La linea invisible

En ruta por las carreteras y pueblos de la endiablada frontera de Irlanda del Norte

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Kim Amor (Texto) / Albert Bertran (Fotos)

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Mervyn Johnson y John Maguire viven a tiro de piedra, pero uno reside en el Reino Unido y el otro, en la República de Irlanda. Johnston es protestante y unionista y Maguire es católico y nacionalista, pero ambos son de la misma quinta, rozan los 80 años, y son vecinos de Pettigo, un pequeño pueblo de apenas 600 habitantes situado justo en medio de la frontera que divide a los dos países. La línea fronteriza, hoy invisible, la marca el Termon, un riachuelo generoso en truchas, que atraviesa la población. Para pasar de un lado a otro no hay más que dar unos cuantos pasos por su viejo puente, que data de 1820.

Esta mañana de lluvia fina, habitual en estas tierras, Johnston está como cada día faenando en el taller de reparación de coches que regenta junto a su hijo, Karl, pegado al río y al puente. Estamos en territorio británico, en el condado de Fermanagh, uno de los seis que forman Irlanda del Norte. El veterano mecánico es excampeón de rallies de coches y un nostálgico del modelo de los Mini Cooper de los setenta. Los tunea y los deja como nuevos. Lo suyo son los automóviles clásicos, los modernos no le interesan.

Mervyn Johnstone, un mecánico en la frontera de Irlanda

Mervyn Johnstone, un mecánico en la frontera de Irlanda / periodico

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A esa misma hora, pero en el lado irlandés, en el condado de Donegal, Maguire desayuna en la cafetería del Termon Complex, un equipamiento deportivo, cultural y de ocio construido en el 2014 con fondos europeos. Felizmente jubilado tras muchos años repartiendo refrescos a uno y otro lado de la frontera, Maguire se zampa un par de huevos fritos, una salchicha, unas judías con tomate y pan de patata. Un suculento y energético plato muy de la zona para empezar el día.

Tanto Johnston como Maguire recuerdan con angustia los años de violencia sectaria que vivió Irlanda del Norte del 1969 al 1998, época conocida aquí como los “Troubles” (conflictos) y que dejó más de 3.600 muertos. 

A Johnston le disparó un comando del Ejército Republicano Irlandés (IRA) en 1972, mientras montaba guardia en el control militar levantado en Pettigo. Era entonces voluntario del Regimiento de Defensa del Ulster (UDR). Se salvó por los pelos.

“Fue un mal tiro”, recuerda. “También atacaron mi negocio varias veces con bombas incendiarias y una con explosivos”, explica. “Pero quien lo hizo era gente de fuera; ni entonces ni ahora hemos tenido problemas en el pueblo entre una comunidad y la otra. No hemos dejado de compartir cervezas juntos”.

Aunque frescos en la memoria, los recuerdos de los duros años de los ‘Troubles’ se han ido amortiguando poco a poco gracias a las dos décadas de paz que ha vivido esta parte del Reino Unido tras la firma de los acuerdos del Viernes Santo. Un proceso de reconciliación aún en marcha que ahora se ve amenazado por el ‘brexit’ y la posibilidad de que vuelva a imponerse una frontera fortificada entre el Norte y el Sur, como se denomina aquí a Irlanda del Norte y a la República de Irlanda.

"Seis condados" o "Ulster"

La endiablada frontera que divide la isla en dos pedazos es visible solo sobre un mapa y nadie quiere que vuelva a ser una realidad sobre el terreno. Es una línea irregular y serpenteante de 499 kilómetros de longitud que atraviesa ríos, lagos y campos y divide propiedades, puentes, e, incluso, un pueblo, Pettigo. Se trazó en 1922, cuando Irlanda se partió en dos y arriba quedaron 6 de los 9 condados de la provincia del Ulster y abajo, los 26 restantes. Los más republicanos llaman todavía a este territorio “los seis condados”. Lo más unionistas se refieren a él como “Ulster”.

Cuando circulas en coche por estas zonas colindantes, la mayoría de las veces por carreteras secundarias, estrechas y sinuosas, que surcan verdes praderas, lagos y colinas, es difícil saber en qué lado estás. La indicación más visible son las señales de tráfico. Las millas se convierten en kilómetros cuando pasas del Norte al Sur. Un mensaje te avisa en el móvil de que has cambiado de país y los precios pasan de libras a euros.

La familia McEntee vive en una de las zonas más enrevesadas de la frontera central, ahí donde la línea se retuerce y se achica y el territorio de Irlanda de Norte se convierte en una pequeña península dentro de Irlanda. La licorería que regentan la madre, Mary, y Peter, su hijo, está en territorio del Reino Unido, pero a pocos metros del Sur. Justo en la intersección entre los dos países, un cartel contra el ‘brexit’ funciona hoy a modo de puesto fronterizo: “Hard border? Soft border? NO BORDER!” (¿Frontera dura? ¿Frontera blanda? ¡SIN FRONTERA!).

