Mejor que nunca

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RISTO MEJIDE

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Mejor que nunca. Eso es lo que respondo últimamente ante la pregunta de cómo estás. Y no lo hago porque siempre me sienta así, ni mucho menos. Lo hago por tres razones.

La primera, por quien lanza la pregunta en sí. Una pregunta que seguramente te hará a ti también gente de todo tipo y pelaje. Te la hace gente que te conoce y gente que no. Gente a la que le importas y gente a la que no mucho, la verdad. La que te conoce ya debería saberlo, con lo cual no debería necesitar preguntártelo. Y la que no, simplemente, no se está preocupando, tan sólo está rellenando silencios incómodos en los primeros segundos de encontrarse contigo, cuando en realidad tú notas perfectamente que le da igual. De cualquier modo, a los primeros les doy una alegría y a los segundos nada o, como mucho, envidia. Con lo cual, todo bien.

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La segunda razón es porque siempre se genera una expectativa. Se crea un silencio ilusionante, ese silencio del que espera algo más y sabe que va a ser bonito. Es una Navidad adelantada. De pronto se les pone esa cara de volver a ser niños a punto de abrir su regalo de Papá Noel. Cómo evitarles ese momento. Cómo decirles que no. Negaré que lo he escrito, pero eso es lo que yo hago. Disfruto mucho dejándoles ahí, al borde de una razón que justifique tanta alegría. Como si hiciesen falta razones para justificar que uno se siente en su mejor momento. Porque eso es así, últimamente hasta la felicidad necesita explicarse, justificarse y demostrarse. Nos hace falta sólo tener que pedir perdón. Al tiempo, que todo llegará. De hecho ya conozco gente que responde siempre abatida y quejosa sólo para no ser acusada de demasiada felicidad.

Y la tercera razón, quizás la más importante, es porque es verdad. Y es así independientemente del estado en el que me encuentre. El mejor momento de tu vida es éste, porque es el único que realmente tienes. Todos los demás o ya se fueron o está por ver todavía si llegarán. Esto no es un canto al Carpe Diem de marca blanca. No es otro 'dum vivimus, vivamus' de botellón. Esto es un hecho, un dato, una constatación técnica y necesaria. Lo único que realmente existe es tu aquí y ahora, y es, por lo tanto, superior a todo lo demás. A tus recuerdos y a tus planes. A tus diarios y a tus mapas. A tus traumas y a tu experiencia. A tus miedos y a tus esperanzas.

Por eso, el balance que importa es el de ahora. El de qué verás hoy si miras dentro de esa mochila a la que llamamos vida. Pues seguramente, muchos más fracasos que éxitos, en general. Como cualquier ser humano. El balance es siempre una foto injusta –como todas las fotos– de algo que sigue en movimiento. No es una foto fija, es un fotograma. Y si lo juzgas como tal, verás que nada está decidido hasta que aparecen las palabras 'The End' de tu existencia, y pasas a ser pasto de los gusanos. Hasta entonces, todo fotogramas. Recuérdalo.

Éxito, ya sabes, cuando conseguimos los resultados anhelados en un proceso determinado. Y fracaso, o lo que queremos decir cuando no conseguimos los resultados esperados, aunque consigamos otros.

Por eso, los fracasos y los éxitos son eslabones en una cadena de acontecimientos que aún no sabemos hacia dónde va. La realidad es que algún día entenderemos por qué pasamos por lo que pasamos. Y por qué tuvimos que sufrir lo que tuvimos que sufrir.

Y ese día entenderemos, una vez más, la realidad más humana sobre el éxito y el fracaso. Todo fracaso está hecho de pequeños éxitos. Y todo éxito está hecho de pequeños fracasos. Lo demás, como dijo el sabio, es bla, bla, bla.