Las mujeres de Bob Dylan

El repertorio del cantautor, que actuará el 30 y 31 de marzo en el Liceu (festival Guitar BCN), está lleno de alusiones a compañeras, novias y esposas. Un territorio rico en brumas, pero con algunas protagonistas contrastadas.

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Jordi Bianciotto

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Compañeras, pilares familiares o ligues pasavolantes, musas o cómplices estratégicas, las mujeres que han acompañado a Bob Dylan en su tránsito por este mundo han ejercido funciones diversas, a veces trascendentes. Algunas, dejándose iluminar por los focos, y otras, en particular cuando se avanza en su biografía, de existencia más discreta. Muchas han ejercido un influjo en su obra y, en diversos grados, se han visto elevadas en el altar de la ‘dylanología’.

Empezando, claro, por su señora madre, Beatty Zimmerman -descrita como amorosa y encantadora-, que cuando nació Bob dijo que le parecía “tan guapo que debería haber sido una niña”. Y siguiendo por su primerísima novia, la compañera de instituto en Hibbing (Minnesota) llamada Echo Helstrom, de quien se ha dicho, sin llegar a confirmarse, que inspiró la canción ‘Girl from the north country’. Sea cierto o no, esta pieza acabó incluyéndose en un álbum, ‘The freewheelin’ Bob Dylan’ (1963), en cuya portada se veía a Dylan en visible y acaramelada complicidad con otra chica, Suze Rotolo.

De rama en rama

El influjo de esta segunda sí que es notorio: Suze Rotolo era una joven intelectual que vivía inmersa en la bohemia neoyorquina, leyendo a los simbolistas franceses, participando en montajes teatrales de Bertolt Brecht y ejerciendo de activista antinuclear o contra la segregación racial. Y su hermana mayor era la secretaria del musicólogo Alan Lomax, faro de aquel Dylan primerizo, fascinado por el folk. Ese entorno cautivó al tierno cantautor, que aludió a su amada en varias canciones, entre ellas ‘Don’t think twice, it’s alright’, que compuso añorado, durante una larga estancia de Suze en Italia.

Pero si es cierta aquella idea de que el hombre, y no la mujer, es un as en el deporte de saltar desde una rama solo cuando sabe que hay otra esperándole, Bob Dylan la ilustra una y otra vez. Así, el fin de su relación con Suze Rotolo se solapó con el inicio del romance con Joan Báez, del mismo modo que el crepúsculo de este topó con la entrada en escena de Sara Lownds. Y en medio, una petición de matrimonio a Mavis Staples (con esta dándole calabazas), entre otros entretenimientos. A mediados de los 60, se perfilaba, en fin, un auténtico sátiro, para desconcierto de una Joan Báez que no constaba precisamente como pudorosa doncella: decía su madre que “a los hombres, Joan los mastica y luego los escupe”.

La pareja real

Hay que decir que Dylan se interesó primero por su hermana menor, Mimi, al tiempo que Joan le miraba con una mezcla de repulsión y encantamiento. “Parecía un paleto de ciudad”, escribiría en sus memorias. Su madre le hizo notar que el chico tenía solo un vago conocimiento de la higiene personal. Joan Báez y Bob Dylan se convirtieron pronto en la pareja real del folk norteamericano, pero, mientras ella, entonces más famosa, tuvo a bien promocionarlo cantando sus canciones e invitándole a compartir cartel, cuando ambos viajaron al Reino Unido ella se encontró a menudo sola y abandonada en el camerino.

Baez, que se desfogaría en su composición ‘Diamonds & rust’ (diamantes y herrumbre), pronto se percató de que ya no eran dos, sino tres, con la aparición de Sara Lownds, una amiga de Albert Grossman, mánager de Dylan, con quien este procedió a convivir en el neoyorquino Chelsea Hotel. Ambos se casaron, el 22 de noviembre de 1965, sin familiares ni invitados, y el matrimonio dio cuatro hijos: Jesse Byron (1966), Anna Lea (1967), Samuel Isaac Abram (1968) y el futuro cantautor, líder de The Wallflowers, Jakob Luke (1969). A los que hay que añadir una quinta, Maria, fruto de un enlace anterior de Sara.

Los años del encierro

Los años de Dylan con ella fueron los del alejamiento del ‘show business’, primero en la mansión rural de Woodstock tras el accidente de moto (o no) más famoso de la historia del rock, luego en la faraónica construcción de Malibú, California. Tiempo de retiro de las giras y de vida hogareña. Relación que, tras una década de recorrido, acusó turbulencias que condujeron al divorcio en 1977. Sara, inspiración temprana de ‘Sad eyed lady of the lowlands’, torrencial composición de 11 minutos, alimentó también la sombría temática de un álbum de culto como es ‘Blood on the tracks’ (1975), así como la explícita ‘Sara’, de ‘Desire’ (1976).

Aunque cabría pensar que Dylan quedó escarmentado, volvió a cometer matrimonio una década más tarde, el 4 de junio de 1986, con una de sus coristas, Carolyn Dennis. Una joven cultivada en el góspel que, cuando le propusieron trabajar con él, preguntó: “¿Quién es Bob Dylan?”. Quizá fue esa desconexión de la realidad lo que le cautivó de ella, a quien hizo madre de Desirée-Gabrielle y de quien se divorció seis años después.

Una relación que, toda ella, hija incluida, se mantuvo durante años en secreto, indicador de la extrema discreción con que Dylan ha llevado la vida privada en su madurez. Desde entonces, un goteo de nombres de perfectas desconocidas acompañan a veces las crónicas periodísticas, incluyendo revelaciones de hipotéticas relaciones pasadas. Expediente Dylan. Y al fan le queda escudriñar rastros de su historia sentimental entre los pliegues de canciones como las que interpretará en el Liceu.