25 años de okupación en L'Hospitalet de Llobregat

¿De quién es la ciudad?

MANUEL DOMÍNGUEZ LÓPEZ

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La ciudad es otro escenario de la lucha de clases, como las fábricas o las tierras. Esto lo tenía muy claro el movimiento obrero, mayoritariamente anarquista, que impulsó la huelga de alquileres de 1931 o que municipalizó la vivienda en el marco de las colectivizaciones revolucionarias de 1936. El espacio urbano era tratado como uno más de los «medios de producción» que había que arrebatar a la burguesía.

Los movimientos sociales antifranquistas también lo aprendieron rápidamente. Cristianos y comunistas se habían encontrado en las fábricas y a finales de los años 60 se buscaron en los barrios para parar los excesos de las empresas constructoras, en el contexto de la ola inmigratoria y la corrupción franquista.

La fuerza del movimiento vecinal en L'Hospitalet y el conjunto del área metropolitana fue tan grande a final de los años 70 que algunas empresas negociaban con las asociaciones de vecinos antes de presentar el proyecto al ayuntamiento, donde a menudo se encontraban con técnicos comprometidos con las propuestas vecinales.

Durante la década de los 80, sin embargo, los que habían sido considerados monstruos de la especulación (los Figueras, Núñez, etc...) ganaron el pulso a un movimiento vecinal gradualmente debilitado con un aliado inesperado: los ayuntamientos democráticos. Y la excusa olímpica generó un gran consenso social favorable a la construcción, aunque fuese en terrenos calificados de zona verde en el Plan General Metropolitano que tanto había costado.

Una parte de la juventud de aquel momento asistía a los fastos olímpicos y al 'yuppismo' que les rodeaba y no se sentía invitada. Por ruptura generacional o por el mal ejemplo de las traiciones a los movimientos sociales de buena parte de los dirigentes políticos procedentes de los partidos de izquierdas, que habían pasado de la asociación de vecinos a la gestión inmobiliaria, rechazaron el ejemplo de los padres psuqueros y acabaron pareciéndose a los abuelos anarcos.

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Para designar la ocupación de edificios vacíos con fines habitacionales, pero también el desarrollo de actividades alternativas al capitalismo, propongo que normativicemos el uso de la 'k' en el verbo y sus derivados. En estos momentos es necesario distinguir este tipo de okupación de otras actividades que se denominan igual y no tienen ningún componente ideológico.

Sin ser conscientes, los okupas reproducían los grupos de afinidad anarquistas del pasado y, como aquellos, repercutían en movimientos sociales más amplios. El movimiento okupa nunca fue mayoritario ni especialmente influyente, pero no hay que menospreciar su aportación. Para empezar, ha sido sorprendentemente constante, teniendo en cuenta el frecuente relevo de sus protagonistas por razones vitales.

Hay que valorar sus aportaciones decisivas en fenómenos como la insumisión y, por lo tanto, el final de la mili. Y, por encima de todo, el movimiento okupa ha mantenido viva y visible la cuestión del derecho a la vivienda y ha denunciado el carácter de clase de la lucha por el espacio urbano, mientras una parte del movimiento vecinal negociaba la amplitud de las aceras. Será interesante ver la evolución de ambas formas de lucha social urbana, de sus encuentros, que alguno hay, y desencuentros.

Al final, la reivindicación de la vivienda digna ha sido la que ha articulado la primera opción política realmente alternativa que ha llegado al poder en diferentes ciudades del área metropolitana desde 1939. Ahí estaba el movimiento okupa, junto a otros, en el 2006, resbalando en la burbuja y recordándonos que «no vas a tener casa en la puta vida».

Más allá de las luchas sociales y los proyectos políticos, la okupación ha sido una experiencia vital y un espacio de creatividad cultural que han marcado a centenares de personas. Tanto, que han decidido reivindicarse y difundirlo, y me han permitido acompañarles un poquito en el proyecto Entrevies. Y ahora me pregunto, ¿por qué no me hice okupa? 

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