Somos demasiados. ¿Verdad o mentira?

Políticos y economistas cargan sus argumentos con falacias sobre la población

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Michele Catanzaro

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"Explosión demográfica", "bomba demográfica", "invierno demográfico", "sangría demográfica", "suicidio demográfico", "sociedad decrépita", "decadencia poblacional", "gerontocracia", "choque de generaciones", "fecundidad bajo mínimos"… Expresiones como estas se han vuelto moneda de cambio en la política y en la economía contemporáneas, y han entrado a formar parte del imaginario colectivo. Pero hay un problema: no tienen nada que ver con la realidad.

"Estamos hartos de que se use la demografía para otras finalidades, que se haga demografía recreativa sin contar con la voz de los expertos", estalla Andreu Domingo, investigador del Centre d’Estudis Demogràfics, emplazado en Bellaterra, y coordinador de un libro elocuentemente titulado 'Demografía y posverdad' (Icaria, 2018). "La demografía de tertuliano tiene demasiada voz en los medios: no entienden nada, pero tienen la soberbia suficiente para vaticinar catástrofes y escenarios siniestros", afirma Teresa Castro, del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, en Madrid.

Opiniones esperpénticas

El mal uso de la demografía tiene que ver con la erosión del prestigio del experto, la posverdad y las preferencias mediáticas por las opiniones más esperpénticas, según Domingo. Pero también se debe a que la demografía siempre fue ciencia de Estado, una herramienta para gobernar poblaciones.

"Hay intereses de toda clase –añade el experto–. Políticos que promueven la austeridad; aseguradoras y bancos con intereses en las pensiones privadas que promueven el miedo al envejecimiento; conservadores que extrañan la familia tradicional con la mujer en casa". "Se desvían problemas políticos y económicos a la demografía, apelando al patriotismo", reflexiona el especialista.

"La demografía del tertuliano
tiene demasiada voz en los medios. Y no entienden nada", lamenta Teresa Castro, del CSIC

La demografía habla de nacimientos, muertes, desplazamientos y formación de familias: la carga emocional de estos acontecimientos es evidente. Y hay quienes se aprovechan de ello. Tampoco ayuda que no exista una carrera universitaria de demografía y que esta no se estudie, por ejemplo, en los cursos de Historia.

Lo más preocupante es que los pseudodemógrafos, agrupados en organizaciones como los conservadores Fundación Renacimiento Demográfico o el Instituto de Política Familiar, han desfilado ante el Pacto de Toledo o la Comisión Permanente para el Reto Demográfico.

Los mitos pseudodemográficos han impulsado disparatadas iniciativas como un cheque-bebé de 10.000 euros en Singapur, el Día de la Concepción en Rusia, el Fertility Day en Italia, y el amago de una campaña en España, en el 2017, para aleccionar a las mujeres sobre la necesidad de tener hijos. Para los demógrafos el vaso está colmado, y han salido a derribar falsedades.

FALSEDAD NÚMERO UNO


"Somos demasiados habitantes para la supervivencia de la Tierra"

La humanidad ha crecido de forma sin precedentes en los últimos 200 años. Solo entre 1950 y el 2017 la población mundial pasó de 2.500 a 7.500 millones de personas. Ya en 1798, Thomas Malthus advertía del riesgo de semejante bomba demográfica en el Ensayo sobre el principio de población. En 1968, Paul Ehrlich proclamó en The Population Bomb que "la batalla para alimentar a la humanidad está perdida".

La realidad es que ninguna de estas sombrías profecías se ha realizado. Entre 1960 y el 2010, la producción de alimentos per cápita aumentó el 40%, en buena parte gracias a avances tecnológicos como la revolución verde, que hizo crecer notablemente la productividad de la agricultura. "El problema no es la disponibilidad de alimentos, sino su distribución", explica Domingo.

11.000 millones en el 2100

Entre 1990 y el 2012, la población que vive en extrema pobreza (1,68 euros diarios) pasó del 37% al 12,7%. Entre otros factores, la concentración de la población en las ciudades ha hecho más fácil y sostenible el acceso a muchos servicios.

Las previsiones dicen que la población mundial seguirá aumentando, hasta alcanzar los 11.000 millones de personas en el 2100. Pero después se estabilizará y, quizá incluso, se reducirá. El motivo es que, en las mismas décadas de mayor crecimiento, ha caído en picado la fecundidad. Hoy todas las regiones del mundo tienen tasas de fecundidad (técnicamente, índices sintéticos de fertilidad) de entre 2 y 3 hijos, excepto en África, que aunque también está bajando, sigue entre 4 y 5.

"Ahora el discurso de Ehrlich ha vuelto ligado al cambio climático", explica Domingo. La Tierra no podría aguantar el consumo de tanta gente. "Pero, otra vez, la cuestión no es el crecimiento de la población, sino el consumo irresponsable, y cómo está distribuido", observa el investigador. Con la reducción de la fertilidad, la demografía está "haciendo sus deberes". Ahora es cuestión de que trabajen la política y la economía.

