Bryan Cranston: cómo matar a Walter White

El actor explica en su autobiografía cómo ha sobrevivido a los traumas familiares y al éxito de 'Breaking bad'

Bryan Cranston

Bryan Cranston / RICHARD SHOTWELL

Núria Marrón

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Hasta no hace tanto, el rostro del actor Bryan Cranston no era más que un flas desdibujado del padre tontorrón de la serie 'Malcolm' y de un tipo miserable que apareció en un capítulo de 'Expediente X' y cuya cabeza iba a explotar si no conducía a gran velocidad hacia el oeste. Pero ya conocen la historia. Pasados los 50, se agarró a la oportunidad de encontrar en su propia oscuridad los cimientos de esa catedral narcisista y depredadora llamada Walter White. Y ahora, cinco años después de 'Breaking bad', da cuenta en su autobiografía, 'Secuencias de una vida' (Ediciones B), de cómo ha sobrevivido al personaje, a la fama tardía y a esa fabulosa grieta personal a la que ha vuelto una y otra vez para armar sus personajes: la familia.

En el reparto de este drama, figuran un padre violento y alcoholizado que siendo él niño se esfumó y que solo reaparecía para pedir favores, y una madre devorada por el resentimiento que, antes de enfermar de alzhéimer, acabó viviendo en una caravana y escondiendo el vodka tras el retrete cuando recibía visitas. La historia de Cranston -calificada como «un documento cinematográfico sobre cómo un actor da forma a una carrera, una identidad y un legado» por su amigo Tom Hanks- arranca precisamente en la clase de interpretación de Hollywood en la que se conocieron sus padres.

Divorcio

Aspirantes ambos a estrellas, ella pronto cambió su ambición profesional por la casa adosada, la aspiradora y ese malestar sin nombre que prescribía a las mujeres el sueño americano. Él, que se lanzaba a todo «con tanto ímpetu como poco acierto», fue más buscavidas que actor. Apareció en un puñado de series y películas, montó cafeterías y clubs nocturnos y hasta organizó itinerarios por la casa-oropel de Liberace. Un año se instalaban una piscina en casa y al siguiente no podían pagar los productos para su mantenimiento. Así eran los buenos tiempos. Imaginen los malos. Desapariciones. Peleas. «Buscaba el éxito con desesperación, y ese enfoque del todo o nada del estrellato tuvo un coste elevado: el derrumbamiento familiar».

Tras el divorcio, el padre se esfumó. Y cuando ya lo habían vendido todo y el banco se quedó la casa, él y su hermano fueron enviados a la granja de sus abuelos, donde, antes de sumirse en el sentimiento de abandono, prefirió convertirse en el «chico que siempre buscaba el atajo». Allí descubrió su propia frialdad cuando el abuelo le hizo decapitar a un pollo («no presté atención al malestar del animal, estaba demasiado preocupado por el mío») y la de oficios que brinda la precariedad a un joven desnortado. Mientras estudiaba Administración de Justicia para ser policía y probaba el teatro como optativa, trabajó de vigilante en supermercados y en una «esquina de Hollywood rebosante de delitos», de pintor, de repartidor de maletas y hasta ofició bodas como ministro de un pastiche llamado la Iglesia de la Vida Universal.

Viaje en moto

Antes de entrar en la academia policial, emprendió con su hermano un largo viaje en moto del que regresó con una esposa y la convicción de que quería ser actor. «¿De verdad quería ser alguien que enviara a otros a la cárcel?». Hizo teatro e incursiones en todo cuanto prometía introspección y «soltarse» –autoayuda, cienciología, escritura, yoga–; cargó y descargó camiones con Andy Garcia e incluso fue el ayudante del ayudante del tipo que debía llenar de vísceras y sangre un caimán gigante de una producción de serie b.

Ya separado, se embarcó en una relación tóxica con una mujer extrema que, cuenta, le hizo comprender que «bajo ciertas presiones y circunstancias sería capaz de cualquier cosa» –estribillo problemático que cruza todo 'Breaking bad'–; memorizó 120 folios por semana haciendo culebrones; se casó y tuvo una hija, Taylor, con la actriz Robin Dearden; e hizo de dentista de las estrellas en 'Seinfeld' y de padre bobalicón en 'Malcolm'. Finalmente, fue uno de esos papeles menores –el del capítulo de 'Expediente X' que dirigió Vince Gilligan, luego creador de 'Breaking bad'– el que lo lanzó a las grandes ligas del oficio. 

Después de 'Breaking bad'

La serie –cuyo furor ha llegado a inspirar nubes de azúcar del mismo color azul que la metanfetamina que producen los protagonistas– ha sido diseccionada del derecho y del revés. Y aunque la crítica aún filosofa sobre ese profesor frustrado y enfermo terminal que cree que la vida de le debe algo y que empieza a sentirse «vivo» y «un hombre de verdad» cuando se erige en un narco violento y dominador –un macho, vaya–, el actor asegura que ha tenido «la necesidad de dejar morir a Walter White».

Para amortajarlo eligió el teatro, donde ha interpretado al expresidente de EEUU Lyndon Baines Johnson echando mano, como siempre, de la psicología y de ese tarro de aguas fecales que son sus recuerdos familiares. «En mi oficio encontré un canal para descargar la ira, el resentimiento y los sentimientos de abandono que provienen de mi infancia, supongo que eso me ha salvado», admite Cranston, que aunque es consciente de que su carrera se irá «ralentizando», prefiere seguir pisando a fondo. Al fin y al cabo, dice, le resulta más agradable estar trabajando en un plató que pasear parapetado tras enormes gafas de sol sintiéndose el tipo más ridículo del mundo cada vez que se siente reconocido y simula que habla por el móvil para evitar la lata de los selfis y el besamanos.