Carlos Acosta: memorias de un cubano volador

Carlos Acosta

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Nando Salvà

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El día en el que Carlos Acosta supo que iba a estudiar ballet, se subió al tejado de su casa, agarró una paloma y, mientras le acariciaba el plumaje, se puso a llorar. Con el tiempo se convertiría en un revulsivo del mundo de la danza masculina, un maestro a la altura de Rudolf Nureyev y Mikhail Baryshnikov. Sus capacidades físicas y su técnica serían interminablemente comentadas y admiradas, y darían origen a sobrenombres como 'Air Acosta', 'el Cubano Volador' y hasta 'el Paracaídas'. Aquel momento en el tejado, pues, resultó ser su primer paso desde una vida de miseria en Cuba a una de fama y glamur alrededor del mundo.

El problema es que aquel niño de 9 años quería era ser Pelé. Y aunque sobre el papel la suya es una historia de cuento de hadas –el granuja callejero que se convierte en dios del baile–, la realidad resultó ser mucho más complicada. En el libro de memorias que publicó en el 2007, 'Sin mirar atrás', Acosta dejaba claro que cada pequeño paso en su camino a la gloria ha provocado una mueca de dolor; por la separación de su familia y de su país, y por su falta de sentido de identidad y pertenencia.

Padres y hermanos

«Todo el mundo quería irse de Cuba, pero yo no; yo solo quería estar con mis padres y mis hermanos», recordaba Acosta hace unas semanas en el Festival de San Sebastián. Pese a ello, con el tiempo llegó a tenerlo claro: «El arte me salvó. ¿Qué podría yo, hijo de un camionero, haber llegado a ser en la vida sin el baile? Habría sido un delincuente, o habría acabado huyendo en una balsa».

El próximo viernes la historia de Acosta llega a los cines de la mano de Icíar Bollaín, que se ha basado en aquella autobiografía para convertir 'Yuli', su octava película como directora, en una original mezcla de 'biopic' al uso y espectáculo de danza. En ella el propio bailarín se interpreta a sí mismo en tiempo presente, mientras ensaya con su compañía una serie de coreografías inspiradas en su vida al tiempo que recuerda momentos definitorios de su infancia y juventud. Dos jóvenes actores se encargan de dar vida a esos 'flashbacks'.

De la calle a la academia

Gracias a ellos conocemos a Acosta cuando solo era un retaco, el menor de 11 hermanos en una casa cuyas paredes estaban llenas de termitas y en la que no había agua corriente ni apenas comida que llevarse a la boca. El chaval pasaba los días en la calle, bailando breakdance junto al resto de niños del barrio; pero aquel pasatiempo enfurecía a su autoritario padre, que un día decidió que la disciplina de una escuela de danza no solo mantendría a su hijo alejado de los problemas, sino que con el tiempo quizá podría proporcionarle una salida de la pobreza. 

Poco después, Carlos ingresó en la Escuela Nacional de Ballet, y la odió inmediatamente. Durante su estancia en ella protagonizó sucesivas peleas y ausencias y demás muestras de rebeldía hasta que fue expulsado. Aquel día su padre –que acababa de pasar dos años en la cárcel por su implicación en un accidente de tráfico– le dio una paliza que podría haberlo matado. Después logró para él una plaza en otro centro, la Escuela de Arte Pinar del Río. 

Beca para Turín

Poco a poco, el joven fue dejando de resistirse al empuje de su propio talento y a tomarse su entrenamiento en serio. A los 16 años obtuvo una beca para formar parte del Ballet de Turín, y un años después ganó la medalla de oro en el Prix de Lausanne. Salir de Cuba le causó un 'shock'. «A los 18 años yo ni siquiera sabía lo que era un banco, y mucho menos una tarjeta de crédito», recuerda. «Me sentía perdido en el mundo moderno». Estar lejos del hogar dolía mucho.

Como detalla 'Yuli', después vendrían sendas residencias en el English National Ballet, el Ballet Nacional de Cuba y el Houston Ballet; y posteriormente, por fin, su ingreso en el Royal Ballet de Londres, del que fue primer bailarín durante 17 años. En noviembre del 2015, tras interpretar una versión de 'Carmen' coreografiada por él mismo, Acosta puso fin a su estancia en la venerada institución. "Tengo 42 años, y no quiero que quienes me vieron bailar en mi momento álgido se den cuenta de mi declive", explicó en su día. 

Desde entonces, su vida ha regresado a La Habana. Ha fundado Acosta Danza, una compañía que funde el baile clásico con el contemporáneo, y a través de la que no solo ofrece formación gratuita a talentos de todo el mundo; con ella también trata de dar a niños y jóvenes cubanos lo mismo que él recibió cuando era niño, y sobre lo que tanto tiempo tardó en comprender que era precisamente lo que necesitaba.