FALSEDAD NÚMERO DOS


"El envejecimiento hace insostenibles las pensiones"

"La población tendrá [...] un gran número de ancianos y efectivos de jóvenes relativamente reducidos". Esta frase, que podría aparecer en cualquier artículo de opinión de un economista contemporáneo, fue escrita en realidad en 1907. En la primera mitad del siglo, los nacionalismos se obsesionaron con el problema de la vejez mientras los fascismos encumbraban a sus juventudes.

En 1935, el estudioso catalán Josep Antoni Vandellós publicó 'Cataluña, pueblo decadente'. En los años 40, el demógrafo ultranacionalista francés Alfred Sauvy creó la expresión "envejecimiento demográfico". Estaba obsesionado con que Alemania amenazaba a Francia por su pujanza poblacional. Gérard François Dumont, discípulo de Sauvy, habló del "festín de Cronos", y al sacerdote de Lovaina Michel Schooyans se le atribuye la expresión "invierno demográfico".

Medio siglo después, no se ha hecho realidad ninguno de los efectos perversos del envejecimiento que se habían anunciado. Al contrario, el envejecimiento demográfico se ha convertido en un fenómeno cada vez más global que se podría rebautizar como madurez de masas. Además, cuando las generaciones del 'baby boom' hayan muerto, el número de mayores se reducirá drásticamente.

Envejecimiento y creatividad

"Hay lecturas que traspasan las características de la vejez del individuo a la sociedad, en el sentido de que una estructura envejecida sería menos creativa. Sin embargo, Alemania está más envejecida que Níger y ¿cuál de los dos países es más innovador?", observa Andreu Domingo.

El miedo a la vejez resurgió con fuerza en los años 80, cuando en 'think tanks' conservadores de Estados Unidos se empezó a hablar del "choque generacional". En la diana, decían, estaba el "inmoral" gasto social para pagar pensiones y servicios sanitarios a los mayores.

Alemania
está más envejecida
 que Níger y ¿cuál de los dos países es más innovador?", observa Andreu Domingo

Recientemente, la directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, aseguró que los ancianos viven demasiado tiempo, y un ministro japonés llegó a pedirles que se murieran ya. El mensaje subyacente de estos discursos es que el sistema de pensiones y el Estado del bienestar son insostenibles, debido al envejecimiento. La única salvación, vendrían a decir, sería que el sector privado pusiera sus manos sobre partidas como las pensiones o el gasto farmacéutico, que pueden llegar a representar casi la mitad del presupuesto de un país.

En 'Demografía y posverdad', los demógrafos Pau Miret y Pilar Zueras desmontan pieza a pieza estos argumentos. En primer lugar, no solo los jóvenes prestan servicios a los mayores, sino que también los hay en sentido contrario, desde el cuidado hasta las transferencias económicas.

Más estudios y productividad

En segundo lugar, el sistema de pensiones ha aguantado bien el envejecimiento, gracias a la incorporación de las mujeres al mercado del trabajo, que ha llenado la caja de un dinero antes inexistente, y a que las nuevas generaciones tienen más estudios y son más productivas que las anteriores. Gracias al envejecimiento, además, hay amplios historiales  de cotización, con productividad creciente, que refuerzan, en lugar de debilitar, el sistema.

"La variable demografíca es importante para el sistema de pensiones, pero la economía tiene un peso mucho mayor", observa Teresa Castro. El paro, la precariedad y los salarios bajos son los que realmente amenazan el sistema. "En España trabajas de becario durante años y los sueldos son tan bajos que se cotiza poco o no se cotiza, debido al modelo de precariedad laboral", explica Castro.

"Por supuesto hay envejecimiento, pero es un fenómeno normal, irreversible, lento, gradual y muy predecible: tenemos tiempo para adaptarnos a él", concluye la investigadora.

FALSEDAD NÚMERO TRES


"No tenemos hijos por puro egoísmo"

Desde el 2011, España mantiene un nivel de fecundidad de 1,3 hijos por mujer, una tasa que se halla entre las más bajas del mundo. Durante las últimas tres décadas ha estado por debajo de 1,5, y registró un ligero repunte hace una década que luego la crisis truncó. España comparte los niveles de baja fecundidad con Italia, Grecia, Portugal, Corea del Sur y Singapur.

Al mismo tiempo, la media de edad para tener al primer hijo ha aumentado de forma espectacular, hasta alcanzar en el 2015 los 30 años en el caso de las mujeres y los 34, en el de los hombres. Así, el 30% de los partos los tienen mujeres de más de 35 años; el 6% de las madres tienen más de 40, y aumenta el número de mujeres que no tendrán hijos. España es uno de los países que más emplea la fecundación asistida y, desde el 2015, se registran más defunciones que nacimientos.

