PERFIL

Mónica Naranjo: la pantera de Figueres

La cantante, compositora y martillo de aspirantes a 'talent' se propone dar un giro a su vida

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Ramón de España

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La prometedora foto en Instagram de Mónica Naranjo desnuda y tumbada a la bartola, junto al divorcio de su marido de los últimos 15 años, Oscar Tarruella –un mosso d’esquadra que se presentó en su casa tras un robo y se quedó, convirtiéndose en su representante y hombre para todo–, de quien siempre se ha dicho que contribuyó enormemente a su domesticación social, permite albergar esperanzas de recuperar a la que fue conocida en su día como 'La pantera de Figueres'. Y es que los que únicamente la hayan visto en acción durante los últimos años, en sus modositas apariciones como jurado en concursos televisivos, no pueden hacerse una idea de lo que era esta mujer en sus primeros tiempos. Lo de rompe y rasga se quedaba corto con Mónica Naranjo Carrasco, nacida en Figueres en 1974 de padres andaluces, Francisco y Patricia, y dotada de una voz capaz, como diría <strong>P. G. Wodehouse</strong>, de romper una copa de cristal a 10 metros o de abrir una ostra a cinco.

Mónica Naranjo se echó a cantar a los cuatro años y ya nunca dejó de hacerlo. Viendo que la niña apuntaba maneras, su madre la matriculó en una escuela de canto, sin imaginar que, con el paso del tiempo, Mónica acabaría compartiendo duetos con personajes tan variopintos como Luciano Pavarotti, Rocío Jurado o su heroína de toda la vida, la italiana Mina, a la que dedicaría un álbum entero, 'Minage' (2000).

Exitazo colosal

Sus comienzos en España no fueron muy prometedores, así que su productor y luego fugaz marido <strong>Cristóbal Sánsano</strong> se la llevó a México, que es donde empezaron a tomársela en serio. Fue en el lejano 1994. Tres años después publicaba el disco 'Palabra de mujer', que fue un exitazo colosal del que se vendieron globalmente dos millones y medio de copias (una buena parte de los nueve millones de discos que, según datos oficiales, lleva despachados a día de hoy). Tras el homenaje a Mina ya citado, vino 'Chicas malas' (2001), y luego una larga ausencia discográfica que se rompió en el 2008 con la aparición de 'Tarántula' y, tras otros ocho años de silencio, 'Lubna' (2016). Para entonces ya era muy famosa en su país natal, pero su imagen había cambiado sensiblemente: muchos preferíamos a Mónica en la época que daba un poco de miedo que siempre prevalecía sobre la inevitable mirada irónica hacia la cantante.

¿Constiuirán el divorcio y el 
desnudo integral las primeras 
pruebas de que la artista vuelve 
por donde solía?

El estilo de la música de la Mónica Naranjo que daba un poco de miedo era incomparable, para bien o para mal. Imaginen quienes nunca la escucharon una mezcla de 'torch song', la copla de toda la vida y el más chirriante heavy metal –con un toque satánico– y se harán una vaga idea de qué iba la cosa. En directo, actuaba con una banda estruendosa de metaleros embutidos en cuero negro que, por mucho ruido que hiciesen –¡y hacían mucho!–, jamás lograban opacar la voz de Mónica, que se imponía al pandemonio general como se habría hecho oír en alta mar, durante una tempestad terrorífica. 

Ella también iba vestida de cuero negro, con modelitos sugerentes a lo Madonna, pero más nuestros. Se la distinguía a kilómetros por la costumbre de llevar media melena de un color y media de otro. En sus mejores –y más aterradores– momentos, conseguía parecer una fiera escapada de la jaula y dispuesta a comerse a los insensatos que la observaban a un metro del escenario.

Placeres culpables

A mí me sucedió con esta fuerza de la naturaleza lo mismo que, más adelante, con el rapero de Miami Armando Pérez, en arte Pitbull: empecé disfrutando de sus numeritos y de sus berridos desde esa distancia irónica que mantengo con otros placeres culpables –pienso en ABBA, Boney M, Camilo Sesto, Liberace o Tiny Tim– y acabé totalmente entregado a la causa. De tal manera que, si estaba zapeando y aparecía Mónica con cara de acabar de haberse merendado a su último amante y no haber dejado ni los huesos, me quedaba clavado al televisor, 'mesmerizado', hasta que la cantante desaparecía. Sus videoclips, por cierto, también eran de traca: sin las chorradas estetizantes de los de Madonna, los de Mónica resultaban más perversos tirando a guarros, y –si no recuerdo mal– la diva solía compartir el encuadre con todo tipo de 'freaks' vestidos de PVC ajustado, por no hablar de las múltiples referencias a la estética del 'bondage' y al universo sadomasoquista.

Hasta que todo eso se acabó y 'La pantera de Figueres' se convirtió en una chica normal y corriente que ya no daba ningún miedo. ¿Constituirán la foto de Instagram y el divorcio del mosso las primeras pruebas de que Mónica vuelve por donde solía? Ojalá.