LA VIGÍA DE LA INMIGRACIÓN EN LA FRONTERA SUR

Helena Maleno: "La extrema derecha y la izquierda ejecutan las mismas políticas de muerte"

Acusada de colaborar con las mafias que comercian con migrantes, y con un expediente 'parado' en un tribunal marroquí, la activista reivindica su "derecho a defender derechos"

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Julia Camacho

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La vida de Helena Maleno (El Ejido, Almería, 1970) dio un giro hace seis años. Periodista e investigadora especializada en inmigración, la Comisaría General de Extranjería y Fronteras (UCRIF Central) empezó a investigarla por su implicación en el tráfico de personas. En el 2017, la Audiencia Nacional archivó el caso, pero el informe sobre su actividad pasó a Marruecos, donde reside y donde espera desde hace más de un año a que la justicia se pronuncie.

«Alargar esta situación es una forma de tortura», asegura, «mis derechos se han deteriorado, ya no vivo una vida normal». Pero ella se aferra a las estrategias de supervivencia aprendidas de las comunidades migrantes a las que acompaña y da apoyo en el norte de Marruecos, y avisa que seguirá con su labor, «porque no he hecho nada malo, al contrario». Por eso, reivindica una frase que le dijo el relator de la ONU y que se le quedó clavada para siempre: «Tienes derecho a defender derechos». «Y vamos a seguir haciéndolo», dice con la voz entrecortada.

Maleno reconoce que nunca se había planteado ese papel de «defensora de derechos», un concepto poco usado en España, donde se opta por el de activista, pero que es el que mejor define su actividad y la de <strong>la oenegé Caminando Fronteras</strong> en Marruecos, una labor que parte de la constatación de que «no tenemos derechos, sino privilegios, al contrario de lo que debería ser el estado de derecho». Por este motivo, su organización trabaja para «permitir el acceso a derechos en zonas donde los estados deciden que no hay  derechos, como las fronteras, o a poblaciones a las que se niega todos los derechos, entre ellos el de la vida».

Desde el derecho a la identidad de los niños nacidos en el tránsito migratorio, cuyas desapariciones no podían ser denunciadas al no estar inscritos en ningún registro, al derecho a una mujer a cuidar su salud sexual y reproductiva. «También el derecho a ser escuchadas cuando vienen de redes de explotación, acompañarlas en ese dolor». Y en medio de esa actividad, fue cuando empezaron las llamadas de los migrantes que se lanzaban al mar, el elemento que le ha puesto en el punto de mira de las autoridades policiales.

Indefensión

Explica que son las propias comunidades migrantes y las familias las que se organizan porque se dan cuenta que ir al mar les sitúa «en posición de indefensión, por la precariedad de los materiales que proporcionan las redes criminales, y de no rescate». «Ellos saben los riesgos que corren y se organizan, dejan sus datos a un compañero para que llame a sus madres si pasa algo o desaparecen en el mar, para que la familia tenga derecho a saber qué ha pasado y dónde están, para no perder su identidad», explica. Unas estrategias de resistencia en las que ellas acompañan, colaborando de paso a que las familias hagan el duelo. «Nosotras nunca sabemos cuándo van a salir, porque evidentemente la gente sabe que no puede contar esas cosas porque les matan, pero saben que, si pasa un día, o un tiempo, y no dan señales de vida, alguien tiene que alertar», se defiende. En ocasiones también les llaman, dice, en busca de ese último aliento cuando la patera se hunde.

Por promover políticas de vida y no de muerte, las «'necropolíticas'», es por lo que se ha convertido en un elemento molesto, al igual que otras oenegés que colaboran o trabajan con los migrantes. «Estamos acostumbrados a ver asesinatos en Brasil, México… pensábamos que en Europa no ocurría, pero ya pasa, ya se persigue a quien defiende los derechos de los migrantes», asegura, citando por ejemplo el arresto de un alcalde italiano o de las propias personas migrantes que «alzan la voz y están desapareciendo en esa frontera sur». Una criminalización y persecución del cooperante que atribuye a que ponen el foco sobre potentes intereses económicos. Porque al fin y al cabo, resalta, «la inmigración es un negocio» para muchos.

