compacta, sostenible, con una historia milenaria detrás. Eso ya no es. Hoy las ciudades están claveteadas de conflictos. Tienen dificultades para acoger a los que llegan, expulsan a los nativos y contribuyen a acelerar el cambio climático. Son espacios de esperanza, pero también de desahucio. Para Carrera, poner a la ciudad en el centro es entenderla como "metáfora de la democracia", del vivir juntos, de cuestionar un mundo que permite la existencia de paraísos fiscales y la ampliación del abismo que separa a los muy ricos de los desposeídos.

"Hay que analizar la ciudad desde el Sur Global –propone–. Las megalópolis brasileñas, africanas y asiáticas, que se están transformando a una escala gigantesca, ofrecen soluciones muy radicales a problemas que son universales". ¿Europeos tomando notas de lo que dicen 'los de abajo'? Estaría bien verles las caras.

Y tiene en mente las soluciones imaginativas y útiles de Achille Mbembe (Camerún) y Francis Kéré (Burkina Faso). O las observaciones de la brasileña Teresa Caldeira, catedrática de Antropología Urbana en Berkeley que, por ejemplo, alerta de que "el 60% de las mujeres de la periferia de São Paulo –20 millones de habitantes– son madres solas que no quieren tener pareja porque no les compensa". O de urbanistas indios como el ya fallecido Charles Correa –"Gandhi intentó abolir el sistema de castas y el bus urbano, sin objetivo político, lo ha conseguido", decía– o Rahul Mehrotra, director de la Escuela de Diseño de Harvard y planificador de Bombay, que parte de la idea de que para 700 millones de personas "la estabilidad es un lujo y la permanencia no es una condición que determine su existencia cotidiana".

3/ La tecnoesfera

La revolución tecnológica ha mutado el acceso a la información, expandiendo los límites del conocimiento, pero también muestra la patita como instrumento de control y difuminador de la verdad. "Su potencial democrático ha quedado en entredicho", lamenta Carrera. Se habla ya de "algoritmocracia", de las grandes cantidades de datos que acumulan Google, Facebook, Amazon, Apple y la china Alibaba, sin diques de contención, que amenazan con decidir qué pensamos, qué consumimos y cómo nos relacionamos. "Las consecuencias no llegarán como el apocalipsis –recordando que el móvil ya es una prótesis asumida o que la memoria se va descentralizando–, nos aproximaremos progresivamente y hay que oponer una resistencia activa".

Así como en tiempos fordistas se buscaban pistas en Durkheim, Gramsci o Marcuse, hoy Carrera presta atención a las perspectivas de analistas como Evgeny Morozov, azote intelectual de Silicon Valley –dice que "más protección de datos ya no es suficiente para frenar el poder de Facebook o Google"–, Daniel Dennett, Marcus du Sautoy, Carlo Rovelli Lynn Margulis.

Para la timonel del CCCB, la tecnoesfera, además, está emparentada con "la forma en que nos relacionamos en el mundo de la cultura" (poco) y "con los progresos científicos en biomedicina". Porque la tentativa de alargar la vida hasta rozar la inmortalidad o la robotización del trabajo sobrepasan "los límites de la propia condición humana" y crean incertidumbre sobre el futuro laboral. "Es una sacudida muy bestia a seguridades que existían –confirma–, y que impide prever a qué se dedicarán nuestros hijos". Un momento, en fin, para replantearse el sentido de la vida y el cómo nos organizamos colectivamente.

Y 4/ Cuerpo y género

El filósofo feminista Paul B. Preciado decía hace poco que "el cuerpo será, sin ninguna duda, el espacio de batallas políticas del siglo XXI", como lo fue la fábrica en el XIX. Está de acuerdo Carrera, e incluso lo enlaza con el punto anterior, con qué quiere decir ser humanos y cómo será la convivencia con los robots. "También tiene que ver con las categorías en cuestión de hombre y mujer, con la creación de espacios de convivencia para que todos podamos vivir una vida vivible y decente y nadie se sienta excluido o maltratado".

En un nuevo giro a su rubik cultural –y apasionada como es de las artes escénicas–, Carrera dice que, además, "poner-el-cuerpo en la danza, el teatro, el cine y la poesía es compromiso", y "es intuición y no solo la racionalidad del pensamiento". Por eso predica la presencialidad frente a la virtualidad. "Importan los espacios físicos donde encontrarse, cuerpo a cuerpo, mezclando lenguajes y disciplinas y provocando, a través del contacto, la creación de comunidad".

Hasta aquí no ha dicho una palabra de feminismo.¿Hay que seguir dando la matraca? Pues sí, no basta con nombrarlo. "El feminismo está aquí para quedarse –dice–, pero cada vez será una lucha más política y difícil, porque ya estamos oyendo a Vox hablar de la dictadura de la ideología del género". Como contrapeso, está preparando para verano una exposición sobre la historia del movimiento pensada para las mujeres muy, pero que muy jóvenes que se están movilizando ahora y quizá no conocen la tradición de los años 70.

En buena medida, en la fila cero de los desvelos de Carrera, admite, están los jóvenes, atravesados por las tecnologías y cuestionadores de los muros de los museos. Como Francis Morris, la directora de la Tate Modern de Londres, y Lucía Casani, de La Casa Encendida de Madrid, se empecina en la importancia de la educación. "La finalidad es plantar una semilla de cultura democrática, ya sea a través de una conferencia, una película o un concierto de hip hop –explica–, promover la escucha y contribuir a la convivencia con la diferencia".

Su finalidad, zanja, "es política".

Pese a que le chafe la guitarra a Martha Rosler, la que sostiene que "las charlas no pueden hacer daño", entiende la cultura como una formidable arma de resistencia y de construcción de un mundo que no sea garra. Propósito que no es accesorio, sino de primera necesidad.