EL PERIÓDICO EN CATALÁN CUMPLE 20 AÑOS

El gran reto: un diario en dos lenguas

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Ricard Fité

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Hay que remontarse más de 20 años atrás, hasta la primavera del 1997, cuando la situación de los medios de comunicación en lengua catalana no era ni mucho menos como la actual.

Ciertamente, había mejorado en relación con la de los años 70 (final de la dictadura de Franco y comienzo de la llamada Transición), pero por lo que se refiere  a la prensa escrita, en los quioscos solo se podía comprar un diario en catalán de ámbito nacional, el 'Avui', aparecido en Barcelona en 1976, y algunas cabeceras de menos tirada, que se podían contar con los dedos de una mano, escritas desde Girona ('El Punt', 'Diari de Girona') y desde Manresa ('Regió7').

Eso era todo. Y la pila de ejemplares de aquel 'Avui' tenía que competir con las demás pilas de periódicos en castellano, tanto de los realizados en Barcelona ('La Vanguardia', 'EL PERIÓDICO') como en Madrid ('El País', 'El Mundo', 'La Razón', 'Abc', etc.).

Llamada sorpresa

En aquella época, yo trabajaba en el 'Avui'. Era el jefe de los correctores, aquel colectivo que luego pasó a denominarse sección de edición en todos los diarios.

Y una tarde de mayo recibí una llamada estando en mi puesto de trabajo, mientras llevaba a cabo la revisión final de una página del diario del día siguiente. "Soy Rafa Nadal, jefe de proyectos editoriales de EL PERIÓDICO. Antonio Franco, el director, y yo tenemos la intención de publicar el diario en catalán y en castellano a la vez. Queremos explicarte el proyecto y, si te interesa, contamos contigo para que lo dirijas". Glups! Tras una primera reunión, me lo estuve pensando tres semanas, sobre todo porque no acababa de ver claro si aquel juego de manos tenía muchas garantías de salir bien, y al final respondí que sí.

El objetivo era llegar al quiosco a la misma hora que en castellano y con la misma informacióno

El juego de manos consistía en traducir el diario de manera simultánea a medida que las páginas se terminaban en castellano. Y eso solo era factible, por cuestión de tiempo, con la incorporación de un traductor automático gestionado por un equipo de lingüistas.

De modo que el día que entré en el diario (un 23 de junio, verbena de San Juan), ya encontré allí un grupo de lingüistas que alimentaban un prototipo de traductor automático que había que poner a prueba para ver si funcionaría y si nos podría ayudar a conseguir textos en catalán publicables a partir de la versión en castellano.

Un traductor propio

Eran tiempos de vacas gordas, y el diario disponía de un equipo de I+D, en el que se confió para desarrollar un traductor digital de fabricación propia a base de sumar esfuerzos entre lingüistas e informáticos.

Hoy en día cuesta imaginar la dificultad de la aventura, pero hay que recordar que los traductores digitales disponibles en el mercado a finales de siglo tardaban entre cinco y siete minutos en traducir los 4.000 caracteres que suelen ocupar de media una página de diario. El que construimos en EL PERIÓDICO tardaba solo tres segundos.

Poner a punto el traductor y contratar a los lingüistas (se crearon una veintena larga de puestos de trabajo, ampliada más adelante) nos ocupó casi cuatro meses, y por fin el 27 de octubre abordábamos la traducción del primer número en catalán, que saldría al día siguiente, no sin obstáculos de última hora.

Aquella noche se jugaba un Mallorca-Real Madrid de Liga en el antiguo estadio Luis Sitjar. Se fundieron los plomos del campo (una caída de tensión) y el partido se suspendió. No se sabía si se reanudaría, y la edición debía cerrar a la hora en punto porque la rotativa también debutaba con la tirada bilingüe, que era mucho más larga de lo habitual. Nervios. Esperas tensas. Prisas. Malos augurios. ¡Qué desastre si el partido se acababa jugando y al día siguiente salíamos diciendo que no, que se había suspendido!

Desde el inicio, la venta de la edición en catalán ha sido del 40%-45% de la tirada total

Finalmente, todo salió bien. El encuentro se jugó, después de tres horas de interrupción con una reanudación frustrada en medio, el Madrid no ganó (0-0), y aún hubo tiempo de traducir la crónica entera incluyendo todos los incidentes. El objetivo marcado, publicitado las semanas anteriores, se había cumplido: llegar al quiosco a la misma hora que la edición en castellano y con la misma información.

A partir de ahí, los días y semanas siguientes, en un proceso de interiorización más bien lento, fuimos entendiendo aquella máxima del periodismo escrito que sostiene que los periódicos siempre acaban saliendo, siempre, cada día, por más incidencias que se produzcan la noche anterior (salvo alguna huelga de los trabajadores, naturalmente). Al cabo de dos meses, Antonio Franco me confesó, en una comida a solas, que la edición en catalán había dejado de preocuparle y que ya dormía tranquilo. Éxito asegurado.

Ese fue el comienzo. Y la continuación fue aún más triunfante. La edición en catalán superó las previsiones iniciales más optimistas (que ya firmaban con un 20% de ejemplares en catalán) y se consolidó en seguida con la venta estable de un 40% -45% de la tirada total, coincidente con la realidad bilingüe en Catalunya con respecto al uso de las lenguas y el consumo de productos.

La consolidación

En esta línea expansiva, más adelante se abordó la traducción de los suplementos ('Dominical', 'Teletodo'), se amplió la nómina de lingüistas para mantener los estándares de calidad que nos equiparasen a cualquier versión original (es decir, no traducida), y aparecieron los primeros vestigios de la futura web de EL PERIÓDICO, que se planteó realizar también en las dos lenguas.

Me lo estuve pensando tres semanas porque no veía claro si aquel juego de manos saldría bien

Simultáneamente, los lingüistas que vivíamos esta aventura diaria (que ha llegado hasta hoy, ¡y esperamos que por muchos años!) nos sentíamos muy orgullosos (¡y aún hoy!) de dos tareas, complementarias pero imprescindibles, que se llevaron a cabo en aquel tiempo gracias a los recursos humanos de que pudimos disponer: el perfeccionamiento y la alimentación, a nuestro cargo, del traductor automático, y la elaboración del 'Llibre d’estil', paralelamente al que ya existía en castellano.

La gestión propia del traductor nos permitió neutralizar rápidamente los múltiples dislates que nos proponía al traducir sin freno (¡ni compasión!) todo lo que hallaba dentro de un texto (nombres propios de personas, de empresas, de productos culturales, etcétera). Y la redacción del 'Llibre d’estil', partiendo inicialmente del que ya existía en castellano, constituyó un apasionante ejercicio, también de traducción pero sobre todo de adaptación, que nos permitió establecer los criterios lingüísticos que aún nos rigen y que constituyen nuestra aportación a la consolidación del modelo de lengua hoy en día compartido por el resto de medios en catalán, tanto orales como escritos.