"Decadencia de Occidente"

Este cuadro evoca lo que en 1918 Ostwald Spengler llamó "decadencia de Occidente". Desde los sectores más conservadores, se atribuye la baja tasa de fecundiadad al "hedonismo" y "egoísmo" de nuestra sociedad. Hay incluso quienes vinculan estas cifras a factores que van desde el aumento de los abortos y divorcios hasta la reducción de los matrimonios. Otro de los 'espantajos' que se mencionan es la incorporación de la mujer al mercado laboral.

"La demografía es una especie de responsabilidad difusa. ¿Quién tiene la responsabilidad? En el fondo, se acaba culpabilizando a las mujeres de no querer tener hijos", reflexiona Teresa Castro. Tras las alarmas sobre la natalidad, también "hay motivaciones ideológicas de gente partidaria de modelos tradicionales de familia", observa Andreu Domingo.

Otro foco es el nacionalismo. "Los nacionalistas están obsesionados con el número de hijos. Los esfuerzos de hacer aumentar la natalidad a niveles del baby boom revelan una óptica ganadera de la demografía, que piensa que las mujeres tienen que ser como conejos", apunta el investigador.

"En el fondo, se acaba culpabilizando a las mujeres de no querer tener hijos", señala Castro

En efecto, habría que revisar el análisis. En primer lugar, no es tan grave que haya más muertes que nacimientos. Alemania está en esta situación desde 1972. En segundo lugar, no es cierto que, con una (mal llamada) "tasa de reemplazo" inferior a 2,1 hijos por pareja, una población se vaya a extinguir.

El índice sintético de fertilidad es un promedio realizado en un determinado momento, que agrupa en un mismo colectivo a parejas que pertenecen a generaciones distintas. Un índice bajo puede repuntar, según cómo se comporten los más jóvenes. Además, si la esperanza de vida es creciente (el famoso envejecimiento demográfico), una población no se extinguirá aunque esté durante años por debajo de esta tasa.

Además, este índice está cayendo en picado en todo el mundo, a excepción de África, donde también ha descendido pero con menor intensidad. Este fenómeno es el resultado de las políticas de planificación familiar, del acceso a los anticonceptivos (que ha aumentado espectacularmente en las últimas décadas), del empoderamiento femenino y de una mayor instrucción.

"Todos los países están convergiendo hacia los valores de lo que llamamos un sistema complejo de reproducción", dice Domingo. En este sistema, el crecimiento de una población depende más de la inmigración que de los nacimientos.

Este proceso pasa por diversas fases. Al principio, la mortalidad (especialmente la infantil) baja por las mejoras del sistema médico. Esto da lugar a una explosión demográfica, ya que la natalidad sigue siendo alta pero muchas más personas sobreviven. Finalmente, se da paso a una bajada de la fecundidad.

No habrá colapso

"Antes, para que sobrevivieran dos hijos, se debían tener seis. Es un tema de eficiencia demográfica: se sustituye la cantidad por la calidad", explica Domingo. La concentración de recursos en menos hijos presenta numerosas ventajas, tanto educativas como económicas.

Tampoco es cierto que la baja natalidad vaya relacionada con la incorporación de las mujeres al mercado laboral y los nuevos modelos familiares (parejas no casadas, familias monoparentales, etcétera). De hecho, la fecundidad es mayor en países donde estos procesos están más avanzados, porque probablemente entran en juego otras políticas.

En suma, la baja fertilidad ni nos llevará al colapso ni es señal de una sociedad enferma. Pero sí apunta a un gran déficit de bienestar individual y colectivo. De hecho, las personas que no quieren tener hijos siguen siendo pocas (alrededor del 5%) y eso no ha cambiado en los últimos años.

Cuando se les pregunta a los españoles cuántos hijos querrían tener, la respuesta –como en la mayoría de países– gira alrededor de dos. En Europa, este dato no ha cambiado en cinco décadas. Así que el problema de España es la distancia entre la fecundación que se desea y la que se alcanza. "Aquí no tenemos los niveles de fecundidad más bajos del mundo por egoísmo, sino por responsabilidad: nadie se compromete a tener hijos sin un mínimo de estabilidad", explica Teresa Castro.

En 'Demografía y posverdad' se desgranan las razones. En primer lugar, está la dificultad del acceso al empleo: en España, la tasa de fecundidad de las mujeres empleadas es el doble que el de las desempleadas. La inestabilidad laboral y los bajos salarios no ayudan, como tampoco la falta de políticas públicas en favor de la conciliación. Y finalmente, la persistente desigualdad de género en el reparto de las tareas domésticas es un poderoso freno a la fecundidad. También en este caso, los problemas son más políticos que demográficos.