La mayoría de los clientes de los McEntee son de la República de Irlanda, de la zona de Cavan, y para comprar sus vinos y otras bebidas alcohólicas deben circular por la carretera N54 y enlazar con la A3, lo que supone cruzar varias veces la línea fronteriza en apenas unos pocos minutos. Hace años era imposible: las carreteras pequeñas estaban bloqueadas y las más grandes llenas de controles militares, lo que obligaba a las familias de la zona a recorrer muchos kilómetros y someterse a registros y preguntas para visitar a amigos, ir a la iglesia o comprar al otro lado de la frontera.

“En la época de los ‘Troubles‘ el Ejército británico no dejaba de patrullar por las carreteras. Ser joven era muy difícil aquí, porque siempre te interrogaban en los controles”, explica Mary, de 67 años. “Antes tenías presente que eran ellos contra nosotros. Ahora ya no es así”, añade su hijo mientras cobra a una clienta cargada con dos grandes paquetes de cerveza Guinness.

Tras el acuerdo del Viernes Santo desaparecieron los controles militares y con el Mercado Único Europeo, que entró en vigor en 1993, se eliminaron los puestos aduaneros. Ahora los habitantes de las zonas fronterizas circulan sin barreras, viven y trabajan donde quieren, llevan a sus hijos a las escuelas que prefieren y compran la gasolina en Irlanda y la comida y el querosene para alimentar sus calefacciones en el Reino Unido, porque hacerlo en el otro lado les saldría más caro. Por eso los antiguos surtidores de los MacEntee están ahora en desuso.

Dos monederos y dos divisas

Los inconvenientes son pocos. Anne McGroddy vive en Muff, la localidad irlandesa donde muere (o nace) la línea fronteriza en el noroeste de la isla. En la calle principal del pueblo hay cuatro estaciones de servicio e igual número de pubs. Junto a una de ellas se conserva la caseta que dos décadas atrás hacía la función de aduana, una construcción roída por el tiempo.

El límite territorial que divide la soberanía entre los dos países debería continuar a través de las aguas del estuario del río Foyle, pero esa es una batalla que ni Dublín ni Londres han querido nunca abordar. Las aguas del Foyle son tierra de nadie, excepto de las ostras y de los pescadores de uno y otro lado que las crían en viveros y las exportan a Francia, España y otros países.

McGroddy es una de las 35.000 personas de la zona fronteriza que salta de país a país al menos dos veces al día. Ella recorre de ida y vuelta los 30 kilómetros que distan de Muff a su puesto de trabajo en un hospital de la segunda ciudad del país, cuyo nombre es difícil de escribir si uno no quiere elegir bandos: Derry, para los nacionalistas, y Londonderry, para los unionistas. Lleva en el bolso dos monederos, uno con libras esterlinas y otro, con euros, y tiene abiertas dos cuentas bancarias, una para cada divisa. Si no fuera por estas pequeñas molestias, y sobre todo por el ‘brexit’, habría casi olvidado que existen dos irlandas. “El ‘brexit’ ha contribuido a que volvamos a tener presente que sí que hay una frontera. Es un factor psicológico importante”, afirma.

Para ella, como para muchos habitantes de la zona fronteriza, salir de la Unión Europea significa recorrer un camino incierto plagado de peligros. Es el caso también de los McEntee, que como la gran mayoría de católicos norilandeses votaron a favor de permanecer en la UE.

Lo mismo hizo el mecánico Johnston, a pesar de que es unionista y votante del Partido Democrático Unionista (DUP), la fuerza política del Norte afín a las tesis anti-europeístas y de desconexión total con Bruselas. A falta de gobierno en Irlanda del Norte desde hace dos años, la DUP es la única voz norirlandesa capaz de influir en las negociaciones: sus diez diputados en el Parlamento de Westminster sostienen a la mayoría conservadora de la primera ministra Theresa May.

 “Ni en Londres, ni en Belfast ni en Dublín entienden lo que implica el ‘brexit’ para nosotros. Son unos cabezones”, señala Johnston.

Su opinión está muy extendida por los pueblos y localidades fronterizas con la República de Irlanda. Este es el caso de Belleek, la primera localidad que visitó May cuando se desplazó a la zona en julio pasado, dos años después del referéndum, para conocer de primera mano sus preocupaciones. Es improbable que la primera ministra visitara los restos del fortín que la Royal Ulster Constanbulary levantó en la población, ubicados en un terreno puesto a la venta hoy en el mercado inmobiliario, o que tomara una cerveza en el pub de la calle principal, el ‘Black Cat Cove’, donde el barman explica a los parroquianos que estamos “en la Irlanda ocupada” y que basta con cruzar el río para visitar “la Irlanda libre”.

