Desiertos

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RISTO MEJIDE

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Tercer cambio de armario en lo que va de año. Ahora que nos hemos cargado el termostato del planeta, a ver quién es el guapo que se encarga de semejante reparación. Más facturas tan pendientes como vergonzosas a cuenta de nuestros hijos. Y mientras tanto, a este invierno zombi parece que todavía le quedan vidas, como en aquellas películas malas de domingo por la tarde en las que el malo resucita las veces que haga falta para completar el metraje acordado con el productor.

Así las cosas, no es de extrañar que la temporada de series esté haciendo su agosto. El buen tiempo es el peor enemigo de los contenidos y más en un país en el que cae el consumo audiovisual en cuanto hace su aparición el chiringuito y el calor.

Yo me acabo de quedar huérfano de 'Homeland'. Como siempre ocurre cuando me gusta una serie, busco entre las que me recomienda todo el mundo, y negaré que lo he escrito pero nunca hallo consuelo, porque ninguna me acaba de enganchar. Me pasó lo mismo cuando me acabé todas las temporadas emitidas de 'House of Cards'. O cuando me acabé 'The West Wing'. Bueno, en este caso fue aún más dramático porque sabía que no habría ya más.

No somos más que envases, vasijas, continentes. Y como buenos continentes, nos pasamos la vida en busca de contenidos que nos hagan sentir llenos, realizados, con sentido. Da igual si son libros, películas, series, viajes, recuerdos, proyectos o relaciones que podamos vivir en primera persona. Somos historias, al fin y al cabo. Algún día esas historias inevitablemente llegan a su final, se agotan, se acaban, y en algún momento nos dejan huérfanos, deshabitados, desnudos a la intemperie de la rutina y la soledad.

Y ahí es donde cruzamos nuestro primer desierto. Es un desierto incómodo, ya que como en todos los desiertos sufres altas presiones. Es la presión del entorno, de la gente que no te quiere ver mal. Te piden, te ruegan, te exigen que te enganches de nuevo. Lo hacen con la mejor de las intenciones, pero no son conscientes de que al decírtelo te están recordando que, por si no te habías enterado, solo estás fatal. Como en todo desierto, hay pocas precipitaciones. Así que es mejor ser paciente y cruzarlo resignado a que pase, porque pasará.

Lo que no entiende mucha gente es que la soledad no tiene nada que ver con estar solo. La soledad es estar vacío por dentro. No tener una historia de la que alimentarse. Ése es el verdadero drama, sentir que nada te pasa y por lo tanto nada te va a poder emocionar. Estar solo, si sabes que algo te llena, es maravilloso. Puede ser un recuerdo, puede ser la lectura u otra persona que no está ahí contigo, da igual. Lo importante no es estar acompañado, sino sentirse.

Es cierto que hay desiertos más pequeños, pero no por ello menos incómodos. Como el desierto que cruzas cuando dejas de ir a ver los estrenos al cine y decides empezar a verlos en casa. Yo lo he hecho recientemente, igual por no escuchar al de al lado masticando, igual por vagancia, igual por simple comodidad. Ahí hay unas semanas, si no meses, en los que dejas de estar al día forzosamente. Todas las películas que estrenan en las plataformas digitales ya las has visto y aún no han salido las que has decidido dejar de ir a ver. Pero luego es verdad que en cuanto te reenganchas, ya vuelves a sentirte al día, que es otra forma de sentirse parte de una comunidad.

Al final, como decía el poeta, la vida es eso que pasa mientras tú haces otras cosas. Yo aún diría más. Creo que la vida es lo que nos ocurre entre espera y espera. Lo demás son desiertos que pasamos entre la última página de una historia que acaba y la que nos va a volver a emocionar.

Desiertos que nos hacen estar vivos.

Desiertos que nunca hay que dejar de cruzar.