"La inmigración
es un negocio:
el de la industria
de la esclavitud
y el de la
armamentística",
recrimina la
activista

«Tocamos dos intereses muy grandes, los de las industrias criminales y de la esclavitud, y los de industrias armamentísticas, que están controlando y haciendo que países europeos hagan ese control migratorio, con inversiones cada vez mayores». Los defensores de derechos, recalca, «estamos en medio de estas dos grandes industrias, y están matándonos, atacándonos, eso es una realidad en la frontera sur, y hay que decirlo muy alto». En su caso, es una doble agresión, ya que en su condición de mujer también recibe ataques a su cuerpo, y amenazas de violación o muerte. Los estados, sin embargo, poco hacen frente a esa situación. «Hay quienes tienen capacidad de proteger y otros que hacen dejación de esa responsabilidad de protección; en mi caso, como no tienen instrumentos para criminalizarme, envían a otros estados a que lo hagan», afirma en alusión a que, tras el archivo de su caso en España, la policía remitiera el expediente a Marruecos para seguir allí las diligencias.

Deriva europea

La investigadora se muestra muy crítica con la gestión europea de los flujos migratorios. «Las políticas de la extrema derecha y de la izquierda en materia de inmigración nunca han sido polos opuestos, lo son en otros asuntos, y tienen matices, pero al final son las mismas políticas de muerte, no hay una diferencia tan grande, y esa es la deriva europea», señala, aludiendo a que fueron gobiernos socialistas quienes por ejemplo pusieron concertinas o realizaron devoluciones en caliente o impusieron el mando único en el Estrecho. «La diferencia es que (Matteo) Salvini te lo dice a la cara». Pasar de la acogida del 'Aquarius' al desmantelamiento de Salvamento Marítimo, reflexiona, es asumible, porque «es asumible por los votantes, dado que partimos de un racismo institucional dentro del sistema». Un racismo inconsciente que se desliza también en la victimización, en el «pobrecito». «Nunca se filmaría a un niño europeo ahogándose, pero se grabó a Aylan», zanja.

Cuerpos desechables

En su discurso, Maleno articula que esa deriva se produce además porque el sistema económico europeo se basa en la «industria de la esclavitud». «En Europa hay esclavos, ya sea para servicios sexuales o laborales», afirma, «el cuerpo de los otros lo queremos esclavo, por eso gestionamos políticas de muerte sobre esos cuerpos». Insiste en que si hay trata de seres humanos es porque Europa lo consume. «Y el control de esos cuerpos desechables por parte de la mafia forma parte del negocio: el control de esos cuerpos, el decidir sobre su vida, su muerte, su esclavitud, lo decida quien lo decida, da dinero que va al sistema capitalista». Por eso, cuantas más fuerzas militares hay en las fronteras, más poder tienen las grandes mafias y más poder se tiene sobre esos cuerpos de migrantes.

Pese al sufrimiento que ha vivido en primera persona, y por el que contempla a diario en las comunidades con las que trata de construir, Maleno no arroja la toalla. «Yo ya creo que tenemos privilegios, quiero creer en los derechos humanos, y viviremos mejor en una sociedad diferente». La solución, asegura, vendrá del Sur, no del Norte, «y va a venir de esas personas que se mueven, de las comunidades migrantes y racializadas a las que hay que acompañar en su lucha para desmantelar el sistema de privilegios y convertirlo en uno de derechos humanos». Y rememora que, tras una entrevista televisiva, su organización recibió una llamada de una mujer «gitana, andaluza, analfabeta…No tenía nada, y dijo que me había oído en la tele y que quería ir ‘a eso que había dicho que son los derechos humanos’. ¿Eso cómo se consigue?». «Tenemos que seguir, no queda otra».