Zona de convivencia

El mapa de la votación en la consulta de hace dos años muestra como 11 de las 18 circunscripciones electorales de Irlanda del Norte apostaron por quedarse en la UE. Entre ellas, están todas las fronterizas. La media del voto contra el ‘brexit’ en todo el territorio fue del 55,8% pero en algunos condados fronterizos alcanzó casi el 70%. En Foyle, se acercó al 80%, el porcentaje a favor del ‘remain’ más alto del Reino Unido después de Gibraltar, que batió todos los récords superando el 95%.

Garrett Carr es irlandés y se crió en una localidad del condado de Donegal cercana a la frontera. Profesor de escritura creativa en la Queen’s University de Belfast, decidió hace un par de años recorrer a pie la línea limítrofe, desde el estuario de Carlingford, al este, hasta el de Foyle. Una experiencia que recogió en el libro ‘The rule of the land’, publicado el año pasado.

Durante su andadura, Carr descubrió más pasos fronterizos que los 208 registrados oficialmente. Contabilizó más de 270, entre carreteras, senderos, pistas de tierra, y se dio cuenta de que más que una línea de separación, la frontera es una zona amable de convivencia y de tolerancia comunitaria, olvidada por los partidos de Londres, los medios de comunicación y los centros de poder.

“El partido laborista no se presenta en Irlanda del Norte y el partido conservador es muy pequeño. No tuvieron en cuenta el impacto, o no les interesó los efectos de un ‘brexit’ en la zona fronteriza”, afirma.

Si los que fraguaron el ‘brexit’ obviaron la problemática noirnlandesa y no previeron que acabaría convirtiéndose en el principal escollo para abandonar Europa, muchos norilandeses tampoco calibraron el problema que se les venía encima. Solo así se explica que en este territorio se registrara el mayor índice de abstención de todo el Reino Unido: uno de cada tres electores se quedó en casa.

Una de las que no votó fue Kavina Duddy, una estudiante de 24 años, nacida en Derry-Londonderry y que desde hace seis años reside en Belfast, donde estudia idiomas en la Queen’s University.

“Ninguno de mis amigos fue a votar ese día. Creíamos que el ‘brexit’ no saldría adelante. Ahora me arrepiento y si hubiera otro referéndum votaría seguro”, se lamenta en una cafetería situada frente al Ayuntamiento de la capital. “Si hubiera una frontera, me sentiría atrapada dentro de Irlanda del Norte. Es un territorio muy conservador donde, a diferencia de Gran Bretaña e Irlanda, está prohibido el aborto y el matrimonio homosexual”.

Espalda contra espalda

Duddy es demasiado joven para recordar los ‘Troubles’ o para temer que puedan reproducirse, pero el conflicto sectario dejó varios muertos en su familia, de fuerte arraigo nacionalista. El que hubiera sido su tío abuelo paterno, Jackie Duddy, murió en 1972 a los 17 años cuando las tropas británicas abrieron fuego en Derry-Londonderry contra una manifestación por los derechos civiles. Fue uno de las catorce víctimas mortales del Domingo Sangriento y es hoy el protagonista de la pintura mural que recuerda la matanza en el barrio del Bogside.

Ella se ha criado y ha crecido con el proceso de paz, pero dos décadas no son suficientes para cerrar heridas. La segregación sigue siendo muy fuerte en las zonas urbanas, donde cada comunidad tiene su barrio, sus escuelas, sus tiendas y hasta su propia piscina. Aunque lleva seis años en la capital, Duddy no ha osado todavía visitar los barrios protestantes de Belfast. “Me dan miedo y los evito”, afirma en perfecto castellano.

Otra cosa es la frontera. Ahí, como subraya el profesor Carr, resultaría imposible vivir espalda contra espalda. “En los territorios fronterizos se vive en proximidad y está presente la cultura de la discreción. Si sabes que tu vecino no vota o no piensa como tú, simplemente no habláis de política. La gente se ha comportado así en la frontera durante generaciones”, explica.

En Pettigo, el mecánico Johnston aprovecha que ha dejado de llover para adentrase como cada día en territorio irlandés. Se acerca la hora del almuerzo y tal vez se dirija antes a tomar una cerveza en ‘The pub on the river”, un local situado enfrente de su taller pero al otro lado del río, junto a la antigua caseta de aduanas. Ahí compartirá charla con vecinos como Maguire, asiduo también del pub y, a tenor de su abultada barriga, probablemente un incondicional consumidor de pintas Guinness.

Son muchos años de convivencia, y aunque uno defienda seguir formando parte de un Reino Unido dentro de la UE y el otro aspire a una sola Irlanda unida y republicana, ninguno de los dos desea que una nueva barrera les impida cruzar el Termon con libertad. Johnston está seguro que no va a ser así, aunque matiza: “Lo que pase, pasará. He visto de todo en mi vida”.